El viaje que Carlos Bilardo organizó con parte de la selección a la Quebrada de Humahuaca en enero de 1986 como preparación para el Mundial de México inspiró el libro “Operativo Tilcara 86” y fue pródigo en anécdotas de todo tipo. Aunque una sola de todas ellas logra superar en el recuerdo al mito de la promesa incumplida a la Virgen de Copacabana (según la cual Argentina no volvió a ganar una Copa del Mundo durante tanto tiempo): aquel baile en el carnaval quebradeño al cual el Narigón asistió con el propósito de espiar el comportamiento de sus jugadores.
Solo que, para permanecer oculto, el entrenador tuvo la idea de disfrazarse de mujer coya con la complicidad de una empleada del Hotel de Turismo tilcareño, quien le prestó prendas propias como un vestido, un ponchito, sandalias y un gorro campana de fieltro. Y, para volver aún más creíble su presencia, el médico ginecólogo además se puso a bailar entre medio de la gente. Un disparate.
En sus relatos, Bilardo siempre aseguraba que había logrado pasar desapercibido todo el tiempo que él necesitaba: quería ver a sus jugadores sin que ellos lo notaran y comprobar que estaba todo bien... para, recién ahí, correrse el velo y decirles que podían quedarse dos horas más de lo previsto gracias a su buena conducta. “Me pintaron lo labios, los ojos, todo. Y nunca me reconocieron. Yo bailaba, saltaba y corría, era un acróbata. ¡Incluso bailé con un tipo de ahí!”, reconoció Carlos Bilardo en el libro “Operativo Tilcara 86”.
La muestra de esta certeza la aportó Ricardo Bochini, a quien Bilardo cruzó camino al baile y --ya agrandado porque nadie lo distinguía-- lo piropeó: “¡Adiós, lindo!”. El Bocha, acompañado en esa situación por Carlos Daniel Tapia, se puso rojo como un tomate y agachó la cabeza de pura vergüenza. Jamás supo que el cortejo no lo había recibido de una chola jujeña, sino del entrenador nacido en La Paternal. Como sea, todo eso sirvió para distender el clima rígido que se estaba viviendo en esa pretemporada extenuante de triple turno de entrenamiento con 30 grados de temperatura a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Y aunque no hay una sola imagen que registre ese hecho casi surrealista, el muralista Maikel García Ponsetti lo eternizó con la caricatura que ilustra este texto en base al vestuario que el propio Bilardo confesó utilizar.
Pero la conexión del Narigón con el baile y la música va más allá de esa anécdota y es mucho más profunda de lo que cualquier desprevenido podría imaginar. Así lo pudo comprobar Gustavo Dejtiar, guionista de la serie “Bilardo, el Doctor del fútbol”, quien revisó varios de los miles de videos que forman parte de la colección del entrenador. De esa búsqueda apareció uno de los hallazgos más destacados de la saga: las imágenes del Narigón bailando en la quinta familiar de Moreno.
“Cuando se juntaban en la AFA con los jugadores para hablarles y mostrarles videos, lo primero que hacía Bilardo era poner música. Que, por lo general, era cumbia”, agrega Dejtiar como dato por fuera de la serie. “Además era muy parrandero y solía ir a bailar con Juan Carlos Calabró”. Evidentemente había en el entrenador una búsqueda en la articulación de los lenguajes del baile y la música con el fútbol. Ahora todo eso es común, pero el Narigón lo entendió antes que nadie.
Los gustos del Doctor eran bastante amplios: se asumía fanático de Oscar Alemán, “hincha” de Juan D’Arienzo y cultor de la rumba (esto último probablemente adquirido en su paso por Sevilla). Aunque lo que más lo atravesó fue la cumbia de Colombia, país que habitó durante más de tres años, primero como entrenador del Deportivo Cali y luego de la selección nacional. Por eso solía repetir que su banda de cabecera era Los Wawancó, gusto que le valía el desprecio de los seguidores de la escuela de César Luis Menotti, quienes tildaban al Narigón de “grasa” en un deseo velado por llevar la antinomia futbolística al terreno de una batalla cultural.
Aunque, en el fondo, el uso de la cumbia en contexto de vestuarios, concentraciones y entrenamientos suponía para Bilardo una forma de romper la brecha generacional con sus jugadores y acercarse a ellos, mostrarse compinche. Hoy parece normal todo esto, pero en ese entonces era una excepción total en ámbitos mucho más rígidos y solemnes. Porque un líder debe saber cuándo es necesario aflojar la disciplina y propender al relajo y la risa.
Así es como emerge una anécdota similar a la de Tilcara, pero en México, donde el clima de desencanto y malestar por los malos resultados previos al Mundial y las exigencias de las prácticas en suelo azteca llevaron al Narigón a encontrar una salida impensada: aceptar la invitación de un conocido del entonces presidente de la AFA Julio Grondona a un cumpleaños en el Distinto Federal y, al momento de la música, ponerse a bailar sin prejuicios ante la vista de sus subordinados. Un gesto que bajó guardias, arrimó espíritus y concilió ánimos en el preciso momento donde todo parecía desmadrarse, y acaso en la última posibilidad de torcer el rumbo de una historia que un mes después terminó con alegría y consagración.