Cuando Diego murió, todos los periodistas tuvimos casi como acto reflejo la necesidad de bajar ese acontecimiento a un texto o expresión. El hecho era sobremanera inspirador, aunque al mismo tiempo difícil de dimensionar en tiempo y espacio: ¿cómo hablar en pasado de un tipo que es para siempre?
Llegó un momento, además, en el que había más gente narrando que atendiendo esas narraciones. Lo cual, en otro punto, era entendible: el fenómeno Maradona atravesó a todos y nadie quedó ajeno. El problema es que no había forma de procesar en tiempo real la magnitud de lo que había ocurrido.
La conexión planetaria de Diego vinculaba a hitos geográficos muy definibles como Fiorito, La Paternal, el estadio Azteca, Napoli, Segurola y Habana, Cuba, Dubai. Pero hubo uno que aportaba la sorpresa de la novedad cuando todo ya parecía dicho: Bangladesh. El octavo país más poblado del mundo había desarrollado por Maradona una reverencia que en nada podría envidiarle a los tronidos de La Bombonera o el San Paolo.
La tribuna argenta conoció el fenómeno bangladesí durante el Mundial de Qatar, cuando llegaban desde un lejano país asiático imagines surrealistas: multitudes enfervorizadas en las calles por el exitoso andar de La Scaloneta. Entre Buenos Aires y Daca hay 17 mil kilómetros de distancia.
Tres años antes de eso, y un día después de la muerte del Diez, publicamos en este diario: “El curioso fanatismo de Bangladesh por Diego Maradona”. La historia había quedado fuera de la órbita periodística, aturdida por la polifonía de la hipercoralidad (en una escena que recuerda al sketch “El amigo de Maradona”, de Peter Capusotto). Una especie de: “si todos hablamos de Diego, nadie habla de Diego”. Pero de Bangla nadie había hablado aún.
En el texto contamos lo que ahora, más o menos, conocemos todos: los goles de Diego a Inglaterra en México 86 como polea de vínculo emocional y sublimación de revancha poética tras siglos de sometimientos padecidos a manos de la corona británica. A partir de ese entonces, Maradona fue una estampita que Bangladesh adoptó en las buenas y en las malas: cuando la FIFA ordenó suspenderlo del Mundial de Estados Unidos, el presidente Abdur Rahman Biswas decretó duelo nacional.
El deporte nacional de Bangladesh se llama Kabaddi. Es una especie de --a grandes rasgos-- “quemado”, solo que en vez de pelotas se usan las manos para sacar de la cancha a los rivales. El único que pudo percudir ese fanatismo en un país de 170 millones de habitantes fue Diego. Tres semanas antes de su muerte, el 30 de octubre de 2020, en ocasión de su cumpleaños número 60, las calles de Daca fueron cortadas para una ceremonia que incluyó una megatorta.
Aunque la selección de Bangladesh nunca logró nada destacable (jamás accedió a un Mundial y solo clasificó a una Copa Asiática en once intentos), el fútbol se mantuvo activo en un eje de transiciones emocionales con Argentina. Es que a Maradona lo sucedió Messi, portador de un fuego que renovó el idilio el 6 de septiembre de 2011, cuando la selección entonces dirigida por Alejandro Sabella jugó en Daca ante Nigeria en una noche de fiesta inolvidable para los bangladesíes.
El vínculo entre Argentina y Bangladesh, de todos modos, viene de antes del gol de Diego a los ingleses y la proeza de Argentina en México 1986. Ya en diciembre de 1971, la delegación argentina había promovido en la Asamblea General de la ONU una resolución que contribuyó a destrabar la guerra indo-pakistaní y, de esa forma, acelerar el reconocimiento de Bangladesh como estado independiente de Pakistán. Seis meses antes, un grupo de intelectuales argentinos enviaron a la Cancillería un documento en el que alertaban sobre las penurias de los bangladesíes refugiados en la India a causa del hostigamiento del ejército pakistaní. La misiva la encabezaba Victoria Ocampo, quien estaba especialmente interesada en lo que en su tiempo se conocía académicamente como Estudios Orientales.
En marzo de 1974, bajo la presidencia de Perón y con Bangladesh establecido como tal, se inauguró una sede diplomática en Daca. Mientras que muy poco después fueron enviadas donaciones de trigo, arroz y manzanas a un país que estaba padeciendo una fuerte hambruna producto de los desbordes del Brahmaputra, uno de los ríos más largos de Asia. Fue, en efecto, uno de los movimientos más ejecutivos de Perón por darle dinámica al Movimiento de Países No Alineados.
Para 1977, la dictadura militar decidió desmontar la embajada en la capital de Bangladesh y el vínculo entre ambos países continuó mucho tiempo regido únicamente por cuestiones comerciales, pero sin entorno institucional. A la inversa, la reciente reapertura de la embajada argentina en Daca supone una sucesión de acercamientos diplomáticos que datan, por lo menos, de 2009, cuando se registran los primeros acercamientos formales en foros internacionales.
Las posibilidades económicas de Argentina ante el octavo país más poblado del mundo merecen el detalle de un especialista en la materia (cosa que no es el caso de quien esto escribe). Sin embargo, en Bangladesh parece destacarse una obsesión más motivadora que el simple mercadeo de objetos y dinero: la posibilidad de que la selección de fútbol viaje a Daca para jugar contra el equipo local. Cosa que no sucedió en 2011, cuando fue Messi pero enfrentó a Nigeria. Y encender una nueva luz de bengala en ese cielo de constelaciones todavía hoy no del todo explicables.