Se produjeron tres episodios consecutivos que tienen a la vicepresidenta como protagonista. Corroboran su rol primordial. Pero, si es por las expectativas estrictamente electorales, volvió a asomar mucho antes la estadista, el marco, la guía, que una probable candidata.
Corresponde empezar por la información que subraya el desquicio del Poder Judicial. O de una de sus partes más significativas.
Los fundamentos del fallo que condenó a CFK quizá no sean asombrosos para gente experta o conocedora de hasta dónde puede llegar la pobrísima calidad jurídica de un tribunal, al margen de orientaciones políticas que en este caso son obvias.
El examen específicamente técnico de algunos aspectos debe quedar en manos de especialistas del área.
Pero cualquier lego con cierta capacidad analítica, que se haya tomado el trabajo de leer los argumentos centrales publicados en todos los medios, de derecha a izquierda, queda estupefacto.
Esta vez no se trata del lenguaje críptico que hace inentendible lo que se explica. Todo lo contrario.
Se entiende perfectamente lo dicho por el tribunal, y por eso no cabe menos que quedarse con la boca abierta.
Desde ya, el horror principal es que las 1616 páginas no muestran prueba directa alguna contra Cristina. Más aún, y aunque semeje inconcebible, los propios jueces admiten que sólo se basan en “pruebas indiciarias”.
Y hay un párrafo en particular que, más allá de poder juzgárselo como una obra destacada de terrorismo sintáctico, resume virtualmente todo.
Dicen los jueces:
“Ahora parece más sofisticado hablar de lawfare (como si las cosas al ser descriptas en inglés tuvieran más valor) para definir algo que en la realidad aparece sólo como una nueva teoría conspirativa -tan antigua como el propio Estado de Derecho-. Y cuyo destino no parece ser otro que el de transformarse en una coartada para eludir, ante los poderes judiciales democráticos, la rendición de cuentas por la comisión de delitos de corrupción o por otros relacionados al mal desempeño en el ejercicio de la función pública”.
Vaya una pregunta básica y apartada, se reitera, de que el Tribunal Oral Federal 2 deba asistirse con algún redactor o corrector, con ganas o experiencia.
¿Desde cuándo un juzgado argumenta conjeturas de carácter político para sostener sus veredictos?
¿O será que debe hacerlo en reemplazo de probanzas inexistentes?
De hecho, al no poder demostrar evidencias, se indultan por lo “dificultoso” de obtener “prueba directa”.
Así, cual calco de Sergio Moro cuando condenó a Lula, apoyan su sentencia en “íntimas convicciones”.
Es alucinante. Juzgan y dictaminan a través de interpretar indicios. Los jueces del tribunal, por tanto y a efectos prácticos, vienen a ser lo mismo que un comentarista cualquiera.
Quien recorra el texto se encontrará con expresiones como “la película completa”, que remite de inmediato a la teoría de los dos demonios. Y con otra que habla del “caballo de Troya” (???) para referirse a que en Santa Cruz, “la extensa provincia patagónica” (???), había “el presupuesto indispensable para el desarrollo exitoso de la empresa criminal (que no prueban por ningún lado) y sus múltiples aristas”.
El alegato del fiscal Diego Luciani, a mediados del año pasado, ya con una ausencia de pruebas absoluta y acompañada por una oratoria paupérrima, invitaba a que el tribunal subiera la vara.
Nadie esperaba que el TOF 2 fallara a favor de Cristina. Pero sí que, para no dar vergüenza entre sus propios pares, se esforzaría en disimular la mediocridad del fiscal con alguna argumentación jurídica sostenible. Algún elemento probatorio irrefutable. Alguna prosa más elevada para intentar la duda entre los indiferentes.
¿Tan bajo se ha caído como para que ni siquiera pueda aspirarse a un cinismo más profesional?
Claramente, la respuesta es afirmativa.
Igual de afirmativo que lo inequívoco de ser un tema interesante sólo para el público politizado, o con cierta inquietud en ese sentido.
Vale igual para la novela de chicanas y golpes bajos entre los cambiemitas, en cabeza de los adherentes a la Comandante Pato y “los tibios” que simpatizan con el alcalde Larreta.
Esa interna también ya aburre. Le importa a la señal televisa de Macri y otras contiguas; a las gastadas de las oficialistas sobre ellas; a las de los macristas contra los tiros en los pies del oficialismo. Y casi nada más.
Mientras tanto, para abonar, los radicales insisten en su clásica vacilación que termina, siempre, alineada con la derecha. ¿No (les) queda algún alfonsinista para testimoniar mínimamente otra cosa? ¿Ni uno?
En semejante panorama que alimenta a personajes estrafalarios, va de suyo que alguien con la estatura de Cristina continúa siendo eje.
Por amor u odio; porque representa a la más intensa de todas las minorías, o como reflejo de una sociedad en la que se siente inviable pensar en cualquier proyecto sin un liderazgo personal fortísimo, CFK hace que todo baile a su alrededor y el viernes volvió a ratificarlo. El país de la politización estaba pendiente de cada palabra de ella (aunque disminuido en comparación con otras veces). De cada gesto, de cada mohín, de cada pausa, de cada silencio, de cada énfasis.
La vicepresidenta sólo pudo haber decepcionado a los ansiosos. O a quienes no asumen que es persona de una sola palabra, que ya dijo en forma remarcada que no se postulará y que no entra en ninguna lógica que pueda corregir su postura. Si lo hace, estaríamos ante una de las sorpresas más espectaculares de nuestra historia política.
Fue otro discurso tan llano como brillante y tan reiterativo como estructural, con el clásico universo de distancia que le saca a toda otra figura. No (sólo) por la retórica, sino a raíz de cómo atraviesa abordajes fundamentales.
Se supo desde un principio, por ejemplo pero no el menor, que el acuerdo con el FMI era un asunto de coyuntura para evitar que “los mercados” provocaran un estallido cambiario-financiero muy probablemente terminal. Y que debería revisarse a la primera de cambio, o en cuantas oportunidades fuese necesario.
Con suma puntería, Cristina revalidó ese objetivo. Pero acentuó que es una obligación a la que debieran verse compelidas todas las fuerzas políticas. Y advirtió que para sostenerlo se nutre de números y no de ideología. Y agregó que para exponerlo alcanza con sacar las cuentas de los dólares que el país requiere no ya para pagarle al Fondo, sino sencillamente para funcionar.
Lo dijo tras haber engarzado una descripción notable sobre el tipo de economía que es la argentina, el papel del Estado, el dólar como patrón de conducta social, los versos sobre déficit fiscal, el choque entre crecimiento y distribución.
Después se podrá discutir si no debe asumir responsabilidades porque éste también es su Gobierno.
Y se podrá afirmar que el acto del sábado en Avellaneda fue vivificante porque, en principio, le dio lugar a una militancia que viene cascoteada y en bajón.
Si no hay un espíritu movilizador en bases indispensables y en torno a la unidad hacia adentro, como primer requisito, no hay más nada que hablar.
¿Cristina planteó medidas concretas? No.
¿Manifestó que la única receta para empezar es ponerse de acuerdo con oposición “responsable” incluida, en un par de asuntos elementales? Sí.
¿Habló de patear algún tablero? No.
¿Señaló que, como ya supo probarlo tantas veces, es y será todo lo pragmática que deba ser? Sí.
Entre preguntas y respuestas como ésas, para volver al comienzo, rige eso de la estadista, el marco, la guía. No la candidata.