-Esto sería una especie de abstract de una historia más extensa.
Empiezo por la madrastra, sigo con el espejo, aparece Blancanieves, el cazador, los hombres de baja talla y el Príncipe. Y vamos viendo.
La madrastra es una mujer hermosa. Dispuesta a sobrevivir en la parte privilegiada del reino, ejerce el poder a través de su belleza. Sin embargo, además de narcisista es una persona inteligente. Ella sabe que el reloj biológico avanza, que la juventud eterna todavía no se inventó. Aunque algunos hechizos y pases mágicos pueden ayudarla a sostener su piel lisa, sus ojos no pueden ocultar las marcas de la vida.
-Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del Reino?
Cada noche, cada mañana, de sol o lluvia, de felicidad o desasosiego, el espejo refleja lo que Ella proyecta sobre él, y le responde una y otra vez:
-¡Vos sos la más bella!
Pasado ese momento de tensión, la vida continúa sin sobresaltos.
En una mañana de niebla como tantas otras, la pregunta cotidiana formulada por la reina madrastra esconde su miedo oculto. Entonces el Espejo le confirma la mala noticia: a partir de hoy, Blancanieves es la más bella.
El cristal le refleja el horror, el miedo, el espanto, la rabia, la angustia. Grita, llora y patalea. Al fin se calma y piensa: ella tiene un solo principio en la vida, que es defenderse a sí misma. Si no puede detener el correr del tiempo, al menos puede impedir la presencia de mujeres bellas a su alrededor. Aunque se trate de su hijastra, Blancanieves. Empieza a elaborar un plan malo y feo. Es ella o la otra, confía en su decisión, comienza a materializar la idea. La comparte con el espejo.
El cazador entra en escena; recibe de la Reina una orden precisa: asesinar a Blancanieves. Con la misma afección con la que mata a una gacela. Ella dice que es lo mismo, que le tape la boca y los ojos, para que no pueda ver ni hablar.
Distante a unos cuantos pasadizos, patios y escaleras se encuentra Blancanieves. Es su hijastra no deseada, quien en poco tiempo ha pasado de ser una niña invisible a una adolescente hermosa, buena, de ojos color cielo de noche. Con labios rojos que dibujan canciones en el aire. Ella desconoce cómo la ven los otros; todo en su cuerpo ha empezado a crecer de manera incómoda, no le entran ni la ropa ni los zapatos.
Se le acerca el cazador, le pide que lo acompañe; van camino hacia el bosque de la muerte. Sin embargo, el hombre desobedece el mandato: le otorga a la chica una especie de libertad en un mundo salvaje, eso lo tranquiliza. Él no va a ser testigo del horror. Al abandonarla anestesia su culpa. ¿Al menos se pregunta si hay otra posibilidad entre la obediencia a su Reina y el abandono de la princesa? Aunque su actitud no es el tema central, ese acto de insubordinación posibilita que la historia siga aconteciendo.
Blancanieves no entiende por qué el cazador desaparece, se siente aterrorizada, corre entre los árboles sin rumbo. Hasta que las ramas dejan de arañarla, el espacio se abre, puede ver más allá, y encuentra esa casa chiquita, en el centro del círculo verde. Casi niña, queda fascinada con lo que ve; no duda en entrar. Agotada, se siente segura en esa casa de muñecas. Aún desconoce que su destino inmediato será cocinar, limpiar y lavar la ropa ajena.
Los leñadores, cansados de vivir en un reino que señala las diferencias de tamaño y cantidad, se han refugiado en el bosque, en un mundo sin medidas.
Blancanieves viene de ese lugar no deseado; al principio la rechazan, pero enseguida pueden percibir que ella tiene ojos distintos o modos de ver diferentes. Finalmente disfrutan de contemplar su belleza a pesar de ellos mismos; se inicia una transferencia de cobijo y afecto, cuidado y tareas domésticas. ¿Qué es lo que piensa ella, durante el día cuando queda sola? ¿y de noche? ¿Tiene algo para leer?
Pasan soles y lunas, meriendas y desayunos, la Reina se entera por el espejo -el artefacto también es una especie de Aleph, un dispositivo para ver todo lo que ocurre en el mundo en tiempo real- que Blancanieves no está muerta. Entonces construye un nuevo plan.
Es así como llega disfrazada de viejecita hasta la casita del claro del bosque. Detrás de la puerta le habla, la seduce para que reciba la manzana envenenada. Al escucharla, Blancanieves sueña con un mundo mejor para ella si come la manzana. Da el primer bocado, sin dudar, se entusiasma y come la fruta entera; le da sueño, junta las camas pequeñas recién tendidas y se acuesta transversalmente.
Al llegar del trabajo, los hombres la encuentran tiesa, como muerta. Para no perderla del todo, la guardan en un cofre de cristal, y ella queda así, a la intemperie, con flores a su alrededor.
El príncipe de otro reino muy lejano, chico bueno, que tiene aspecto y modales de alguien a quien nunca le falto amor ni alimento, llega allí una mañana fresca. La ve, no entiende la escena. Se guía por sus instintos, saca la tapa de cristal y la besa.
Blancanieves abre los ojos y siente los labios húmedos de alguien que jamás vio.
Mira alrededor, ve a sus siete amigos, todos contentos, escucha confundida que se la llevarán lejos, y recuerda sus deseos, aquellos que sintió cuando mordió la manzana; se siente agradecida, este hombre la transportará a otro lugar, quizás desde allí ella pueda decidir por sí misma qué cosa hacer con su vida.