Desde Río de Janeiro

Muchas veces, como en este sábado 11 de marzo de 2023, me dejo navegar por la memoria.

Recuerdo detalles de lo que ocurrió otro martes 11, en septiembre de 1973, hace medio siglo, y al recordar me siento otra vez encubierto por una marea de indignación y dolor.

Yo vivía en Buenos Aires desde hacía unos seis meses, y dos días antes había llegado a Córdoba para reunirme con Agustín Tosco, el más mítico de los tres dirigentes sindicalistas que, años antes, habían encabezado el “Cordobazo”, una rebelión popular que ha sido clave para disolver la perversa dictadura del general Juan Carlos Onganía.

Poco antes de la una de la tarde de aquel martes empezó una movilización frenética e intensa. Eran centenares de personas, casi todas jóvenes, dirigiéndose a una estación de correos.

Pregunté a dos muchachos qué ocurría, y la respuesta me asustó: “Vamos al correo, que es donde se reúnen los voluntarios para viajar a Chile defender Allende”.

Alguien había recibido la noticia de que en Chile, poco antes de aquel mediodía, los militares se habían lanzado en un golpe contra el gobierno constitucional y democrático del socialista Salvador Allende (foto).

En seguida la noticia estaba en las emisoras de radio y televisión, y listo: aquella marea de muchachos, muchachas y unos tantos veteranos, todos listos para cruzar la frontera y defender la democracia chilena.

Pasaba un poco de las cinco de la tarde cuando supimos que no, ya no: Allende estaba muerto y los militares, con el general Augusto Pinochet a la cabeza, habían se apoderado del gobierno y de todo lo demás, hasta del aire.

Yo había estado en el Chile un año antes. Fui testigo del largo paro nacional de camioneros patrocinados por los robustos dólares enviados por un facineroso llamado Richard Nixon, entonces presidente de los Estados Unidos.

Una vez más, Washington se imponía sobre Nuestra América.

En febrero o marzo de 1974, no recuerdo la fecha exacta, volví a Chile, esta vez para entrevistar a Jaime Gazmuri, principal dirigente de la resistencia civil, o sea, no-armada, a la sanguinaria dictadura de Pinochet. Nos hicimos amigos para siempre.

Fueron pocas pero inolvidables jornadas de tensión suprema, y esa es otra memoria que cargo, intacta, en el alma.

El material – la entrevista, sumada a un par de crónicas contando el cotidiano de aquel Chile encubierto por nubes de terror – fue publicado en medio mundo, junto a un texto contundente y desgarrador sobre los últimos tiempos de Allende y de la democracia chilena, escrito por un colombiano llamado Gabriel García Márquez.

A raíz de esos textos tuvimos el honor de ver nuestros nombres inscritos en la relación de “enemigos de Chile”.

La verdad es que en su prepotencia olímpica, el dictador confundió las cosas: no éramos enemigos de Chile, pero de su régimen sanguinario.

Solo volví a Santiago, la ciudad guarnecida por la cordillera y que abriga el hermoso cerro de Santa Lucía, en el invierno de 1985.

Luego de doce largos años de niebla y perversidad, era otro el país, otra la ciudad, otras eran las personas. En todo lo que veía yo presentía las cicatrices de los tiempos de horror.

Volví muchas veces más, volveré otras tantas para recurrir los pasos de mi memoria. Pero en ningún momento lograré olvidar lo que he sentido aquel 11 de septiembre de 1973 en una Córdoba hirviente de solidaridad.

***

Pasados veinte y ocho años seguí, a la distancia, otra violencia brutal: el ataque a las torres gemelas de Nueva York, también un once de septiembre, el de 2001.

Frente al televisor, por un par de segundos me pregunté por qué insistían tanto en repetir imágenes del bombardeo registradas desde diferentes ángulos, hasta darme cuenta de que en realidad habían atacado y tumbado no una, sino dos torres inmensas, causando la muerte de miles de personas.

Ha sido el más brutal atentado jamás sufrido por los norteamericanos en su propia tierra.

Por primera vez en la historia, sintieron en la piel lo que su país hizo y sigue haciendo alrededor del mundo.

Para mi asombro, veo que hoy día surgen por toda parte justas y vehementes manifestaciones de protesto y repudio por los atentados padecidos por Nueva York.

Y al mismo tiempo veo que son pocos los que recuerdan lo que ocurrió en Chile en otro 11 de septiembre, el de 1973, gracias principalmente al gobierno de los mismos Estados Unidos donde está Nueva York.

Amarga ironía de la vida.

En silencio, vuelvo a bucear en mi memoria.

En silencio saludo aquel sueño chileno, frustrado pero ejemplar.

Saludo a los que perdieron la vida en defensa de la esperanza.

Y en silencio saludo desde el más fondo de mi alma al país soñado que podría haber sido, pero hasta hoy no logró ser.