El Chiche. Así se llama el negocio de Chiche, aunque no fue él quien le puso el nombre. Fue idea de su padre, Don Amadeo, que lo abrió cuando su primogénito Alberto tenía apenas dos años y medio, y como había sido un bebé tan lindo y bueno, su madre decía que era un chiche. El Chiche es un negocio ubicado en un barrio de un suburbio bonaerense, y vende muebles, electrodomésticos e incluso piletas de lona. Alberto lo heredó de su padre, y desde entonces el negocio ordena su vida. Y también es lo que la desordenará, cuando suceda el robo que marca el comienzo del mecanismo narrativo de Luto, la segunda novela de Edgardo Scott. Pero ese desorden no será inmediato, porque lo que se cuenta en sus páginas no es una debacle sino un atrincheramiento, su devenir funciona como un strip tease en cámara lenta de la cotidianidad de un hombre que se irá quedando cada vez más solo y con ánimo de venganza por el asesinato de su mujer durante un asalto a su negocio.
Scott comienza Luto con una escena de acción vertigionosa y contundente, y la termina con otra similar, pero en el medio, donde sucede realmente su historia, no pasa demasiado. O, al menos, lo que sucede ahí –que es lo que realmente cuenta el libro– no tiene nada que ver con sus extremos. Porque Luto no es una novela de acción, sino sobre lo que se acumula en la mente de un hombre cuando pasó lo que no tenía que pasar, y ya no hay vuelta atrás. Un vacío donde se van amontonando los días que la novela deshoja hábilmente, encontrando su ritmo en el orden narrativo de esa cotidianeidad vacía. Por eso, aunque Luto no tiene acción, funciona como un relojito, porque su autor divide la vida de Chiche en una serie de temas recurrentes en el metódico y cada vez mas limitado comportamiento obsesivo de su protagonista: el negocio, el baldío de enfrente, los perros del barrio, las peliculas que ve, las noticias que comenta, su obsesión con lo que él llama “los negros”, y tres mujeres: su hija, su amante Genoveva y la mujer de la Retacería, a la que idealiza.
Al volver una y otra vez a los temas por los que se agota la vida de su protagonista, Scott va marcando el paso del tiempo y la decadencia de Chiche, que cada vez más se obsesiona con la venganza. Sin embargo, una de las hábiles trampas de la novela es que, a pesar de que supuestamente estaría contando cómo lentamente una nube negra se va apoderando de su protagonista hasta llevarlo hacia su destino inexorable, en realidad el retrato de Chiche que va apareciendo capítulo tras capítulo es ya oscuro de por sí, sin necesidad de que la tragedia lo haya llevado por ese camino. Incluso aparecen pistas aquí y allá que permiten dudar que el punto de partida de su tragedia haya sido fruto simplemente del azar.
Pero es algo que apenas se dice al pasar, porque Luto no es una novela que intente desentrañar un misterio, o que vaya construyendo un caso policial, sino que lo que cuenta es el proceso de destilación de un personaje, que cada vez más se irá independizando de sus circunstancias. Y asi es como Chiche irá cerrando una a una todas las puertas por las que podría haber escapado al destino que marcará el final de su luto. Pero, mientras tanto, Luto construye casi de manera displiscente acertados retratos de la cotidianeidad suburbana. Scott sabe de lo que habla, y también sabe resumirlo y describirlo, en particular cuanto m{as alejado está de la olla a presión que es la cabeza de su protagonista. Los capítulos destinados a la relación de Chiche con los perros del barrio, por ejemplo, esconden sorpresas que por un momento permiten atisbar otro destino.
Aunque eso no sucederá. Así como Chiche “siempre entendió los sistemas cerrados, esa lógica honesta de los mecanismos”, Luto es un libro que se acomoda demasiado rápido en su propio funcionamiento. Su construcción funcional y dinámica, por momentos fascinante, lo condena sin embargo a una cierta previsibilidad final, por su anclaje en lo social, que es un logro y también una trampa. Porque Luto termina siendo una novela que avanza hacia su matadero en vez de confiar en hacer su propio camino. Hay algo, por ejemplo, en el frustrado y enceguecido Chiche de potencial superhéroe suburbano, imperdonable, fascista y al mismo tiempo con la redención a mano. Pero, otra vez, Luto no habla de eso. Con su novela previa, la ambiciosa El exceso, Scott se atrevió con el relato político de una época, la menemista, a través de varios personajes. Aquí, en cambio, hay uno solo, atrapado y condenado por sus pequeñas miserias y evidentes limitaciones, incapaz de admitir ninguno de los errores que lo llevaron hasta allí, y que terminará caminando hacia su destino, con los ojos ciegos bien abiertos.