Jorge Bergoglio completa diez años este lunes como Francisco, máxima autoridad de la Iglesia Católica Romana (ICR). Primera vez que un argentino y un latinoamericano llega a ese cargo. En esta década Francisco se instaló en el escenario político mundial como un líder y estadista –si bien puede decirse que en un escenario contemporáneo carente de figuras descollantes-, introdujo temas de debate en la agenda mundial y lejos de limitarse a cuestiones internas de la comunidad católica se hizo presente con intervenciones –no siempre públicas- en el intrincado escenario internacional.
Trató de mantenerse al margen de la vida política de la Argentina, aunque se sabe que sigue de cerca los acontecimientos y hasta casi la cotidianeidad de su país natal. Habla con muchas personas, cercanas y no tanto. Desde que partió a Roma para el cónclave que lo elegiría como Papa no regresó al país, una “deuda” que muchos y muchas le echan en cara.
En lo interno decidió abrir las puertas de la ICR, retomar las orientaciones (olvidadas por muchos) del Concilio Vaticano II, renovar los cuadros dirigenciales de la Iglesia e internacionalizar la curia, al tiempo que generó nuevos modos de participación interna por la vía del camino de la sinodalidad. Todo lo cual le trajo aparejada la reacción permanente y sistemática de los sectores internos conservadores, entre quienes se cuentan cardenales, obispos y organismos eclesiásticos.
Francisco, el mundo y la política internacional.
No solo en sus documentos más importantes como pueden ser las encíclicas, sino en sus intervenciones públicas en los viajes y en foros como el de Naciones Unidas (2015) el Papa se ha mostrado siempre como un trabajador en favor de la paz. Bergoglio –como otros analistas mundiales- señala que estamos viviendo una nueva conflagración mundial que hoy se plantea en forma de múltiples micro conflictos, detrás de los cuales siempre existen intereses económicos y el negocio de las armas.
Francisco sostiene que las grandes religiones monoteístas tienen un papel a jugar desde una ética y una moral común basada en el bienestar de los pueblos. En eso radica también su búsqueda del encuentro interreligioso y ecuménico, el acercamiento al Judaísmo, al Islam y a sus líderes. En ese escenario -que no le es totalmente propicio- Bergoglio cree que puede encontrar aliados en favor de la paz.
En su prédica el Papa no desvincula las cuestiones de la guerra y la paz de los asuntos derivados de la inequidad en las relaciones internacionales, la ineficacia del sistema de Naciones Unidas para ponerle fin a las guerras, pero también la incidencia en todo ello del injusto sistema financiero internacional, la deuda externa que pesa sobre los países pobres y, en general, la pobreza en el mundo. De estos temas habla y escribe Francisco en sus documentos. Pero también utiliza la diplomacia vaticana para discutir en foros y espacios internacionales. Él mismo y sus colaboradores inmediatos plantean estos asuntos a jefes de Estado y funcionarios de organismos internacionales. El Secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, es uno de los voceros habituales en estos foros, pero lo es también un hombre de suma confianza y cercanía con el Papa: el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, quien además coordina la comisión de cardenales que asesora al pontífice.
La mayoría de estas cuestiones han quedado plasmadas en las dos encíclicas en las que Francisco abordó la cuestión social. Laudato si' (24 de mayo de 2015) sobre “el cuidado de la casa común” y Fratelli tutti (3 de octubre de 2020) sobre “la fraternidad y la amistad social”.
En esos documentos el Papa dejó plasmadas posiciones tales como entender el derecho a la propiedad privada como un “derecho secundario” que debe estar sometido al “destino universal de los bienes creados” y la exigencia de que la política se apoye en la defensa de la dignidad humana, esté orientada hacia el bien común a largo plazo y no se someta a la economía.
En este camino Bergoglio eligió como principales aliados a los movimientos sociales, a quienes invitó en varias ocasiones al Vaticano y a los que visitó personalmente en su II Congreso Mundial en Santa Cruz (Bolivia), 9 de julio de 2015, para decirles que “el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales”.
Francisco y (la política) Argentina
Bergoglio se mantiene enterado e interesado en forma permanente de la realidad argentina. A pesar de su cargada agenda está comunicado con quienes le facilitan información y análisis acerca de la situación del país. Es asiduamente visitado por gente que llega desde Argentina. No todas esas visitas son públicas y protocolares y, probablemente, los más sustanciosos son los encuentros reservados en la residencia de Santa Marta donde vive el Papa austeramente y sin protocolos. A eso se suma la documentación que desde nuestro país llega por las vías oficiales y extraoficiales y los llamados telefónicos que –de forma reservada- el Papa hace de manera frecuente.
La pregunta que siempre surge –y que algunos medios de comunicación alimentan permanentemente- es ¿por qué no viene a la Argentina? En algunas últimas entrevistas públicas Francisco no ha descartado la posibilidad. Sin embargo, todo indica que ello no ocurrirá en tanto y en cuanto su presencia sea motivo de tensiones y tironeos sociales y políticos entre distintas facciones. Bergoglio pretende ser factor de encuentro y unidad entre argentinos y argentinas. Su regreso al país –que sin duda sería un acontecimiento multitudinario- tendría que ser una fiesta del encuentro. Para decirlo en términos de la política argentina actual: una manifestación “anti grieta”. Por el momento no parecen estar dadas las condiciones para que ello ocurra de esta manera.
Tendrían que reunirse una serie de circunstancias favorables y coincidentes para que Francisco vuelva a pisar y transitar las calles de su país natal.
Francisco y la resistencia (interna en la Iglesia)
A poco de su instalación en el Vaticano quedó en claro que Bergoglio tendría la oposición militante de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, en particular de aquellos que han controlado la curia romana durante el papado de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
¿Qué molesta a los conservadores? Podría decirse –para generalizar y haciendo una burda aseveración- que lo que incomoda es el cambio. Son muchos –de adentro y de afuera de las filas eclesiásticas- los que habrían preferido que todo siguiera como estaba.
Pero a la hora de enunciar algunos de los motivos hay que señalar que el Opus Dei no se resigna a perder espacios en el poder eclesiástico, que a los cardenales “curiales” –particularmente a los italianos- les disgusta la “internacionalización” del gobierno de la Iglesia y que, por añadidura, allí ingresen laicos y, para “peor”, laicas mujeres.
Molesta sobre todo que Francisco se haga vocero de los pobres y de los “descartados”, pero también que en términos eclesiásticos evite la condena a divorciados y homosexuales mientras le pone límites a los lefebvristas y dialoga con los teólogos de la liberación –aun señalando diferencias- y al mismo tiempo inaugura instancias de mayor participación en vista de una iglesia más asamblearia mediante el llamado “camino sinodal”.
¿Se puede decir que Bergoglio es, en determinado sentido, un “revolucionario” en la ICR? De momento no lo es y no lo pretende ser. Tampoco es un análisis que corresponda hacer en este momento. Habrá que esperar el tiempo necesario para evaluar los cambios que está generando. O quizás sea como señaló en Roma el teólogo estadounidense Richard Gaillardetz el 21 de octubre de 2022 en una conferencia en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia: “Francisco abrió de par en par una puerta que muy bien podría conducir a una Iglesia completamente reformada, inspirada en la enseñanza conciliar, pero en su mayor parte se ha mostrado reacio a atravesarla por su cuenta. Para que eso suceda, sospecho, debemos esperar a otro obispo de Roma”.
¿Va a renunciar? Ha dicho que no y subrayó que la renuncia del Papa no debe convertirse en “una moda”. Sin embargo, no habría que descartar esa posibilidad. Pero antes –afirman quienes más lo conocen- está dispuesto a dejar en marcha reformas institucionales irreversibles que deben estar garantizadas también por la elección de un sucesor que, lejos de echar todo atrás, pueda continuar sus pasos.