En el actual contexto del conflicto en Ucrania, se están produciendo distintos reacomodamientos a nivel internacional, con implicaciones y consecuencias cada vez más evidentes para los países latinoamericanos, como se pudo consignar en la reciente cumbre de la CELAC desarrollada en Buenos Aires.
Uno de los más recientes procesos tiene como protagonista al Reino Unido, que en su voluntad de ejercer un mayor control y una más amplia influencia en las Islas Malvinas y en su entorno, apela para ello a la participación de la república de Kosovo.
Así, esta nación balcánica, con una vinculación prácticamente nula con el Atlántico sur, acepta su lugar como ariete de una potencia contraria a la soberanía argentina en las Islas, en su búsqueda de reconocimiento internacional y por su interés en formar parte de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El acuerdo entre Gran Bretaña y Kosovo
El origen de la presencia de Kosovo en Malvinas se remonta al acuerdo firmado entre el Ministerio de Defensa del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y el Ministerio de Defensa, en representación de la República de Kosovo.
En ese contexto, el pasado 22 de noviembre de 2022, los representantes de la Asamblea kosovar aprobaron el proyecto para que un contingente de las Fuerzas de Seguridad fuera enviado en una operación de “apoyo a la paz” en las Islas Malvinas, en una labor que podría durar tres años, con posibilidades de que tuviera una extensión posterior.
Asimismo, se resolvió que los soldados serían entrenados por la Compañía de Infantería Roulement, perteneciente a la antigua Guardia Coldstream, que hace aproximadamente un año tuvo una capacitación, en cooperación con la Fuerza de Defensa de las Islas, para la renovación de la defensa antiaérea que reemplazó al anterior sistema antimisilístico Rapier por el moderno Sky Sabre.
Finalmente, el pasado 13 de enero, siete soldados del ejército de Kosovo arribaron a las Islas Malvinas, y fueron enviados a la base militar Mount Pleasant, construida por la OTAN en 1985. Toda la iniciativa mereció el repudio de la Cancillería argentina al considerar que, entre otros motivos, dicha presencia constituía “una injustificada demostración de fuerza” por parte del Reino Unido.
El rédito de Kosovo: Serbia, OTAN, ONU y Malvinas
Más allá de las controversias, la participación en Malvinas se convirtió en una acción altamente redituable para Kosovo, el diminuto país europeo surgido en 2008 como resultado del conflicto que la OTAN sostuvo contra Serbia una década antes, en uno de los últimos efectos de las guerras de fraccionamiento del territorio yugoslavo de fines del siglo pasado.
Al día de hoy Kosovo es reconocido como un Estado soberano sólo por 97 de los 193 países que componen las Naciones Unidos. Compensa su falta de apoyo a nivel global con el reconocimiento brindado por los Estados Unidos y por la mayoría de los países de la Unión Europea y de la OTAN.
Por su parte, Serbia no reconoce la secesión del que hasta hace quince años era su propio territorio. A lo sumo, considera a la provincia de Kosovo y Metojia como una región autónoma en conformidad con su Constitución y con la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Además de Serbia, tampoco Rusia, China, y buena parte de los países de América, Asia y África validaron el surgimiento de Kosovo, en una posición que también es sostenida por el gobierno argentino.
Desde un principio, resultó claro que la independencia unilateral del territorio kosovar había sido promovida principalmente por la OTAN, tanto para fortalecerse en la región de los Balcanes, cuyo mapa había cambiado sustancialmente desde la desaparición de la Unión Soviética y la crisis final de la antigua Yugoslavia, como también para debilitar a Serbia, el principal aliado de Rusia en ese complejo territorio atravesado por tensiones nacionalistas, étnicas y religiosas.
Importancia estratégica
Pese a lo reducido de su territorio y a sus conflictivas relaciones con Serbia así como también dentro suyo (principalmente, entre albaneses y serbios en el norte del país), Kosovo ha logrado sobrevivir gracias al apoyo de la OTAN y, especialmente, al de Estados Unidos y el Reino Unido, cuyos gobiernos todavía influyen de manera determinante en los planos político, económico y militar del país.
En este sentido, Kosovo se encuentra ubicado en una zona de importancia estratégica, cercana tanto a Rusia como al Cáucaso y a Oriente Medio. Además, el país se estableció cerca de un entrecruzamiento de oleoductos y corredores energéticos vitales, como el Trans-Balcanes, donde importantes multinacionales estadounidenses, como la energética Halliburton, tienen una destacada presencia.
De igual modo, no es casual que en Kosovo se haya instalado el Campamento Militar Bondsteel, una de las bases militares más grandes y caras construidas por Estados Unidos en todo el mundo, que también sirve como sede de la OTAN en el siempre complejo territorio balcánico, y que en 2002 fue denunciado por su funcionamiento como campo de detención ilegal alternativo a Guantánamo.
Sin plena aprobación por parte de las Naciones Unidas, la oportunidad de participar en una misión militar internacional junto con las fuerzas armadas británicas y en el marco de la OTAN le brinda a Kosovo una relevancia especial, en la búsqueda de un mayor reconocimiento internacional. Un camino que, desde el terreno militar, comenzó a ser recorrido de manera activa desde 2021 cuando varios destacamentos kosovares fueron enviados a Kuwait en asociación con las tropas estadounidenses.
Desde Pristina, la capital kosovar, se asegura que esa sería la estrategia correcta para un país inestable, con una desocupación del 40%, y cuyo porvenir sólo podría estar asegurado por su alineamiento incondicional con aquellas potencias occidentales que contribuyeron a darle vida. De igual modo, sería ése el único camino para compensar la falta de reconocimiento de la ONU a través de una eventual incorporación a la OTAN e, incluso, a la Unión Europea.
Para el Reino Unido, el actual conflicto contra Rusia se ha convertido en una nueva oportunidad para tener una presencia mayor a nivel internacional, sobre todo, en territorios que podrían convertirse en nuevos escenarios de disputa, como es el caso de los Balcanes. De igual modo, en su razonamiento estratégico, Londres aprovecha para resguardar sus posiciones en el Atlántico Sur frente a futuros efectos y consecuencias de los acontecimientos suscitados en Ucrania y que podrían llegar a tener un impacto global.
Más allá de las razones que puedan ser esgrimidas por Londres y por Pristina, lo cierto es que la nueva presencia kosovar en Malvinas debe ser interpretada no sólo como un desafío y una demostración de fuerza externa arbitraria y sin justificación alguna, sino también en términos de un peligroso intento por involucrar a Argentina, y a toda América Latina, dentro de un conflicto como el Ucrania, del que hasta ahora ha conseguido mantenerse al margen soportando crecientes tensiones y presiones.