Apenas pasada la hora señalada, se escucha la voz del anfitrión grabada, entonando los versos de “Contra todo pronóstico”. Es la nueva canción que da nombre a la gira. Es el inicio del ritual de concierto que incluye selfies, brazos en alto, voces y gritos que son la medida del entusiasmo. No se apagaron las luces del Movistar Arena de Villa Crespo y el espectáculo ya está en marcha. Ya en la penumbra, el ingreso de la banda despierta la primera ovación que se multiplica con la aparición en escena del hombre del incorruptible bombín. Con saco negro a rayas blancas, o viceversa, Joaquín Sabina se calza la guitarra y canta: “Cuando era más joven, la vida era dura, distinta y feliz…”

Las nuevas canciones de Joaquín Sabina son las primeras de un repertorio que a lo largo de dos horas irá sumando clásicos imbatibles en poesía y melodía: “Peces de ciudad”, “Princesa”, “Contigo”, “Por el bulevar de los sueños rotos”. Muchos de los temas que el público fiel y entusiasta que llenó el estadio vino a cantar con él. Las canciones nuevas son, casi sin excepción, una suerte de diario o acaso un manifiesto desde este lado de la vida: el de un hombre que, a los 74 años, declara a viva voz no arrepentirse de nada, tras tanto jugado encima. El juglar que al mismo tiempo no deja de manifestar el asombro que le provoca estar, justamente, de este lado de la vida, “de vuelta de todo y curado de espantos por viejo y por diablo”. Sabina se canta a sí mismo con su propia voz, que es la de todos los que cantan con él.

“Siempre he querido envejecer sin dignidad, aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho…”, dice en los versos de “Sintiéndolo mucho”. “Aunque entre el sueño y el papel algo se pierde, y con los años duele más cuando me escucho, fingiendo ser un estupendo viejo verde, y lo de viejo, sintiéndolo mucho”, agrega en este tema en el que es explícitamente biográfico: habla, entre otras cosas, de lo que significó su caída al foso de un teatro de Madrid que le provocó traumatismos varios, lo llevó al quirófano y lo sacó de los escenarios desde inicios de 2020 hasta ahora: “Muchos creyeron que me habían amortizado, cuando viajé del Wizink Center en camilla al hospital, con los dedos del Serrat entrelazados, devolviéndome las ganas de cantar”.

Hay un documental de Fernando León de Aranoa que acompaña esta gira y se estrenará próximamente que se llama así, Sintiéndolo mucho: “El pan de ayer no es un buen postre para hoy, mañana lunes es momento de inventarse y apostar, ya que Fernando me ha pintado en esta peli tal cual soy, un tahúr que no se cansa de arriesgar”, dice Sabina en la canción.

Una banda a su medida sostiene las canciones que Sabina canta con la voz cascada. Una voz que sin embargo, más que a delatar averías aprendió a desplegar su gramática de afectos. Ecos de blues, de ranchera, de canción francesa, de vodevil, asisten al verso siempre ingenioso y con filo suficiente para resistir el paso del tiempo.

El tecladista y guitarrista Antonio García de Diego es el que corta el bacalao en un grupo en el que la corista Mara Barros (que se luce en pasajes solistas como “Yo quiero ser una chica Almodóvar”) es otro sostén fundamental. Con ellos están la bajista argentina Laura Gómez Palma, Pedro Barceló en batería, las guitarras de Jaime Asua Abasolo y Montenegro Borja y Josemi Sagaste, en saxo, clarinete, flauta y acordeón. Una variedad de colores sonoros que a menudo concede el primer plano a las guitarras eléctricas, distorsionadas y efusivas, casi como la voz de cantor.

Del mismo modo que corresponde nombrar a los presentes, justo es recordar a los ausentes: Pancho Varona, quien durante cuarenta años y 14 discos fue el gran ladero de Sabina, hasta que una pelea reciente terminó con la histórica relación de manera inexplicada y algo escandalosa.

La gira que comenzó el andaluz el mes pasado en Costa Rica lo llevará a lo largo de todo el año por Latinoamérica, España y Londres, y el nombre de “Contra todo pronóstico” parece caberle muy bien. Los conciertos resultan todo un regreso (otro más) en la carrera de este hombre que se define con justeza como “un superviviente”, tras el accidente en el teatro madrileño que tres años atrás interrumpió su actividad. Este es entonces un regreso con sabor a balance y a reivindicación, evitando cuidadosamente la palabra “despedida”. Y así se anuncia: “Contra el viento implacable del paso de los años, contra la resacosa marea de unos tiempos a la deriva, Contra todo pronóstico, Joaquín Sabina, a sus 74 años, de vuelta de todo y curado de espantos por viejo y por diablo, regresa a los escenarios para deleite de sí mismo y de su público”.

El ritmo de gira no ha perdido intensidad: en marzo lo esperan cinco conciertos más en el Movistar Arena. Los del 15, 21, 23 y 27 ya están agotados. Quedan “ultimas localidades” para el recital del sábado 25. El 18 andará por el Estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba y el 29 estará en el Autódromo Municipal de Rosario. El 1° de Abril cruzará al Estadio Centenario de Montevideo. En su página web se anuncian luego conciertos hasta fin de año, muchos con el anuncio de localidades agotadas, por toda España y Londres, volviendo a cruzar el Atlántico para estar en Ciudad de México, Guadalajara, Nueva York y Miami. Las últimas fechas son el 18 y 20 de diciembre en el mismísimo WiZinc Center de Madrid, donde cayó al foso, todo un sabinesco gesto de revancha y celebración.

Lo que sí cambió, claro, fue el modo de encarar el escenario. Por empezar, con Sabina sentado durante todo el concierto en un taburete, moviéndose solo en un par de canciones que comparte, ahora sentado en una mesa, con la histórica corista Mara Barros, en escenas que también son clásicas de sus conciertos para “Y sin embargo” y “La Magdalena”. Y con un Sabina mucho más contenido en lo que dice entre tema y tema, o más precisamente enfocado en decir lo justo, incluso ahora recitando dos sonetos propios. Más allá de, claro, destacar el vínculo especial que mantiene con un lugar en el que dice sentirse “en casa”: “Qué ganas tenía de volver a mi Buenos Aires querido, porque las historias de amor no se explican con la cabeza, se sienten con el corazón”. Lo dice un poeta y hay que creerle.