De todas las hazañas que existieron en la vida del artista y curador Jorge Gumier Maier está haber luchado contra la policía, a gritos y piñas, vestido con tutú, medias, sandalias y junto a Batato Barea, en pleno Parque Lezama. Dicen que esas habilidades las consiguió gracias a su paso por la política maoísta. Es que Gumier Maier fue un personaje con muchas aristas y su vida y obra no se limitaron sólo a los pasillos del Centro Cultural Rojas. Sus ideas, sus palabras, sus ilustraciones y al parecer también sus piñas inundaron Buenos Aires durante décadas y al día de hoy siguen haciendo eco en algunas calles y esquinas de esta ciudad.
Recientemente, la editorial Caracol –proyecto dirigido por el artista Santiago Villanueva y el historiador Nicolás Cuello– publicó dos libros que recopilan las ilustraciones que Gumier Maier hizo en las revistas El Porteño y Fin de Siglo y las notas que publicó en la prensa desde 1978 y hasta 1988. El carnaval del flagelo se titula el primer volumen y Algunos textos el segundo. La aparición de este material hace circular una faceta no tan conocida de este artista que permite ver otro costado de su producción visual, así como también de su rol como activista por los derechos de las disidencias.
La combinación de estas cosas es lo que da origen a esta serie de ilustraciones y columnas que fueron reeditadas por Caracol. Muchos de los textos de Gumier Maier tratan el imaginario homosexual de la época, la represión que recibían estos grupos minoritarios incluso en democracia. Propone una diferenciación de la cultura heterosexual, así como también un distanciamiento de los valores católicos que configuraban la idea de familia. Sin embargo, los textos van más allá, trascienden lo temático, y consiguen crear un mapa de la época, es decir, al leer estas columnas se puede ver el destape post dictadura y la manera en la que una democracia débil hacía malabares para no caer.
Lo curioso es que casi no aparecen columnas sobre arte, sólo un puñado sobre el final de Algunos textos, correspondientes a una serie de notas que aparecieron en la revista Fin de Siglo en 1988, justo un año antes de empezar a dirigir la galería del Centro Cultural Rojas. A su vez, las ilustraciones recopiladas en El carnaval del flagelo tampoco remiten linealmente a las obras más populares de este artista. El Gumier Maier que la mayoría de las personas tiene presente, al parecer, todavía no existía del todo para ese momento. Como si se tratara de algo que estaba ahí germinando, como quien hace germinar marihuana adentro del placard, esperando el momento justo para que aparezcan las flores.
Contra la norma
Si un viajero del tiempo llega a la Buenos Aires de los años 80 y se propone recorrer el mundo gay de esta ciudad, debería llevar los textos de Gumier Maier bajo el brazo. Con sus columnas trazó un mapa que permite conocer la escena de ese momento y las discusiones que aparecían dentro de el activismo homosexual de aquellos años. Con un tono bélico por momentos, pero siempre ácido y gracioso, Gumier Maier logró hacer un recorrido con palabras por las discotecas y la agenda política.
Una de las columnas incluída en Algunos textos refiere a la noche gay de Buenos Aires. Sobre esto Gumier Maier escribió: “En los boliches más de onda (Experiment, Contramano, Area) es prácticamente imposible entrar luego de determinada hora, por lo colmados que están. Ni bien entra el gay se siente dichoso, maníaco. Entre pares pareciera sentirse libre, pero en verdad se pasará la noche actuando para el resto. La pauta es bien histérica: tratar de seducir a la mayor cantidad posible, sin comprometerse con nadie. Hacia el final, si no quedó exhausto por el baile, intentará marcharse con quien le parezca mejor, si este no tiene a otro como mejor. Como muchas de estas chicas que estudian danza y cositas afines, el boliche es el lugar para sus lucimientos”. A lo largo de toda la nota vacila entre el elogio y el insulto. Defiende a la comunidad frente al mundo heterosexual, levanta la voz de las maricas, pero a la vez disfruta señalar las miserias del colectivo al que pertenece –o al menos reírse de ellas–.
Nicolás Cuello, uno de los editores de Caracol, señala en el prólogo de Algunos textos la distancia que tomó Gumier Maier de otra corriente del activismo gay, la que dirigía Carlos Jauregui, una de las figuras más relevantes de la militancia homosexual. “Uno de los motivos de este encono era que Gumier –escribe Cuello– percibía anticipadamente, la aparición de una línea política de carácter reformista y normalizante, cuyo primer síntoma de alarma, para él, fue elegir como portavoz, por ejemplo, a un homosexual masculino, educado y ‘comprador’ [Jauregui], en lugar de priorizar la voz de las maricas afeminadas, como de las travestis, que eran las principales víctimas de la violencia policial así como de los asesinatos”.
Esta crítica que plantea Gumier Maier sobre la actitud normalizante que tenía cierto sector del activismo también se va a trasladar a las notas que hacía contra el gobierno y las “hilachas de la democracia”. En diferentes textos el artista y curador va a plantear la forma en la que el Estado levantaba las banderas de los valores religioso y defendía los principios familiaristas, tratando de domesticar a las disidencias e incluso buscando demonizar no sólo determinadas prácticas sexuales, sino también a la nocturnidad y el consumo de drogas.
En una de las columnas, Gumier Maier escribe sobre una visita que la primera dama argentina le hace a Nancy Reagan. El objetivo del encuentro era que la esposa del presidente estadounidense “sensibilizara” a otras primeras damas, principalmente de América Latina, sobre el consumo de drogas. Escribe Gumier Maier: “Cuando hablan de la droga, ¿de cuál hablan?: ¿cocaína? ¿aspirina? ¿pegamento? ¿cafeína? ¿alcohol? Crear -y creer en- categorías singulares y omniabarcadoras es crear fantasmas: El mal, La droga, La subversión. Nuevos equivalentes de la bíblica peste”. Con argumentos como este sostuvo una serie de críticas contra el alfonsinismo, haciendo hincapié en la forma que el aparato represivo seguía funcionando, pero esta vez de manera sectorizada contra algunas poblaciones específicas, entre las que se encontraban las maricas y las travestis. Sobre este punto, escribe Cuello en el prólogo: “Una democracia basada en la luminosidad del día, en la limpieza silenciosa de las calles, y en particular, en una doble moral que permitía el secuestros selectivo, la violencia específica y la prohibición dirigida hacia aquellos sujetos diferentes, concentrados en imaginar otras formas de vida, que suponían modos de experimentación con el cuerpo la conciencia y el deseo”.
Imagen divina
Las ideas que Gumier Maier incluía en sus textos se trasladaban también a las ilustraciones. En una de las imágenes de El carnaval del flagelo se puede ver cómo un policía toma por el cuello a una persona al grito de “negro”. En otra, una marica es apuntada con un cuchillo mientras le dicen “puto”. Sin embargo, estas imágenes no son sólo el registro de las miserias de la democracia: en ellas también aparecen chongos radiantes con zungas diminutas, travestis desfilando por la noche con cigarrillos en la boca o chicos delgados con sus camperas de cuero parados en la esquina.
Casi todas las imágenes recopiladas son netamente figurativas, algo que Gumier Maier abandonó en su obra posterior. De las pinturas abstractas que todos conocemos, llenas de colores y hechas sobre maderas recortadas, casi no hay rastro. Excepto en una ilustración publicada en septiembre de 1988, en el número 15 de la revista Fin de siglo. En ella se ven unas figuras deformes que podrían funcionar como un boceto de lo que desarrollaría años más tarde.
El artista Martín Kovensky creó junto con Gumier Maier algunas de las ilustraciones que aparecen en El carnaval del flagelo. “Cuando empecé a dibujar asiduamente para estas revistas, nos fuimos conociendo a medida que nos cruzábamos en dichas redacciones –cuenta Kovensky–. Él, en ese entonces, era un alocado jóven alternativo, un escritor abocado a discusiones políticas, en especial en torno al universo gay, pero ante todo, un decidido defensor de la libertad en todas sus acepciones”.
Según escribió este artista en la contratapa del libro, algunas de estas ilustraciones fueron hechas a cuatro manos, al mismo tiempo: Gumier Maier y Kovensky se pasaban los papeles sobre la mesa y así iban creando las imágenes. La particularidad que tienen las producciones construidas por el dúo es que en casi todas aparecen palabras o pequeños diálogos, como si se trataran de una viñeta. Además, la mayoría se refieren al mundo de la televisión y el periodismo: ironizan sobre el papel de los medios y se ríen de la pantalla chica.
Estos dos libros publicados por Caracol presentan una capa más de la vida y la obra de Gumier Maier, un personaje central para entender el arte contemporáneo argentino. Se trata de un rescate que trae al presente las luchas de un activista gay y la imaginación de una marica.