Un pibe y un piano. Como las mejores historias, así empezó todo: simple. A los 7 años, en algún lugar de los 27 kilómetros diagonales de La Plata, Juan Baro encontró en el piano de su abuela -por casualidad, por inercia- una nueva forma de leer el mundo. Lo que siguió es una de esas anécdotas tan insólitas que parecen un glitch en la Matrix.

Pasó un día como cualquier otro de un año como cualquier otro. Lucio Consolo, el cantante de Peces Raros -quizás el dúo de rock electrónico más influyente en salir de La Plata-, hablaba por teléfono con un amigo. En el fondo se escuchaba un piano: era Juan Baro. El pibe ya no tenía 7 años y el piano era algo más que un pasatiempo simple, y Lucio Consolo lo notó. Hoy, a los 23, Baro es parte de la formación estable de Peces Raros y se encarga de los sintetizadores, una de las claves de la identidad de la banda platense.

Pero Baro también es un artista por derecho propio. Su primer disco solista, Día de noche (2022), reúne la textura electrónica de la banda que lo formó, un pulso pop que desborda personalidad y un código estético propio que otros artistas tardan años en encontrar. Si la música es el rastro de un cuerpo, las ocho canciones de Día de noche se mueven sin fisuras entre la pista de baile y la soledad de la habitación, desde la dosis de éxtasis hasta el bajón químico del día después.

"Es un disco denso que termina con un atisbo de esperanza", resume este artista capaz de citar entrevistas de Spinetta con Ginzburg, pasajes de Nuestra parte de noche, poemas de Girondo y nombres como Baudelaire, Auster, Borges y Bioy Casares, pero también Billie Eilish, Kim Petras y Charli XCX.

Para Baro no hay dos extremos que sean irreconciliables. De hecho, cuanto mayor sea la distancia entre dos conceptos, mejor: es ahí donde se generan nuevos sentidos. "La gema a pulir que tiene un artista, en general, es la posibilidad de crear ficciones. Me parece que, tanto en un disco como en un show, la particularidad de cada artista reside en crear un mundo de ficción", aventura Juan.

--¿Qué historias querés contar?

--Siempre son ficciones, para mí, por más de que se hagan referencias bastante explícitas a cosas que nos pasaron. En Día de noche, lo que propongo es un paisaje donde conviven un montón de contradicciones. En todo el disco está muy latente la pregunta de cómo creemos que son las cosas (el cielo es celeste, la noche es negra, ponele), cuando en realidad lo que me interesa es qué porción de oscuridad hay en el día y qué porción de luminosidad hay en la noche.

--Hablando de contradicciones, en varios pasajes del disco rimás "dolor" con "amor". O ponés "fiesta" y "funeral" en el mismo nivel.

--Sí, el amor y el dolor como parte de la misma cosa. Hay una idea muy presente en el disco de sentir que esas dualidades nos están atravesando permanentemente. Todo el tiempo estamos viviendo una fiesta y un funeral, un blanco y negro constante. Siempre hay una dualidad, porque la vida y la muerte no son más que eso. Estamos siempre motorizados por eso que nos destruye.

Foto: Cecilia Salas

--"Me acerco a la oscuridad con mi tierna sonrisa", cantás hacia el final del disco. ¿Se puede interpretar como un reflejo del paso hacia la adultez?

--No lo había pensado. En la música, creo que adolecer o madurar es también una contradicción porque el efecto lúdico que tiene, el aspecto de juego constante, requiere nuestra parte más de infante y de mirar de una manera particular las cosas. Creo que ser adulto es empezar a consolidar momentos, tanto en lo musical como en lo personal.

--Susan Sontag dice que escritor es quien descubre el uso del sufrimiento en la economía del arte. ¿Qué peso tuvieron el dolor y el sufrimiento al componer este disco?

--A los artistas nos pasa lo mismo que a los psicólogos: si no existiera la angustia, nos quedaríamos sin trabajo. Justamente el arte tiene la capacidad de explorar otros sentimientos, algunos mucho más gloriosos y quizás menos bajoneros que el dolor. Como estar de fiesta o el amor: está buenísimo y es algo que también exploro. Pero es verdad que en este disco está la idea de que siempre, en algún momento, llega el dolor. Igual que el amor, pero el dolor llega y nos da la sensación de que perdimos algo para siempre.

--Y en Amo decís: "Amo el placer de pervertir la tradición nacional". Se puede decir que, en buena medida, tu disco hace precisamente eso.

--Ahí está la cosa más punk de creer que no puede ser que siempre estemos condicionados por la tradición. Me gustan las escuelas y las corrientes de pensamiento y de fórmulas musicales, y en un punto no podemos escapar de la tradición. Pero de eso se trata esa frase: de querer romper lo que no se puede romper. Cuando digo que amo ese placer, también soy parte de una tradición que quiso romper con otra. En ese círculo está la joda, es como decir "soy contradictorio y me la banco". Y también hay algo del aburrimiento de las cosas que ya sonaron y del dogma que se genera a partir de eso. El dogma de cómo tiene que ser un rockero, cómo tiene que ser un pintor, un poeta, lo que sea.

--¿Cómo manejás la tensión entre el respeto por esa tradición nacional y la rotura de sus límites?

--Siento que ahora es un momento donde tenemos tanto cambalache en la cabeza... Yo escucho desde tango hasta punk, música clásica, rock y sobre todo electrónica, y es muy difícil quedarse con una cosa. ¿En dónde te ubicás? ¿En el rock psicodélico o en el punk, te gusta Charly o Spinetta, Los Redondos o Soda Stereo? Es difícil salir de ahí y suena tibio decir que sos "gris", que sos una cosa medio híbrida entre las dos. Entonces, qué difícil es hablar de influencias cuando estás haciendo algo que quizás a ese movimiento no le gustaría. Si digo que hago punk con mi música, un punk me diría que soy un chanta. En un punto creo que siempre estoy haciendo música que le habla al pasado desde el presente, y esperando que se escuche en el futuro.