La fotografía no es un lenguaje que use palabras. Por eso Carlos Furman no sabe decir lo que se esperaría, lo que calmaría las ganas de saber de un público imposible como el contemporáneo que tiene en la mano infinidad de respuestas naufragando en el magma de metal, plástico y ondas vibrando en sus bolsillos. Carlos Furman no comprende su estilo o lo que sea que hace cuando ve una foto. La ve porque en general la foto suele estar ahí flotando a la espera de un ojo que la pesque, y esto lo dicen muchos que de eso sí saben, que resumen al azar su presencia en el momento justo, como piensa Eduardo Longoni, gran fotógrafo argentino, que hablan del “instante decisivo”, como descubrió Cartier Bresson, fotógrafo admirado por la historia, y además, francés.
Es como el trance creativo en el que creían los románticos bajo cuyo efecto impredecible la mano era poseída por la obra, y entonces una se transformaba en poeta. Carlos Furman tituló su muestra, quizás la más insignificante para los que conciben la fotografía como herramienta –la vieja querella: “el arte por la causa” contra “el arte por el arte”-, Historias sobre lugares lejanos porque debe ser sincero en su sentir, en su sentirse perdido cuando la idea llega, y “un sueño escondido” porque… Desde el momento que vio al espíritu que poseía las marionetas de Tadeusz Kantor, artista polaco, y Philippe Genty, titiritero francés arriba del escenario en el Teatro San Martín (en la década del ’80 cuando Furman apenas había desembarcado en donde hoy dirige, hace 30 años, el departamento de fotografía dramática), el artista que hoy expone por primera vez en solitario y en la galería Gachi Prieto, quedó hechizado. Desde entonces, los juguetes, los mismos que hoy componen fotografías hipnóticas de elefantes atravesándose en la ruta de un viejo Volkswagen Beetle, o tiburones a punto de merendar a un buzo que se hundió 15 metros en su territorio, son su obsesión. Florencia Qualina, curadora de la exposición lo dice mejor, con palabras que conjuran: “Carlos elabora la conexión atávica entre los muñecos y lo humano siempre mediada por lo numinoso”. Desde aquel primer encuentro, para Carlos Furman, la muerte es también un títere que descansa detrás del escenario.
Carlos Furman es el fotógrafo de artes escénicas de mayor trayectoria en el país. Si en algún momento se le cruzó el intento de ser fotorreportero –un oficio de gente talentosa, pero sobre todo, valiente-, el impulso fue desbancado por el show burlesque de la ficción y sus flirteos sobre los muslos fibrosos de la realidad. Un imán poderoso que no solo definió su carrera como fotógrafo de obras teatrales, sino que define hoy esta muestra que podrá verse hasta el 15 de abril. A diferencia de su trabajo en teatro donde Furman concentra su energía en captar un momento que refleje una sensación o un gesto que trascienda el guión, en estas fotos el artista capta –reconstruye siguiendo lo que ya vio en su mente- momentos de tensión, espacios y tiempos que tienen un pasado y que predicen un futuro. A ninguno podemos acceder. En cada foto, Carlos Furman nos hace permanecer ahí, anclados en la intriga, caminando por la cuerda del infinito y sus posibilidades. Nos volvemos equilibristas, y el vacío que circunda, en lugar de aterrarnos, nos gusta.
Nos gusta como el aire acondicionado que recibe en la sala donde los dinosaurios y los mamuts cuelgan de hilos de telaraña. ¿Pude haber llegado tarde? preguntaría alguien que espera una concurrencia abarrotada. Eso ocurrirá después. Mientras, por esos azares, el artista y su curadora se encuentran todavía libres como para sentarse un rato en una mesa transparente a charlar sobre la incertidumbre. Florencia Qualina dice que la mirada de Furman está entrenada -y enterrada- en la narración. Sí me doy cuenta que la fotografía que hice toda mi vida, dice el fotógrafo, converge en estas fotos. En los siete años que le llevó crearlas, le sucedieron cosas: en un hotel de Roma la idea de una Barbie nadando, enarcada por delfines se le prendió con garras, llevándolo a correr por las calles de la ciudad romántica en busca de juguetes a riesgo de que su avión despegara sin delfines ni fotógrafo.
El oso flotando en un hielo aislado coquetea con el realismo mágico cuando se le agrega una aurora boreal, dice Furman (el realismo mágico el que usaron García Márquez, Isabel Allende, Juan Rulfo, para dar vida a sus juguetes de novela). “El humo es humo y el fuego es fuego”, dice Qualina en la descripción de esta muestra. En realidad ya lo había dicho Furman, admite y confiesa haber robado con elegancia.
¿Qué momento te hubiese gustado fotografiar? se pregunta Furman cuando construye las llamas que rodean al Bambi que, después de su madre, encima ahora ve morir a su hábitat natural. No es lo mismo crear que poner al servicio un talento como asegura el artista que él hace en su trabajo teatral donde el crédito de construir ficción pertenece a otros.
Furman es un cazador de metáforas en su trabajo en el teatro y en su trabajo creativo. Aunque hace décadas que toma todas las fotografías del San Martín, no está aburrido. En gran parte se debe a una charla frecuente con los directores de obra que pivotea en los significados, y se pregunta para dónde caer: en la literalidad pampeana o la sinuosidad montañés de la metáfora. Es lo que mantiene al fotógrafo prendado de su trabajo, el desafío que arroja al espectador expectante de que alguien le muestre, le asegure, le explique, algo de todo lo que en general y como en la vida nadie entiende.
En retrospectiva, el estilo puede ser un déjà vu. Cuenta que una vez vio dos ciervos en la ruta 8 con un cartel “fabrico ciervos”. Esta fue la primera vez que lo sintió. La primera que percibió la capa que envuelve y se mezcla con este mundo, el de la lógica a ciegas y la banalización del arte. Luego recuerda una foto que vio toda su vida: la mitad de un auto sobre el afiche del autocine General Paz (demolido cuando ampliaron la avenida). Seguiría viendo otras cuando pasen los años. Se acumularían como las obsesiones incomprensibles, y encontrarían su comprensión en la serie que el fotógrafo llamó Feliz Viaje. Feliz viaje lo voy a seguir haciendo siempre, siente, lo mismo, si encuentra un juguete, lo va a volver a hacer. Y aunque no lo haga, lo piensa: las puertas de esos mundos posibles no son de las que se cierran. De hecho, adelanta, mientras anda trabajando en algo nuevo, dice que con su ojo de profeta, vio una foto que podría ir perfectamente para Feliz viaje. Si la tomó o no, no lo cuenta, pero lo que sí comparte es algo en lo que cree: que todo se une, que todo tiene que ver con todo. Es lo que se viene, desliza, pero no dice más. Carlos Furman lo hizo de nuevo, pero esta vez sin componer escenarios y sin cámaras, con la palabra: inoculó la semilla del misterio, el corazón que respira en cada foto de Historias sobre lugares lejanos.
Cuerpo menor
La muestra Historias sobre lugares lejanos y un sueño escondido de Carlos Furman (curadora: Florencia Qualina) puede verse hasta el 15 de abril. Entrada libre y gratuita. En Galería Gachi y Prieto Arte Contemporáneo Latinoamericano, Uriarte 1373, Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.