El niño que se hizo escritor para reflejar el dolor de un pez fue un gran explorador del sufrimiento humano. En 1963, unos meses después de que nació su primer hijo, que padece una hidrocefalia severa y autismo, viajó a Hiroshima para ver los efectos que había ocasionado la bomba atómica y entrevistar a los sobrevivientes del infierno. Entonces quedó impresionado por el coraje, la manera de vivir y de pensar de esos hombres y mujeres, víctimas y testigos de una ciudad en ruinas que nunca se pudieron olvidar del olor de la muerte. No sólo decidió resistir y luchar como ellos, sino que la experiencia, ese mano a mano con las cicatrices del espanto, lo impulsó a revisar sus ideas y asumió un sentido moral de la existencia. Desde aquel momento, miró el mundo con los ojos de la gente de Hiroshima. El escritor japonés Kenzaburo Oé, premio Nobel de Literatura en 1994, murió en Tokio a los 88 años, el pasado 3 de marzo, según anunció su editorial Kodansha en un comunicado en el que solicitó que por respeto no se contacte a la familia del autor de Una cuestión personal, que ya celebró un funeral en la intimidad, aunque aclaró que próximamente habrá una ceremonia pública.

El dolor de un pez

nació el 31 de enero de 1935 en la isla japonesa de Shikoku, donde pasó su infancia y adolescencia.“Desde niño tengo interés en cómo nuestro limitado cuerpo encaja el sufrimiento. De pequeño, yo iba a pescar. Y me fijaba en el pez con el anzuelo clavado, que se movía mucho. Sufre horrores, pero en silencio: no grita. El niño que yo era pensaba: ¡cuánto dolor inexpresado! Ese fue el primer estímulo que me llevó a ser escritor, porque pensé que los niños tampoco podíamos hacernos entender bien. Me hice escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un profesional de la expresión del dolor humano, al que persigo mostrar con la mayor precisión posible”, recordaba el escritor.

La infancia es un manantial de anécdotas y relatos. “Kenzaburo lleva una ropa muy rara”, decía la gente. Esa rareza visual tenía una explicación: su madre le cosía siempre un bolsillo muy grande para que llevara un libro para leer y, en el otro lado, le cosía otro más grande aún para pudiera guardar el diccionario y buscar las palabras que no entendía. ¿Qué libros le ponía su madre en ese bolsillo, en esa biblioteca ambulante? En plena guerra, por ejemplo, conseguía novelas extranjeras como Huckleberry Finn, de Mark Twain. Más allá de la ineludible impronta japonesa, su narrativa se fue configurando bajo múltiples influencias, entre las que se destacan Dante Alighieri, Francois Rabelais, Honoré de Balzac, Edgar Allan Poe -a quienes estudió a fondo-, además de Jean-Paul Sarte, Albert Camus, William Butler Yeats o Wystan Hugh Auden. Esa madre que el hijo definía como una mujer “tierna” al envejecer se volvió “muy dura y exigente”. Cuando a Oé le dieron el Nobel, los periodistas fueron a visitarla a su aldea, y ella les dijo: “En Asia ha habido dos escritores muy buenos y sólo uno de ellos, Tagore, obtuvo el Nobel. Comparado con él, mi hijo es una basura”.

Estudiar Letras Francesas en la Universidad de Tokio dejó rastros significativos en su literatura, influida inicialmente por Jean-Paul Sartre. El existencialismo francés le permitió reformular la realidad japonesa, mancillada por el resultado de la guerra y el desenlace nuclear al que fue sometida. El joven escritor que publicó en 1957 La presa -en la que narra la captura de un piloto norteamericano negro en Japón durante la II Guerra Mundial-, recibió el prestigioso Premio Akutagawa (galardón instituido en honor del escritor Ryūnosuke Akutagawa, que se suicidó en 1927) un año después por esta novela que fue llevada al cine por Nagisha Oshima. Para el hijo del aldeano en cuyo sótano se habilita la cárcel la llegada del piloto negro es una especie de acontecimiento maravilloso. En la castiza traducción Arrancad las semillas, fusilad a los niños, bucea en las proezas de quince chicos adolescentes de un orfanato, evacuados en tiempo de guerra a un remoto pueblo de montaña, cuyo alcalde cree que hay que suprimir a los revoltosos “desde la semilla”. Hay un modo de narrar que se cristaliza en los pliegues de un puñado de frases: “En aquellos tiempos de muerte, de locura, parecía que sólo los niños éramos capaces de establecer estrechos lazos de solidaridad”.

Un bebé monstruoso

Un interrogante estalla como una bomba atómica ante los ojos de los lectores. “¿Qué significaría para nosotros, mi esposa y yo, pasar el resto de nuestras vidas prisioneros de un ser casi vegetal, de un bebé monstruoso?”, se pregunta Bird, el narrador de Una cuestión personal (1964) cuando se entera de que su hijo nació con una hernia cerebral y los doctores no saben si sobrevivirá. En 1963, el nacimiento de su hijo Hikari, nombre que significa luz, marcó la vida y la literatura de Oé. “Si quiero enfrentar mi responsabilidad, solo tengo dos caminos, o lo estrangulo con mis propias manos, o lo acepto y lo crío. Lo sé desde el principio, pero no he tenido valor para aceptarlo”, dice Bird, ese profesor de inglés de 27 años que planeaba huir a África, y espera que los doctores lo llamen del hospital y le confirmen la muerte de su hijo.

Foto: AFP

En esa zona de incertidumbre pautada por la espera transcurre esa excepcional novela en la que Bird protagoniza un viaje autodestructivo buscando huir de sí mismo y del mundo. No es casual que el propio Bird se inscriba en la estela narrativa kafkiana: “Kafka, ya sabe, le escribió a su padre que lo único que puede hacer un padre por su hijo es acogerlo con satisfacción cuando llega”. El escritor, en la vida real, educó a su hijo Hikari, que se convirtió en un compositor de música de cámara gracias a su asombrosa capacidad para imitar el canto de los pájaros y cuyas piezas han sido ejecutadas por Mstislav Rostropovich y Martha Argerich. “Mi hijo mentalmente incapacitado Hikari fue despertado por las voces de los pájaros a la música de Bach y Mozart, eventualmente componiendo sus propias obras”, repasó en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura. “Como Hikari pasó a componer más obras, no podía dejar de oír en su música también la voz de un llanto y el alma oscura”. ¿Cómo se sale de la incursión narrativa hacia lo más oscuro y monstruoso? “Cuando estás dentro de una cueva privada -reflexiona Bird- al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne a ti y a todo el mundo. Eso recompensa los sufrimientos padecidos. ¿No le ocurrió así a Tom Sawyer? Tuvo que sufrir en una cueva oscura, pero al mismo tiempo encontró el camino hacia la luz y un saco de oro”.

Todo el trabajo intelectual del escritor, como él mismo lo reconoció, estuvo sostenido por tres pilares vitales: el nacimiento de su hijo discapacitado en 1963, el viaje que realizó a Hiroshima ese mismo año y el que hizo a Okinawa, dos años después. Luego de esos viajes publicaría los ensayos Cuadernos de Hiroshima (editado en español en 2011) y Notas de Okinawa. El primer viaje a Hiroshima, el “más extenuante y depresivo” de su vida, fue para escribir una nota sobre el desarrollo de la IX Conferencia Mundial contra las bombas atómicas y de hidrógeno. Al cabo de una semana de estar allí, encontró la llave para salir del “profundo pozo neurótico y decadente” en el que había caído. El contacto con el dolor extremo de los sobrevivientes sacudió su estantería existencial al hablar con ancianos condenados a la soledad, mujeres desfiguradas y, sobre todo, médicos que luchaban contra los efectos tóxicos de la radiación. “Los japoneses que vivieron la experiencia de la bomba atómica en sus propias carnes, no pueden considerar la energía nuclear en términos de productividad industrial, es decir, no deben intentar extraer de la experiencia trágica de Hiroshima una ‘receta’ de crecimiento”, escribió en uno de los ensayos del libro.

La falacia moral de los “suicidios en masa”

En Notas de Okinawa, que permanece inédito en español, indagó en la manera en que su país recordaba los llamados “suicidios en masa” de civiles en las islas okinawenses, antes de la llegada de las tropas norteamericanas, cerca del fin de la guerra. Cuando visitó el templo en honor a las víctimas en Yasukuni, descubrió que se las honraba como combatientes de guerra, aunque la mayoría eran no sólo civiles sino hombres, mujeres, ancianos y niños. Juan Forn en una de sus contratapas precisó que lo que ocurrió en aquellas “abominables jornadas” de 1945 fue que las tropas imperiales, en su repliegue, ordenaban a los civiles de cada aldea a que se suicidaran antes de caer en manos del invasor, “en algunos casos entregándoles granadas de mano, en otros obligando a los jefes de aldea a arrear a la población hasta los acantilados para que se arrojaran todos al vacío”. Oé sostenía en su libro que era una falacia moral llamar “suicidios en masa” a aquellas muertes inducidas y que era indispensable para la memoria colectiva japonesa que no se escamoteara lo que había sucedido realmente. Con este libro como insignia, además del trabajo del historiador Saburo Ienaga (La Guerra del Pacífico), los manuales de historia que utilizaron los estudiantes japoneses desde 1970 se refieren al episodio como “los suicidios en masa inducidos por el ejército imperial”.

La belicosa derecha japonesa avanzó sobre el escritor en 2004. Los descendientes de uno los comandantes militares de Okinawa durante la guerra se presentaron en los tribunales japoneses y, amparándose en un libro de 1973 de la historiadora revisionista Ayako Sono (La historia detrás de un mito), exigieron que se retiraran inmediatamente de circulación en todo Japón esos manuales de historia y que Oé pagara 200 mil dólares en resarcimiento por las supuestas “calumnias” que contenía su libro sobre Okinawa. Finalmente, la justicia japonesa desestimó la demanda contra el Premio Nobel de Literatura. Oé fue uno de los fundadores del grupo pacifista Asociación pro Artículo 9, cuyo objetivo era defender la cláusula de la Constitución de 1947 que obliga a Japón a renunciar a la guerra para resolver disputas internacionales. “Si me califican de izquierdas porque defiendo una apertura universalista de Japón, no sólo no me molesta, sino que lo asumo encantado. Estoy contra todos los nacionalismos. Quiero desempeñar este papel que sirva para universalizar a nación. Lo peor para Japón es enquistarse en su nacionalismo. No sirve para nada. No ofrece ninguna esperanza de futuro para el país”, declaró luego de convertirse en el segundo japonés en conseguir el Premio Nobel de Literatura por crear “con una gran fuerza poética (…) un mundo imaginario donde la vida y el mito se condensan para formar un retrato desconcertante de la frágil situación humana”.

Contra el emperador

No había para él ningún valor superior a la democracia. Consecuente como pocos en un mundo donde no prevalece el valor de la coherencia, se negó a aceptar la Orden de Cultura de Japón -un premio muy codiciado porque le daba derecho a una pensión- porque era un reconocimiento otorgado por el emperador. “Cuando era pequeño, viví cómo se consideraba al emperador una deidad, en el marco de un nacionalismo muy fuerte. Y eso me da miedo, es lo opuesto a la democracia. Para mí, rechazar ese premio era rechazar la potestad del emperador para reconocer mi obra y darme un galardón. ¿Quién es él para decir que soy un buen escritor? A pesar de que renuncié a mi paga, grupos de ultraderecha y de derecha se manifestaron frente a mi casa: ‘¡Usted no es japonés!’, gritaban”, comentó el escritor en una bellísima entrevista con el periodista catalán Xavi Ayén en Tokio, publicada a fines de 2005 en el diario español La Vanguardia.

 

Ningún dolor humano le era ajeno. Tras el accidente nuclear en Fukushima, en 2011, escribió diversos artículos periodísticos en los que afirmaba que Japón tenía “el deber sagrado” de renunciar al uso de la energía atómica. En The New Yorker denunció a la industria nuclear japonesa a la que acusó de “falta de respeto por la vida humana” y calificó como “la peor traición posible a la memoria de las víctimas de Hiroshima”. En 2015 se sumó a las protestas contra la intención de Shinzo Abe de permitir a soldados japoneses luchar en el extranjero. 

Gran parte de su obra orbitó en torno a complejos acontecimientos de su vida privada. En Renacimiento, publicada en español en 2009, se inspiró en el suicidio del cineasta Juzo Itami, cuñado del escritor, un hecho que conmocionó a la sociedad japonesa y que todavía se le adjudica a los yakuza, la temida mafia nipona. El autor de Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, El grito silencioso, Un amor especial, Muerte por agua, La bella Annabel Lee y Adiós, libros míos, entre otros títulos, deja como legado una escritura de una desgarradora belleza, y algunas frases que emergen de sus mejores páginas y que resonarán ahora y tal vez para siempre: “Cuando quiero mirar nuestro mundo con los dos ojos, lo que percibo son dos mundos superpuestos: uno luminoso y claro, sorprendentemente nítido; el otro impreciso y sutilmente sombrío”.