Mariana Enriquez es “una estrella del rock de la literatura”. Así definió el diario The New York Times a la autora de Nuestra parte de noche, Premio Herralde de Novela en 2019, que este jueves presentará su primer espectáculo, No traigan flores, en el Teatro Coliseo. La escritora y periodista, considerada la reina argentina del terror, compartirá una selección de textos propios y otros muy próximos a su universo creativo. En el escenario la acompañarán el artista Alejandro Bustos y los músicos Horacio Hurtado y Pablo Ledesma. Aunque agotó la capacidad de la sala (1740 butacas), no está prevista una nueva función en la ciudad de Buenos Aires. La buena noticia es que la producción está ultimando detalles para hacerlo en Córdoba, Neuquén, La Plata y Mar del Plata.
“Quiero que sea una cosa excepcional y no una costumbre. Yo no soy una actriz ni una performer, soy una escritora que tiene un tipo particular de lectores que tienen ganas de tener contacto conmigo, y es una cosa que me divierte hacer. Pero tampoco me la voy a pasar andando por los pueblos”, aclara Enriquez, que está corrigiendo un libro de cuentos que terminó de escribir, sin fecha de publicación confirmada, y avanza sobre “una novela de fantasmas” que transcurre en parte en los años 90.
La idea del espectáculo surgió de los productores, Paula Niccolini y Martín Giménez, cuando comprobaron que un montón de lectores de Enriquez hacían fan art en Instagram; que las presentaciones de la autora de Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y Cómo desaparecer completamente, entre otros títulos, parecen manifestaciones por la cantidad de personas que asisten, y que ella está entrenada para hablar y leer en público. Entonces le propusieron leer una serie de textos de El otro lado, una selección de su obra periodística, y algunos fragmentos de Nuestra parte de noche, novela que se publicó a comienzo de este año en Estados Unidos con gran repercusión. The Washington Post la definió como “una obra maestra del terror sobrenatural”.
También leerá un cuento inédito y textos de Silvina Ocampo y Stephen King, dos autores que conectan con el universo oscuro de esta narradora obsesionada con los muertos que vuelven a la vida, los chicos que desaparecen o con las apariciones espectrales. No estará sola en el escenario. La acompañarán Ledesma y Hurtado con música incidental para ambientar los distintos climas que irá transitando la escritora a través de lo leído.
Bustos, un dibujante que trabaja con arena en vivo, desplegará en escena unos dibujos “muy surreales, entre gótico y cuentos de hadas”, según anticipa la editora de Radar, el suplemento cultural de Página/12 “No voy a firmar libros porque sería un caos -reconoce-; pero decidimos que haya libros firmados”. Será una sorpresa cómo se entregarán esos 300 libros firmados por ella, la mayoría en español, aunque también habrá algunas joyitas y rarezas, como ediciones en inglés, francés y portugués.
-¿El título No traigan flores es una ironía?
-Sí, uno de los textos que voy a leer se trata de una situación con un ramo de flores que no lo quiero espoilear… pero llevar flores no terminó bien. Tiene que ver con jugar con lo poco convencional que puedo ser para ciertas cosas. Y tiene que ver también con que a mi me gustan los cementerios. El título se le ocurrió a Paula (Niccolini), me gustó, suena bien, me cierra por todos lados.
La reina del terror
-¿Cómo explicás el fenómeno que se generó, desde la salida de Nuestra parte de noche, en torno a tus libros y a tu figura como escritora?
-La cuestión de tener muchos lectores y gente muy entusiasmada fue el primer año de la pandemia. ¿Te digo la verdad? Yo pensé que a la novela le iba a ir bastante mal, más allá de que es un premio Herralde y tenés un piso de ventas que sabés que va a funcionar. Las librerías estaban cerradas por la pandemia y yo pensaba qué bajón... porque es un libro que me gusta mucho, ganó un premio y podría funcionar, pero iba a pasar un poco desapercibido. Fue lo primero que pensé ante un libro de 700 páginas y con una pandemia que no había desde principios del siglo veinte. La gente empezó a leer la novela en el encierro y se copó. Yo estuve muy activa y hacía muchos Zooms. Al principio lo hacía para no volverme loca por el encierro, pero también era una forma de acompañar al libro y que el libro se moviera. Entonces me di cuenta de que lo estaban leyendo mucho. La lectura de Nuestra parte de noche hizo que mucha gente revisitara mis otros libros. ¿Por qué siguió el enganche y las ganas de verme y hablar conmigo, que es muy extraño para un escritor? No es que tenga grandes ideas para exponer, yo hablo de mis libros y de mis lecturas, pero no soy una intelectual que esté pensando el mundo. Esa avidez por escuchar a una escritora se me escapa un poco. La entiendo con un actor, con un músico, porque son actividades que dan más para fantasear con la vida de esas personas. ¿Pero con la vida de una escritora? Yo no me lo explico mucho, no es de ninguna manera ingrato, está bueno y la gente es súper agradecida, te pide firmar los libros, te da regalos; es todo lindo. No hay nada perturbador en la relación con la gente.
-Lo que generás es parecido al vínculo que tienen los fans con los músicos, ¿no?
-Sí, pero me parece raro que pase con un escritor. Un músico te toca algo y yo lo único que puedo hacer es leer un cuento que ya leíste. Eso es lo que voy a hacer en el espectáculo: leer cuentos que ya leí. La gente lo sabe y compró entradas igual y está agotado hace veinte días. Yo soy bastante activa en redes y eso estimula. Cuando la gente empezó a hacer fan art y dibujaba los personajes, los empecé a publicar. Algunos hacen óleos, otros cosas más parecidas a historietas o más estilo manga, también en digital, y hay cosas súper artesanales en papelitos, como hacen los chicos de la secundaria. Hay muchos profesores que tienen mi edad y dan a leer mis cuentos. En San Isidro (en la Feria Leer) muchos de los chicos que venían a firmar me decían que me habían conocido en la escuela. A mí no me hubiese pasado con los escritores que me daban en la escuela porque yo tenía que leer a Estanislao del Campo… tendría que haberlo desenterrarlo para hablar con él (risas). La literatura cambió en las escuelas y ahora se leen autores más contemporáneos. La secundaria no es la Facultad de Letras, más allá del Martín Fierro y algunas cosas básicas que están en los programas. Si estás formando lectores, que es lo que tenés que hacer en la secundaria, otros textos que no necesitan un contexto histórico son más gratos. Y con esto meto a Julio Cortázar. No estoy diciendo que me tengan que leer a mí, sino que puedan leer cosas más amables, sobre todo para chicos que están estimulados con quinientos millones de cosas.
La escritora extrovertida
-¿Te imaginaste alguna vez sobre el escenario de un teatro como el Coliseo?
-No. Subirme a un escenario es algo que me divierte, que lo concibo como parte del trabajo, pero a lo mejor es un poco injusto con algunos escritores que no lo quieren hacer, que no va con su personalidad y no les gusta la exposición en los festivales, en entrevistas públicas, en la Feria del Libro. El escritor ahora tiene la función agregada de ser un poco performático: leer, contestar preguntas sobre múltiples cosas, no solo sobre su literatura, estar en mesas opinando (eso no lo hago tanto porque no me gusta) y en las entrevistas públicas tiene que tratar de ser un poco divertido. Yo vi los cambios después de empezar a publicar a los veinte años (y ahora tengo casi cincuenta) de lo que era una entrevista en público o una presentación de un libro. Antes no importaba si la presentación o la entrevista había estado buena; lo que importaba era si dijeron cosas interesantes, inteligentes. Ahora tiene que haber un poco de espectáculo, por decirlo de alguna manera. Acepté hacer No traigan flores porque me pareció que era divertido, un desafío que estaba bueno.
-Y no es algo totalmente extraño, ya estuviste antes en esa situación de exposición.
-Muchas veces estuve sobre un escenario ante un público de lectores y de no lectores que no me conocen, como me pasó en Polonia en una entrevista pública con traducción simultánea, en la que tenía que explicar cosas súper complejas a un público que no conoce nada de lo que escribí y nada de la historia de Argentina, que yo uso mucho en mi ficción. O que no conoce o no le gusta el género en el que estoy escribiendo. Hay niveles de preparación discursiva para diferentes públicos y eso implica una actuación, una performance. Pero es injusto para ciertos escritores. ¿Qué pasa si sos tímido? ¿Qué pasa si te parece que eso no tiene nada que ver con la literatura y creés que la literatura es una cosa súper reconcentrada y que no hay que dar entrevistas en público haciendo monerías y chistes? Yo no soy nada tímida, me gusta exponerme. Si pudiera bailar, sería bailarina. No tengo una personalidad de meterme para adentro. No es que me hice escritora por hosca, me hice escritora porque me gusta escribir y soy bastante extrovertida. Pero hay muchos escritores que son patológicamente introvertidos, ¿qué hacés con eso? Se quedan afuera del circuito o tienen menos foros donde hablar de su literatura. Estar sin red con un público que no te conoce y con un periodista que no conocés es un poco más inquietante que hacer un espectáculo donde siento que me cuidan más gente que me conoce.
-¿Cómo impacta el “ruido” de este reconocimiento en tu escritura? ¿La alta demanda de presentaciones y charlas te quita tiempo para escribir?
-Acabo de terminar un libro de cuentos y lo estoy corrigiendo, estoy trabajando en tres o cuatro cuentos que me marcaron específicamente que necesitan más laburo. Me piden muchas entrevistas o presentaciones y tengo que empezar a decir que no. Yo soy bastante mala para decir que no, a veces porque me entusiasmo, me gusta la propuesta y creo que puedo abarcar más de lo que puedo de verdad. Y a veces también para no quedar mal. Estoy tratando de administrar la demanda lo mejor que puedo. En octubre me voy a trabajar una novela un mes y medio a la Residencia Literaria Finestres en la Costa Brava (España), algo que nunca había hecho antes. Es una novela de fantasmas que transcurre entre los años 90 y un futuro que no existe; es un poco ucrónico. Es muy distinta a Nuestra parte de noche porque es mucho más realista y está dentro de la historia de fantasmas, un poco dentro de la novela posapocalíptica, pero no en plan Mad Max, sino en plan gótico.
Euforia y oscuridad
-¿Por qué los años 90 aparecen tanto en tus cuentos y novelas?
-Es la década en la que fui joven y yo escribo bastante sobre jóvenes, es algo que me atrae. Los 90 tienen cosas muy atractivas narrativamente; es una década muy anfibia donde pasás de lo analógico a lo digital, donde se mueren un montón de cosas, se mueren los discos, y termina en la crisis de 2001. La primera década de los 2000 no sabría cómo definírtela... como renacimiento de la crisis y después vuelta a caer. En cambio en los 90 hay un pico de euforia menemista frívola al principio y después una caída que termina en un desastre.
-¿Qué oscuridades encontrás en los 90 que pueden hacer espejo con las oscuridades del presente?
-La euforia es muy oscura, muy autodestructiva; no veo a la euforia como algo alegre, sino como una especie de fiesta desesperante. En eso se parece al Carnaval, que es muy triste y oscuro y tiene que ver con llamadas a cosas de otro mundo. La euforia tiene que ver con el final de fiesta; no la veo muy vital. No sé qué repercusión puede tener en este momento, que es un momento muy difícil… Argentina es un poco un loop; entonces cualquier momento puede resonar con otro momento porque desde que empezó la democracia hubo momentos de euforia combinados con caídas: la primavera alfonsinista y después el primer menemismo, crisis de 2001 y euforia con Néstor Kirchner… Es muy parecido todo lo que pasa, más allá de las cuestiones muy específicas que las podés pensar, en mayor o menor medida, si te interesa la política o la historia. Me parece que hay como un laberinto de espejos. Una persona de mi edad ya vivió este proceso varias veces. La incertidumbre, que es la base del miedo, eso no se fue nunca. O parece que se va en esos momentos de euforia en los que se cree que zafamos y después es como volver a caer en la realidad.