La posibilidad de una muerte repentina, es algo que cada tanto la imaginación propone. Es como un sentir embalsamado que nos acompaña toda la vida, porque esa idea siempre aparece. ¿Qué pasa si me muero ahora? ¿Quién me encuentra? ¿Qué debo dejar preparado? Todo análisis me lleva a la misma pregunta del cuadro de Paul Gauguin: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?
Una novela describía las últimas horas de un faraón en su tumba de durlock, que dejaba clara la soledad del derpo. Cuenta uno de sus biógrafos, estafador, que las últimas palabras antes de viajar a la vida eterna fueron: “Siempre me quedó pendiente una noche romántica con los lentos de Phil Collins”.
Esto me lleva a imaginar el inmenso caudal de posibilidades de finales inciertos, y de los nervios me pongo a masticar un trapo de piso. La angustia puede ser infinita en una vida que desaparece, y a la vez, un interrogante en una antigua civilización que permanece. De este modo encuentro la salida que va del miedo a la muerte, a la idea salvavidas.
Será por eso que el misterio de Egipto me atrapa en una red de coincidencias. En ese sentido se me hizo presente una frase del filósofo Luisito. Mientras soldaba un caño en la cooperativa de trabajo, Los constituyentes, en Villa Martelli, expresó: “Egipto desapareció porque bardearon con la reforma laboral”.
Entonces pensé que aquella lucha gremial del pasado se abraza con la crisis laboral del presente. ¿Cómo hacer que el trabajo no desaparezca cuando las épocas cambian y los reclamos se renuevan? Eso tal vez tendrá que ver con la sal y sus circunstancias; porque el concepto de “salario”, antiguamente deviene de ese mineral; se pagaba con sal.
Resulta que el reclamo comenzó con un movimiento de hippies que se extraviaron en un intento de conexión extraterrestre, y terminaron a orillas del Río Nilo.
En la travesía por volver a un poco de vida familiar buscaron dinero y a uno de ellos se le ocurrió atribuirse la pose de los cuerpos en las pinturas del templo de Luxor.
Esa fantasía desencadenó en que todo se empiece a ordenar para exigir derechos postergados de los trabajadores que transportaban las enormes piedras.
Como un salto cuántico, el olor a hippie en el antiguo Egipto tuvo buena acogida por parte de los esclavos maltratados, y se logró una hermandad tácita para pelear por el trono del faraón.
Por esa razón, a esta lucha se sumó un movimiento aliado que defendía los efectos alucinógenos de la morcilla vasca. Es allí cuando el colega de Ramsés, enojado con esas manifestaciones exclamó: ‘’La pose del hippie desprendido tiene mucho más de frustración y resentimiento que de amor y paz’’.
De pronto el viento trae una versión del final de la civilización de Cleopatra, en aquellas escenas de Elizabeth Taylor interpretando a la emperatriz. Me resuena el relato de un vendedor de medias en el Cairo, que para atraer turistas inventó la teoría que en el antiguo Egipto solo usaban corbata los profesionales del derecho. Cuenta también que durante ese extenso debate sobre el trabajo esclavo y mal remunerado, se filtró la historia de un abogado que tenía ganado un juicio por usucapión. En su alegato afirmaba que existían reclamos del antiguo dueño de los lotes baldíos donde los egipcios edificaron las pirámides de Güiza.
Con gran esfuerzo había logrado llevar su caso a Tribunales y cuando se dirigía hacia allí, en el camino sufrió un altercado. Chocó con un carro egipcio y una de sus ruedas de piedra se desprendió, impactando contra un lateral del vehículo, que llamaba la atención por su imponente bañado en oro. El abogado, al ver obstruido su camino decidió descender y acercarse a dialogar con la parte involucrada. Quien conducía el lujoso carro, resultó ser el chofer del emperador. El letrado rápidamente supo desplegar su oficio y convencerlo de que peleara por sus derechos laborales mostrándole las condiciones infrahumanas en las que trabajaba.
Mientras tanto, un arquitecto que maniobraba el traslado de una columna, bajó a los gritos, intentando sumarse a la contienda, pero se encontró, sorpresivamente, con el poder absoluto del otro conductor. Parece que aquí se desprendió el embrión que daría fin a la primera civilización capitalista.
Se descubrió, a raíz de ese suceso, que el verdadero poder no lo tienen los emperadores. El poder está en las calles, en los héroes anónimos de toda la historia.
Ellos son como una liga que forma una logia urbana donde uno, desde la era del pueblo egipcio hasta los días de la actualidad, debe someterse a su veredicto. Me refiero, por ejemplo, al poder de los mecánicos. Porque se mezcla el trabajador que entra en rebelión; con el mecánico que negocia su poder frente al abogado que defiende sus derechos. Lo que sucedió es que el emperador estaba distraído eligiendo los tesoros de su tumba y subestimó el armado político que se estaba gestando.
Para tomar el camino de los cambios de ciclos, "se necesitan espíritus que marquen la época y no épocas que marquen espíritus": Dijo el soberano, que siempre tuvo el deseo de participar en Cantaniño. Ese coro de chicos que ilusionaba a los padres que miraban por televisión, el programa de Jean Cartier los sábados a la noche.
Por eso, todo puede sorprendernos en una emboscada cuando la rebelión nace en una discusión de tránsito. Allí el tráfico se pone lento y para que se libere hay necesidad también, de alguien que ponga la trompa.
Lo que es fundamental para un cambio concreto, es que la fantasía sea un recurso para seguir creyendo que se puede.
Un mundo nuevo, con pirámides masónicas, se precipita en las reformas que traen el vicio del emperador. Ante las exigencias de una esclavitud moderna, el imperio impone las reglas justas del trabajo, que como es costumbre, están flojitas de papiros.
La frase que resume toda esta cuestión, la dijo el gran organizador de los recitales en la Salada de los años 60: “Las reformas tienen la complejidad de pagar un precio alto en lo inmediato para lograr las comodidades presentes, y encima saber construir el gran valor de la paciencia porque los beneficios con que se pretende mejorar tardan mucho en llegar.
Finalmente un informe secreto develó que todo lo originó el avistaje de una nave extraterrestre. Parece que descendió para dejar un mensaje en el epitafio del faraón que se había negado a dar permiso para armar un woodstock en plena euforia de las clases trabajadoras.
En la tumba decía: “La verdadera integración extraterrestre no es que nos aplaudan a nosotros, que somos una civilización avanzada, sino que los aplaudan a ustedes. Les pedimos por favor que no se autodestruyan cada dos mil años”