En la sociedad hiperconectada e hiperestimulada, en la que proliferan discursos de todo tipo y formato, el libro perdió su centralidad pasada. Difícilmente un libro se convierte en tema de agenda, atraviesa distintos públicos y comunidades de sentido, para trascender más allá de la burbuja bibliófila. Y si ese libro, además, es de política, el campo de la acción humana más estigmatizado en esta época, el mérito es doble.
Es justamente lo que ocurre con “Conociendo a Perón”, las memorias de Juan Manuel Abal Medina: los que lo leyeron, lo recomiendan, los que no, lo leen apurados, para no quedar fuera de las conversaciones. Un libro es un texto determinado, en un contexto específico. Si “Sinceramente” fue, en 2019, más que un libro, un hecho político, que remarcaba la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner a pesar de la persistente campaña mediática y judicial en su contra, para convertirse en plataforma de lanzamiento de la fórmula presidencial que hoy gobierna, “Conociendo a Perón” es el libro que necesita este 2023. Trae al último Perón, el más ecuménico, el que recurre a toda su magia para administrar las tensiones internas del movimiento justicialista mientras acumula fuerzas y se mide con la dictadura.
Tan oportuno y necesario es este libro, que su caracter politico supera al comercial. "Alguien" decidió, días atrás, liberar la versión digital, que se viralizó rápidamente en todos los chats de militantes, dirigentes y funcionarios.
Es, también, el libro que necesita Juan Manuel Abal Medina, para saldar cuentas con la historia, para dejarles valiosísima información a los peronistas de hoy y de mañana, sobre dos personajes centrales del siglo XX, que tuvo el privilegio de tratar: el líder del movimiento justicialista y el líder de Montoneros. Abal Medina, que tenía entre 26 y 28 años cuando ocurrieron los hechos que narra, tiene hoy 78 años, los msmos que tenía entonces Perón.
Un joven abogado de clase media acomodada, de familia no peronista, por un encadenamiento fortuito de sucesos termina siendo, un par de años más tarde, el delegado del líder político más importante del país y la región, desde el exilio, y jefe de la campaña por su regreso, al país y a la presidencia. Si fuera una novela, sería atrapante. Pero es más que eso. Aunque algunos pasajes estén más o menos novelados, “Conociendo a Perón” es un libro histórico. Narra sucesos cruciales para el país, desde la perspectiva de uno de sus protagonistas. Esto es, tal vez, lo más importante. Le devuelve al drama la dimensión humana, accesible, que nos recuerda que el general Perón, Fernando Abal Medina, Héctor Cámpora, José Ignacio Rucci, Rodolfo Galimberti, Isabel Perón, José Lopez Rega, eran todos, sin excepción, hombres y mujeres de carne y hueso.
Si bien ese período del peronismo es el menos abordado, porque sus heridas aún duelen y supuran, cuando se lo aborda se lo hace desde una perspectiva solemne y rígida, que poco tiene que ver con su propia sustancia. Abal Medina narra la emoción incontenible de Perón al recorrer en auto, de noche, casi de incógnito, cada barrio de la ciudad después de 18 años o las dificultades de un octogenario para resolver sin ayuda cuestiones menores como encontrar los anteojos o atarse los cordones. La lucha doméstica permanente entre el deseo de asomarse a la ventana balcón de la casa de Gaspar Campos, en Vicente López, a bañarse en el cariño de su pueblo, y la marca personal de Isabel y López Rega para que no salga, no se resfríe, no se arriesgue.
Para la historia oficial, Leopoldo Marechal fue un escritor católico, autor de novelas, poemas, obras de teatro y ensayos, que simpatizaba con el peronismo -su primera novela, Adán Buenosayres, describe a los descamisados, a ese nuevo sujeto, pero es anterior al 17 de octubre- y se retiró de la vida pública tras el golpe del 55, haciéndose llamar “el poeta depuesto”, en solidaridad con Perón, “el tirano depuesto”. Para Abal Medina, Marechal no fue un intelectual pasivo sino un hombre inquieto y comprometido, factor central en el proceso de encuadramiento de ambos hermanos, Juan Manuel y Fernando, dos años menor. En la casa de Marechal o por su intermedio, los muchachos conocieron a Pepe Rosa, a Arturo Jaureche y a muchos otros que completaron su formación.
A Fernando Abal Medina y a Leopoldo Marechal, cuenta Juan Manuel, los unía su profunda fé cristiana. Tal vez por eso, Leopoldo le permitió a su joven discípulo leer, de un tirón, en su departamento de la avenida Rivadavia, en el barrio de Balvanera, el manuscrito de “Megafón o la guerra”, su novela póstuma. Es probable, señala, prudente, Abal Medina, que en esas páginas de ficción, Fernando haya encontrado la inspiración para la operación Pindapoy, el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu. La muerte de Marechal y el secuestro de Aramburu, ocurrieron en junio de ese intenso 1970, con pocos días de diferencia. El libro vio la luz, un par de meses después, a través de Editorial Sudamericana. En el peronismo, literatura y realidad, ficción y no ficción, se entrecuruzan y retroalimentan.
El entierro de Fernando es la primera circunstancia en la que Juan Manuel recibe, de primera mano, el cariño y respeto del peronismo, que se lo transfiere de su hermano a él. En el peronismo, el amor es transitivo, familiar. Es el inicio de una sucesión de viajes, aventuras y enredos. Juan Manuel será "un hombre de dos mundos", entre el cariño que le profesan los compañeros de su hermano y su lugar en "la corte", como llama Cámpora al entorno palaciego de Perón.
Abal Medina y Perón saben que, si éste vuelve a Argentina, su precaria salud se resentirá aún más. Saben que viviría más años y más tranquilo en Madrid, pero Perón elige el sacrificio. Lo que no sabe de antemano, pero comprobará pronto, es que el regreso es doblemente tardío. Por un lado, porque le queda poco tiempo y energía. Por otro, porque el conflicto interno ha superado ya el punto crítico y el derramamiento de sangre puede, como mucho, postergarse, pero ya no evitarse.
Perón, en la pluma y los recuerdos de Juan Manuel, es un padre que quiere por igual a sus hijos adoptivos, Rucci y Galimberti. José, “el Petiso”, y el “loco Galimba”. Administra tensiones y conflictos a base de campechanía, viveza, como un campeón de truco. Le duele Ezeiza como le duelen a cualquier viejo las peleas entre hermanos en su familia. Sabe que algunos juegan a otra cosa y los va raleando, alejando de su primer círculo.
“La vuelta de Perón era su victoria y viceversa”, concluye, didáctico, Abal Medina. Pisar suelo argentino era dejar en ridículo a la dictadura. Logrado eso, se encadenaron las siguientes victorias tácticas, en un efecto dominó que lo llevaría a la presidencia. A veces, en política, se agotan las palabra y hay que medirse. Y los objetivos se logran o no, se gana o se pierde. Perón, aconsejado por Abal Medina y su incondicional amigo Rucci, apostó y ganó.
Rucci es el otro gran reivindicado en este libro. Su crimen fue el dolor que Perón no pudo procesar, el que finalmente se lo llevó. Abal Medina narra con maestría su encuentro con Perón, apenas posterior al entierro. El silencio espeso, apenas roto por los ladridos lejanos de los caniches, la plena comprensión compartida del dolor presente y el drama que golpeaba a las puertas, la innecesariedad de abrir la boca, porque ambos, al cabo de esos pocos pero intensos años, se entendían ya con la mirada.
"Si Fernando viviera, esto no hubiera ocurrido", es la sentencia que sobrevuela. Abal Medina recuerda que, en ese momento, era reciente la incorporación de un sector de las FAR, no peronistas, radicalizadas, a Montoneros, organización que también estaba atravesada por tensiones internas. Y, coincidentemente, la frase de Fernando, en uno de sus últimos encuentros con su hermano mayor, poco después de los hechos de Timote: "Matar es terrible".
Leer “Conociendo a Perón” tiene un efecto terapéutico. Da ganas de compartir la mesa con alguien con quien uno se haya peleado feo, de repreguntarse la importancia de los conflictos internos. No le garantiza a nadie, peronista o no peronista, una hoja de ruta para escapar de sus fantasmas, sus dejá vu y su compulsión a la repetición, maníaca y a veces fratricida, pero aumenta las chances de lograrlo. Lo que sí garantizan sus más de 700 páginas son muchas horas de deleite. La política tiene sus modas. Algunas son ridículas. Esta es bienvenida.