Al director y dramaturgo Mariano Saba le interesa “lo argentino como situación idiosincrática y política”. Esto se ha reflejado en anteriores trabajos suyos y vuelve a estar claro con Remar, un destino impropio, su última producción, resultado de un año de arduos ensayos en el Sportivo Teatral, el espacio de Ricardo Bartís (domingos a las 20 en Thames 1426). En decadencia, el Gallo Fiambre Boat Club –un club de remo argentino, “de dudoso abolengo británico”– acepta el desafío de competir en una regata clandestina en el Delta del Tigre. En medio de la carrera, una sudestada deja a dos hombres a la deriva. “Me parecía que el mundo del remo tenía muchos cruces y resonadores de la metáfora de la argentinidad. De la idea de remarla, de seguir adelante a pesar del naufragio. De que algunos reman y otros no, de que estamos todos en el mismo bote”, sintetiza Saba.

“En el medio se me cruzó algo interesante, la colisión entre ese universo y un texto literario que me convoca: La odisea. Me parecía que colisionaban de manera muy chispeante, que se organizaban como un terreno fértil para probar actuación, generar improvisación”, explica el director a PáginaI12, y ahonda en su manera de entender el teatro. “En el Sportivo se repite mucho la idea de que la construcción tiene que ver con una frontera entre la actuación y la dirección. A través de vectores espaciales y temporales, consignas y fragmentos de textos, la improvisación otorga secuencias. En esa acumulación, uno decide y va organizando no solamente un argumento, sino un relato de actuación: cómo los cuerpos en el espacio construyen un relato que está jugando con todos los significantes que producen.”

Saba fue asistente de dirección de La máquina idiota, obra de Bartís en la que actuaban los tres integrantes del elenco de Remar (Mariano González, Hernán Melazzi y Gustavo Sacconi). Además, todos habían coincidido en un entrenamiento en el Sportivo. Cuando terminaron las funciones de La máquina… decidieron encarar un proyecto conjunto. “Por suerte, Bartolo muy generosamente nos brindó el espacio para probar. Una de las dificultades de hacer teatro al margen es el espacio. Tenés que tener la posibilidad o la licencia de conquistar cierto relato de actuación que se va armando a través de los ensayos, para lo cual necesitás un lugar donde poder hacer pie. Además, el Sportivo es un lugar de pertenencia, de identificación con una estética y una idea de laburo”, expresa el director, que da clases allí y que nada sabía de remo al momento de encarar esta propuesta.

  A Saba le gusta mucho escribir. En este caso no dirigió, como suele hacerlo, a partir de un texto previo. No obstante, para familiarizarse con el particular universo que pretendían construir y trabajar “los cruces” con La odisea, escribió algunas escenas. “Eran hipótesis textuales, que no necesariamente pensaba trabajar con los actores”, cuenta. “Me puse a escribir y esas tres o cuatro escenas se terminaron tornando obra. Una obra larga, con casi nueve personajes, muy distante de nuestro grupo de tres actores”, completa. Este texto se llama Odisea doble par y funciona como precuela de Remar, que se convirtió en “una segunda parte autónoma”. Odisea… obtuvo una mención en el Premio Casa de las Américas, y el director ya fantasea con su puesta en escena o con presentar un díptico.

Cuando Poseidón confunde a estos personajes con Ulises y sus remeros, la obra dispara una pregunta por el destino. “Trabajamos con la imagen de un destino que están pagando estos remeros sin merecerlo. Cualquier semejanza con la realidad… la argentinidad suele ser una idiosincrasia cíclica, que vuelve a caer en la tragedia y el error, y que vuelve a redimirse, porque tiene cierta potencia para rearmarse. En esa potencia, lo argentino revela siempre cierto humor. Me parece muy redentor el hecho de poder reírse cuando te quieren imponer tristeza. En la risa ya hay algo de la conciencia de la lucha, de la resistencia”, sugiere el director.

  Una de las particularidades de la obra es el espacio que evoca y, en tal sentido, lo que demanda a los actores. ¿Cómo lograr que el público adhiera al contrato, que “compre” una historia de remeros a la deriva en una pequeña sala teatral de la ciudad de Buenos Aires, en la que está involucrado Poseidón? “Mucho tiempo del año y medio de ensayos luchamos con el verosímil”, se ríe Saba. “Es prueba y error. Los espacios ligados a la cotidianidad a priori no me estimulan a nivel imaginario. Me estimulan mundos más corridos”, define. Cuando empezaron a ensayar, sin “un mango” –todavía no contaban con subsidios– decidieron comprar materiales para armar un bote que se moviera. “Compramos hierros y una placa gigantesca, ruedas de camión que iban arriba de la plataforma y probamos. ¡Era horripilante! No había nada más enemigo de la ficción que queríamos construir que el verosímil de la realidad que queríamos imitar. Lo real a veces es enemigo de lo teatral. Volvimos a empezar de cero. Y empezamos a pensar en un teatrito, donde se encapsulara la convención, bien artificial: lo que se ve refiere a un bote de carrera, al Tigre, a los glaciares, pero nunca es eso. Había que apostar a lo artificial. Como si la realidad nos hubiera castigado por haber querido mimetizar”, explica.

Para Saba el teatro es un “compromiso intelectual, emocional y físico. Es un juego político. En un proceso cada vez más tecnológico y aislante, lo artesanal es político, porque trabajás con la inscripción poética de los cuerpos, en medio de una contienda de discursos, y en un mundo que apuesta más a la ausencia que a la presencia. Ante la distancia, lo teatral aparece como una apuesta rarísima, arcaica y poderosamente atractiva”.