Con la puesta en escena de Fausto, de Charles Gounod, comienza el martes, a las 20, la temporada lírica del Teatro Colón. Tras la inauguración de la programación general con seis funciones de Resurrección, la semana pasada en el salón Ocre de la Rural, el Colón regresa a su sede natural de la calle Libertad, para proponer uno de los títulos emblemáticos del grand-opéra francés: un serpentón en cinco actos, con escenas intimistas, cuadros grandiosos de kermeses y Valpurgis, momentos de ballet, escenografía elaborada y vestuarios vistosos.
“Fausto es una ópera que equilibra muy bien los momentos de intimidad con las escenas de gran despliegue; aunque con los cuadros grandes hay que tener mucho cuidado, porque en su monumentalidad pueden disgregar el clima de una ópera cuyo tema es la naturaleza humana y sus debilidades”, asegura Stefano Poda en conversación con Página/12.
Dos elencos de cantantes animarán las seis funciones, que contarán además con la participación de la Orquesta Estable y el Coro Estable del Teatro Colón, bajo la dirección de Jan Latham-Koenig. El martes 14, jueves 16 y martes 21, a las 20, y domingo 19 a las 17, el rol de Fausto estará a cargo del tenor armenio Liparit Avetisyan, mientras que la ascendente soprano rumana Anita Hartig será Margarita. El bajo ruso Aleksei Tikhomirov asumirá el rol de Mefistófeles. Vinicius Atique interpretará a Valentín, el soldado, hermano de Margarita; Juan Font hará las veces de Wagner, el amigo de Fausto; Florencia Machado interpretará a Siébel, un alumno de Fausto, y Adriana Mastrángelo encarnará a Marta Schwerlein, la doméstica de Margarita. Gastón Oliveira Weckesser como Fausto, Marina Silva como Margarita y Christian Peregrino en el papel de Mefistófeles, encabezarán el elenco de las funciones del miércoles 5 y sábado 18 a las 20.
Nacido y formado en Italia y destacado por su trabajo en todo el mundo, Poda es el encargado original de la puesta en escena, escenografía, coreografía, vestuario e iluminación de esta producción del Teatro Regio di Torino –donde se estrenó en 2015–, la Ópera de Israel y la Ópera de Lausanne, que es parte del ciclo Divina Italia impulsado por la Embajada de Italia en Buenos Aires y el Instituto Italiano di Cultura de Buenos Aires. “Esta producción de Fausto tuvo mucho éxito en distintos teatros y además logró imponerse en un ámbito que al principio no me hacía mucha gracia, que es el de la transmisión a través de las cadenas de cine. La transmisión establece una distancia que de alguna manera anula la fuerza de mi discurso, que es espiritual, que necesita del contacto directo con el público. Sabemos que el espectáculo en vivo es irremplazable, lo entendimos durante la pandemia, aunque reconozco que la tecnología ha avanzado mucho y nos permitió ser vistos el mundo, entre 2015 y 2016. Ahora me encanta poder traer físicamente esta producción a Buenos Aires, al Teatro Colón, donde me siento como en mi casa”, continúa el director de escena, a quien muchos recuerdan por la atractiva puesta de Nabucco en la temporada pasada.
Gounod compuso Fausto sobre un libreto de Jules Barbier y Michel Carré, a partir de la propia pieza teatral Faust et Marguerite, a su vez inspirada en la primera parte del drama que Wolfgang Goethe publicó en 1808. Estrenada en el Théâtre Lyrique e París en marzo 1859 como opéra-comique –es decir, con diálogos hablados–, el Fausto de Gounod se convirtió enseguida en emblema de la ópera francesa. El éxito inicial le permitió varios debuts internacionales y sucesivas transformaciones. En 1860 se estrenó en Estrasburgo con los recitativos cantados, en 1862 debutó en La Scala de Milán con una traducción al italiano que sería muy representada durante décadas y en 1863 se puso en escena en Londres con el agregado del aria de Valentín “Avant de quitter ces lieux”, escrita para el famoso barítono Charles Santley. En marzo de 1869, finalmente, Fausto debutó con forma de grand-opéra en la Ópera de París, para lo que Gounod agregó siete episodios de ballet, insertados como continuación del cuadro de la noche de Walpurgis.
“Lo que hice para esta puesta es lo que hago siempre: sentir la ópera como el lugar de encuentro de todas las disciplinas del arte”, dice Poda. “Vivimos una época de hiper-especialización, que es lo opuesto a Renacimiento, lo opuesto a cierto humanismo que trato de defender”, continua el director de escena. “En este sentido, el drama de Fausto resulta oportuno para hablar de esto. ¿Quién es Fausto? Es el hombre de hoy, deshumanizado, que cada día debe afrontar la dialéctica entre esperanza y desilusión, que preso de un poder tecnológico que no le da seguridad vive una falsa modernidad. Es el hombre que de repente cae en la depresión y busca una salida sin importarle el precio. Me importa que de alguna manera el espectador se refleje en ese personaje y que la música le permita liberar su pensamiento”, sostiene Poda.
Un anillo domina una escena sin referencias precisas de época. Se mueve lentamente, como marcando el paso del tiempo, que es también la distancia de un camino. “Mi lenguaje nunca es realista, sino más bien abstracto y fantasioso. En esta oportunidad también pensé en el anillo, que como un reloj sigue las curvas de la música”, dice Poda. “En el final de su drama, Goethe le hace decir a Fausto ‘Solo he corrido, en mi vida’. Eso es lo que de una manera u otra todos hacemos en nuestras vidas, acaso persiguiendo metas que no terminamos de entender. Como un hámster sobre la rueda”, continúa el director de escena y agrega: “Lo importante es recomenzar, saber empezar de vuelta. Los momentos importantes del drama son aquellos en los que todo parece perdido y sin embargo se recomienza, como en un círculo”.
Como todo clásico, el Fausto de Goethe, también en la visión de Gounod, se presta a distintos niveles de lectura. Atento a esto, Poda juega con los simbolismos de una obra siempre abierta. “De las raíces profundas siempre brota algo. Le toca al público leer la hoja o la raíz. Gounod musicaliza un libreto que representa la ópera de una época. Y a su público. Ese es el encanto de la ópera. Me fascina pensar a la ópera como un templo laico, donde se operan las virtudes del pensamiento, pero más que el grado de lectura importa la predisposición. Cada uno puede hacer su propio nivel de lectura y eso también es un desafío para una puesta. Mi oficio es ofrecer al espectador la posibilidad de engancharse y en todo caso encontrarse a sí mismo”, concluye Poda.