Hay algo que el macrismo no sabe tratar, apenas maltratar, y es el espacio verde. Realmente parece que toda la cadena de decisiones del gobierno porteño se hubiera criado en algún barrio cerrado en el que una figura abstracta llamada “paisajista” inventa una naturaleza reemplazable. ¿Se secan las flores por el calor? Ahí viene un camión cargado de cajas de plantines para cambiarlas. ¿Se enferma un árbol? Pues basta que el jardinero traiga otro. La naturaleza se terceriza y se cambia según la moda en un contexto sin historia, donde todo tiene que ser moderno y divertido.
Este tipo de cabeza sin raíces no mira un parque o un espacio urbano como algo permanente sino como un terreno a tratar, algo no construido donde dejar la marca propia y si es posible hacer algún buen negocio. Un ejemplo es la estación de subte de la plaza Mitre, en Las Heras y Pueyrredón, que fue completamente destruida y cementada, y que ahora es una enorme colección de canteros de hormigón con arbolitos endebles, pasadizos de hormigón, entradas de hormigón y estacionamiento de hormigón. Fue un estupendo contrato para la constructora, es un estupendo contrato para el concesionario, es un desastre para los vecinos, que perdieron plaza.
Con lo que las obras en el cercano Parque Las Heras inquietaron con justa razón a los vecinos y una notable colección de ONGs porteñas. El macrismo intentó varias veces hacer exactamente lo mismo que en la Mitre, excavar rentables estacionamientos y llenar el parque de rampas hacia las profundidades. Esto podría ser más neutral al paisaje, excepto que para abaratar costos no se excava un estacionamiento por abajo del parque existente sino que se tala el parque, se cava a cielo abierto, se construye un techote de hormigón y luego se cubre con tierra. La tierra alcanza para el pasto y algunos arbustos, pero no para los árboles. Por eso los penosos macetones que luce la plaza Mitre, para darles espacio para las raíces.
Como este parque es un sitio arqueológico que contiene los cimientos y pavimentos del lúgubre penal -lugar donde se ejercía la pena de muerte en la Capital- los amparos terminaron siendo interminables y el gobierno porteño se rindió. Ahora, el proyecto es “poner en valor” el parque, y la misma frase inquieta por su tradición de ser la excusa para hacer las cosas así nomás. Por ejemplo, entre las pocas cosas que los funcionarios a cargo explicaron a los vecinos está que van a talar setenta y nueve árboles porque son “especies no aptas” que plantaron los mismos vecinos. Esta mentalidad de perro del hortelano despierta dos preguntas. Una es si lo que molesta no es que los vecinos se hayan hecho cargo de algo que su gobierno no hacía. La otra es desde cuándo hay especies “no aptas” en parque, ya que el argumento es perfectamente cuerdo en las calles, donde abundan los ficus que se rompen en las tormentas, pero no tanto en un parque.
El resto del proyecto preocupa por la cantidad de cemento que implica: rediseño de los senderos, caniles, circuito aeróbico, creación de “zonas de estar”. Como se ve, se sigue pensando que un espacio verde donde hay pasto y árboles está vacío, sin nada, y que una ciudad necesita tapar tanto verde con instalaciones, con construcciones, con objetos y lugares impermeables. No extraña que el contrato que ganó la firma Salvatori SA sea por 57 millones de pesos. De todos modos, hay que aclarar que esto es apenas un boceto del proyecto, que de ninguna manera fue difundido en su totalidad. Los vecinos dicen que le pidieron una y otra vez el proyecto completo al presidente de la Junta Comunal, Alejandro Pérez, que nunca lo exhibió.
Esto es llamativo e irregular, pero para más esta manera de hacer las cosas infringe la ley de comunas. El proyecto debería haber sido aprobado por el Consejo Consultivo de la Comuna 14 y además debería haberse realizado una audiencia pública y un informe de impacto ambiental para debatir la considerable disminución de la capacidad absorbente del parque debido a tanto hormigón. Para completar las irregularidades, algo que funcionarios municipales sí dijeron a los vecinos es que las talas van a continuar pese a que sigue en firme la orden del juez Guillermo Schleiber de que no se toque un sólo árbol sin su venia. El fallo del juzgado porteño 13 fue a raíz de un amparo por la poda asesina, sin la menor catadura técnica, que realiza el macrismo en nuestras calles. El Ejecutivo debe haber utilizado la orden judicial en los retretes, porque las podas siguieron por todas partes.
Ante eso, Agenda Urbana, Basta de Demoler, Manzana 66 Verde y Pública, Queremos Buenos Aires, Basta de mutilar nuestros árboles, Observatorio del derecho a la Ciudad, Observatorio de patrimonio y políticas urbanas, y varias otras ONG convocaron para hoy a las tres de la tarde un abrazo al Parque Las Heras. La cita es en la esquina de Las Heras y Coronel Díaz, el objetivo es mostrar el rechazo de los ciudadanos a esta barbarie, y la esperanza es que en un año electoral alguien se acuerde de los votantes y pare o modifique el proyecto.
Patrimonio industrial
En octubre se realiza la XVI Bienal de Arquitectura de Buenos Aires, que cuenta con un espacio dedicado al Patrimonio. En ese espacio, el ICOMOS va a realizar su encuentro de Comités Latinoamericanos en la Usina de las Artes, dedicado esta vez al patrimonio industrial y con el Comité Nacional para la Conservación del Patrimonio Industrial como invitado especial. En la misma línea, la actividad incluye también el IV Foro de Estudiantes y Jóvenes Graduados, dedicado al mismo tema. Como el encuentro está despertando mucho interés, el ICOMOS Argentina prorrogó hasta el 15 de agosto la recepción de ponencias para el encuentro patrimonial.
Negocios y nostalgias
Nueva York es una ciudad irreconocible para los que la conozcan con algunas décadas, las suficientes como para ver su evolución. La ciudad se fue poniendo más limpia, más segura, más cara, más capital del mundo, que es su vocación real. También expulsó a multitudes que ya no podían ni remotamente pagarse una vida neoyorquina, de alquileres estratosféricos, y se pasteurizó con la repetición de marcas: el café tiene que se de Starbucks, la camisa de Gap, la esquina de algún banco.
Los que lucraron con esto -y cómo lucraron- instalaron la sanata de siempre: que las ciudades evolucionan, que no se quedan quietas, que no hay que ser nostálgicos, que el cambio es vitalidad y el rascacielos la densificación necesaria para la vida contemporánea. Un coro de arquitectos y urbanistas empleados de los especuladores le dio lustre a estos camelos, pero por allá tampoco tuvieron tanto éxito como quisieran.
Un ejemplo es el flamante libro “Vanishing New York”, que acaba de publicar Jeremiah Moss, autor desde hace años de un blog imperdible. Moss es de los que opinan que la falta de variedad asfixia las ciudades y las empobrece de un modo claro, mensurable. Por eso, se dedicó a denunciar y difundir el constante cierre de negocios tradicionales, la desaparición de rubros enteros en ciertas zonas, el reemplazo de lo original y personal por lo corporativo adocenado. El blog es una obra maestra del cariño hacia lo variado y una verdadera historia de la vida cotidiana centrada en costureros, zapateros, libreros, fiambreros, cocineros, comerciantes de todo tipo, artistas desalojados, espacios públicos privatizados y otros etcéteras.
Un detalle divertido es que Jeremiah Moss -Jeremías Musgo- no existe, es el seudónimo de un psicoanalista cuarentón que ama su ciudad, la recorre y sabe verla. Moss, o como se llame realmente, tiene además una mente aguda que produce definiciones exactas. Por ejemplo, que acá no hay nostalgia ni “museísmo”, sino cuestiones muy concretas de mucho dinero. El centro del tema en Nueva York como en Buenos Aires no es el “cambio”, dicho así pasivamente, como si fuera un proceso biológico natural, sino el cambio neoliberal que arrancó en los años ochenta. La ciudad más interesante y contestataria de los Estados Unidos se rindió ante la presión especulativa, descartó regular los alquileres comerciales y zonificar los usos en detalle, y consideró algo positivo que todo subiera de precio espectacularmente. Nueva York se transformó en una ciudad con fuertes diferencias sociales y con ghettos de ricos, de muy ricos y de clases medias sólidas, que se van abriendo camino a costa del pobrerío desalojado. También se elogió como algo bueno la inversión ociosa de extranjeros que compran departamentos y los dejan vacíos por siempre. Este fenómeno de la “caja fuerte de ladrillos” es muy familiar para los porteños, es lo que justifica la misma existencia de Puerto Madero y es una estupenda manera de blanquear dineros sucios beneficiando a los especuladores. Especuladores como el actual presidente de EE.UU. y el de Argentina también.
El blog puede encontrarse con facilidad tipeando Vanishing New York y “blog”. Y ni siquiera hace falta leer inglés para pescar la idea. Las fotos solas hablan y cuentan la historia.