“Bajo el árbol solitario del pasado/ cuántas veces nos ponemos a soñar”. César Miró fue un personaje mayor de la cultura peruana: periodista de gráfica, radio y televisión, presidente Vitalicio de la Sociedad Bolivariana, embajador en la Unesco y miembro permanente de la Academia Peruana de la Lengua, amigo de José Carlos Mariátegui, y también amigo, pero además recopilador y prologuista, de César Vallejo, entre muchos otros títulos con los que se podría resumir su figura. De hecho, por su cercanía a Mariátegui, con apenas veinte años terminó preso en la isla San Lorenzo frente a Lima y luego deportado a Montevideo, acusado –junto al resto de los integrantes de una revista bautizada como Amauta– de formar parte de un inexistente complot comunista contra el presidente Leguía, en 1927. Pero si estamos recordando a Miró en esta columna es apenas porque una década después de estos acontecimientos, cuando estaba viviendo en Los Ángeles y trabajando como escenógrafo y actor en la industria cinematográfica norteamericana, le encargaron componer una canción para una película sobre los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, que se llamaría Gitanos en Hollywood. Siempre dijo que le tomó apenas un par de días componer, con su guitarra, un tema que –según recuerda el periodista peruano Eloy Jáuregui– ni siquiera era un vals ni mucho menos merecía ser clasificado como música criolla. Compuesto en 1939, terminaría estrenándose en Lima en el año 1943 (y grabándose por primera vez en Buenos Aires en 1945), en la voz de la cantante limeña María de Jesús Vásquez, conocida justamente como la Reina y Señora de la Canción Criolla. Estamos hablando de “Todos vuelven”, que se convirtió casi inmediatamente en un clásico. En su letra anida el evocador verso con el que comienzan estas líneas, y forma parte de uno de los tantos temas que resulta inevitable evocar cuando se piensa en Rubén Blades, que por estos días acaba de anunciar en sus redes las fechas de una nueva gira que lo llevará por España, Colombia y Estados Unidos, y que –¡oh sorpresa!– según parece comenzará en Buenos Aires, el 31 de mayo.
Si un tema de Miró termina entreverado entre los hitos del repertorio de un gran escritor de canciones como es Blades es porque, casi cuatro décadas atrás, decidió que fuese el único tema ajeno en esa obra maestra que fue su primer disco fuera del sello Fania. Estamos hablando del aún hoy indispensable y sorprendente Buscando América (1984), un trabajo al que es imposible no regresar una y otra vez, y que incluye canciones-monumento que llevan su firma, como “Decisiones”, “Desapariciones” o “El Padre Antonio y el monaguillo Andrés”. Acompañado por Los Seis del Solar, esa época de Blades es celebrada como una de las mejores de su carrera, en las que logró reunir letras con una clara postura política y con un extraordinario ritmo y virtuosismo. Atreviéndose incluso a ciertos toques experimentales, como un cuento disfrazado de canción –un recitado, en realidad– escondido en Buscando América con las iniciales “GDBD”, que con el tiempo terminaríamos sabiendo que quería decir Gente Despertando Bajo Dictaduras.
Blades le confió a Leonardo Padura para su libro Los rostros de la salsa que con esa grabación había demostrado lo que le habían dicho tanto García Márquez como Carlos Fuentes, que la salsa también podía ser considerada literatura. Esa época en la carrera de Blades también es recordada como en la que escapó decididamente del corset estilístico del género que lo vio nacer como autor, sumando desde doo-woop hasta reggae a su música, buscando llegar a un público más amplio. Es posible que al mismo tiempo haya terminado alienando a sus fans de la primera época, que probablemente jamás hayan escuchado el disco más extremo de ese contrato con Elektra que le duró durante la segunda mitad de los ochenta e inauguró con Buscando América, el extraordinario pero prácticamente desconocido Nothing But The Truth (1988). Un trabajo decididamente rockero, cantado en inglés, del que participaron –aunque tampoco sus respectivos fans deben saberlo– nada menos que Sting, Elvis Costello y Lou Reed.
Mucha agua ha pasado bajo el puente del artista panameño desde entonces, llegando a ser candidato a presidente de su país (salió tercero entre siete candidatos, con el 20 por ciento de los votos), Ministro de Turismo bajo la presidencia del hijo de Omar Torrijos, Martín, y ganándose el sustento como actor en los Estados Unidos (uno de sus últimos posteos en las redes fue su sentida despedida ante el final de la serie Fear of The Walking Dead, de la que participaba desde 2015). Y todo esto, claro, sin abandonar la música: su anunciada visita porteña será bajo el marco de su Salswing Tour, con la que sigue acompañando la edición del disco del mismo título, donde mezcla salsa con el swing de las grandes orquestas del jazz. Pero ya es algo que forma parte de otra historia. Para terminar la que estamos repasado, es necesario volver a “Todos vuelven” y al peruano Miró. “Todos vuelven a la tierra en que nacieron/ al embrujo incomparable de su sol”, reza la sentida canción melancólica original que Blades convirtió en un guaguancó que no le gustó demasiado a su autor, aunque fue lo que terminó por convertir al tema en un himno del desarraigo en todo el continente. Dicen por ahí que el buen Rubén llegó incluso a pedirle disculpas al amigo César por su atrevimiento estilístico, que en el disco funciona perfectamente como díptico con el clásico inmortal que lo antecede en los surcos (y ahora los bits): primero “Desapariciones”, después “Todos vuelven”. Aparición con vida, o sea. Hay que sacarse el sombrero: sólo Blades podía bordar algo así.