A Ângela la mató su novio. Fue el 30 de diciembre de 1976 y estaban en Praia dos Ossos, Búzios. Discutieron, ella quería terminar la relación, lo echó de la casa, él se subió al auto, dio unas vueltas, volvió, entró y le disparó cuatro tiros en la cabeza. Después se escapó y estuvo prófugo unas semanas.
El noticiero de la televisión brasileña cubrió la noticia entrevistando al defensor del femicida. El abogado explicaba frente a cámara que la mujer había cometido adulterio, que la causa de su cliente era un caso sencillo y que solo se trataba de una “legítima defensa del honor”.
Dora Barrancos (exiliada en Brasil en aquel momento) fue una de las televidentes y aunque todavía no conocía la palabra femicidio recuerda que ver la escena del abogado imperturbable plantó frente a sus ojos una revelación: las mujeres eran asesinadas por el solo hecho de ser mujeres. Para los medios de comunicación Ângela era lujo y excesos, una celebridad, una chica del jet set, una hija de la clase alta de Mina Gerais.
En el juicio (en 1979) se dijo que la “Pantera Mineira”, la “come hombres”, le había sido infiel a su pareja, Raul Fernando do Amaral Street, conocido como Doca Street; la sentencia estaba cantada y en sintonía con los titulares y el poder. Unos días después el tribunal lo condenó a dos años de prisión en suspenso, un fallo que lo dejó en la calle libre de culpa y cargo porque había “matado por amor”. Libre y ovacionado. Él era la víctima engañada, ella, una depravada genital.
Durante el juicio un televisado tifón moral opinó sobre la vida sexual de Ângela, que era lesbiana, que le gustaba practicar sadomasoquismo y participar en orgías y que era (por supuesto) una mujer infiel. Doca la había matado, sí, pero su castigo lo dejaba libre después de tres ave maría y un padrenuestro. En 1981 un nuevo juicio impulsado por el movimiento feminista brasileño lo condenó a quince años de reclusión por homicidio calificado y aunque cumplió tres en régimen cerrado, dos en régimen semiabierto y diez en libertad condicional, fue, como dice Blanca Vianna en Praia dos Ossos, el podcast estrenado en 2020 sobre el femicidio y su derrame social, “una conquista del movimiento feminista”.
Después del fallo de 1979 las mujeres salieron a la calle cargando carteles con la leyenda “El que ama no mata”. Hubo vigilia, movilización y debate sobre “el argumento emocional” como protección y escudo machista; las palabras del poeta Drummond de Andrade: “esa niña sigue siendo asesinada todos los días y de diferentes formas”, alimentaban las horas de lucha callejera contra la impunidad. Parte de la sociedad, a la que todavía le cuesta “conmoverse” si la mujer asesinada es negra y suburbana, empatizó con aquella lucha.
Doca murió en diciembre de 2020, tenía 86 años, hijxs y nietxs. En 2006 había publicado un libro, Mea Culpa, contando su versión amparada en lo sentimental, un intento asqueroso entre el escándalo y el policial. En los últimos meses, documentales, guiones y actrices (Isis Valverde, Marjorie Estiano) elegidas para ser Ângela dan vueltas y vueltas esperando salir a escena. Según un informe publicado el pasado 8 de marzo por el Foro Brasileño de Seguridad Pública, una mujer es asesinada cada seis horas en Brasil.