Empezó el juicio por el fusilamiento de Lucas, como mencionamos y conocemos a Lucas González, el adolescente fusilado por los policías de la brigada de investigaciones porteña, en un claro y diría casi inconsciente modo de empatizar con la víctima, sus familiares y sus amigos.
Designar por el nombre es una clara demostración de preferencias, de cercanía, un abrazo, querer decir que su causa es "nuestra" protegida, en un ámbito discursivo donde predomina la rara pero omnipresente idea de la neutralidad y de las dos campanas. Lo hacemos igual, aunque las normas nos contradigan. Está bien, está mal, no lo sé. Lo que es evidente es que sale casi por reflejo.
Casi, porque no todos los casos quedan abrazados por la empatía periodística. Es, como quien diría, un reflejo pero selectivo, no tan reflejo. Bienvenido sea este abrazo a la causa de Lucas, a sus familiares y sus amigos. El problema no está en este abrazo sino en los que no se dan.
En los días previos a esta primera audiencia, cuando los motores informativos ya calentaban la pista y ganaban espacio de oyentes y/o lectores, se pudo escuchar y leer en repetidas ocasiones posiciones periodísticas en las que la empatía se dobló como una viga de hierro expuesta al calor. Sin necesidad de exponer ejemplos concretos, lo que se dijo y se dice --intuyo que se seguirá diciendo-- es la explicación de por qué es injustificable esa muerte horrible.
"Empieza el juicio a los policías que asesinaron a Lucas porque lo confundieron con un delincuente".
Lo que se dice de fondo es que hay situaciones en las que los policías tienen permiso de jalar el gatillo, incluso que no está tan mal que lo hagan. No en este caso y por eso el juicio y el reclamo social y mediático.
Cuáles son los casos en que no tienen permiso y cuáles sí lo dice claramente la proposición. No tienen permiso en casos en que la víctima es "inocente" como Lucas, y lo tienen cuando se trata de "delincuentes". Hay al menos dos cuestiones acá (aunque es evidente que son muchas más): quién decide quién es inocente antes de la condena judicial. Y quién decide quién no. Más todavía, cuál es la información con que cuenta el periodismo para empatizar o no hacerlo, y de quién proviene. Quién tilda de "delincuente" para que caiga ese abrazo periodístico. Y más aún, ¿por qué si se trata de alguien que delinque, suponiendo que sea cierto, la respuesta periodística social es mayoritariamente la ausencia de empatía ante su muerte?
Lo vamos a complejizar más todavía: volviendo a Lucas, si prosperaba la versión policial, es decir, que "dispararon porque creyeron que eran delincuentes", si los medios no se hubieran hecho eco de los reclamos familiares (prácticamente en todos los fusilamientos policiales hay reclamos que quedan invisibilizados en los medios por falta de empatía), es muy posible que no hubiera habido juicio. No es algo fantasioso: durante dos días, la versión policial que justificó el fusilamiento estuvo sostenida por los medios. Y como pocos casos, la revelación de los engranajes político policiales (porque está implicado el propio ministro de Seguridad, Marcelo D'Alessandro en la divulgación) permite conocer cómo es el procedimiento que habitualmente termina en el desinterés periodístico porque se trataba de un "delincuente muerto" y no de un "adolescente asesinado". Y la víctima siempre fue la misma.