Hubo una época en la que la cultura rusa del siglo XIX parecía estar en todas partes.¿Cuántas veces hemos leído sobre la fascinación que la literatura de Dostoieveski y Tolstoi despertó en escritores argentinos de las primeras décadas del siglo XX, por no mencionar la poderosa impronta del teatro de Chejov? Ese amor por la cosa rusa decimonónica también abarcó su producción musical más encumbrada. Pensemos en el casi masivo Piotr Chaicovski y sus partituras para ballet, o en Modesto Musorgsky con Cuadros de una exposición. De Rimsky-Korsakov, amén de su fascinante Sherezade, se conocía su tratado de armonía, aun a mano en muchas bibliotecas domésticas. Quizá como daño colateral de la guerra fría, o a causa del propio cegamiento artístico que significó el stalinismo, la tradición cultural rusa se retiró hace tiempo del imaginario argentino, o, como sucedió con la obra del genial Igor Stravinsky, fue utilizado como caso testigo de cuánto mejor era ser ruso fuera de Rusia. Forzando un poco el asunto, podríamos decir que, en cuanto a la agenda de consumos culturales del siglo XXI, la música rusa está en el pop inteligente de Regina Spektor -que obviamente no vive en Rusia desde hace tiempo- y en alguna puesta audaz de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk de Dmitri Shostakovich.
Frente a esta situación de relativa amnesia, el reciente libro del historiador Martín Baña sobre compositores rusos del siglo XIX puede funcionar como reposición de un antiguo vínculo. Centrándose en el análisis de las óperas de Rimsky (Pskovityanka) y Musorgsky (Boris Godunov y la inconclusa Khovanshchina), Baña explora la dimensión moderna de músicos que vivieron en un país autocrático, atrasado respecto al desarrollo capitalista y escindido entre eslavófilos y cosmopolitas. ¿En qué medida, y mediante qué procedimientos artísticos, las óperas mencionadas pusieron en crisis la Rusia de los Romanov? Como integrantes de la intelligentsia (un colectivo de difícil caracterización sociológica pero de acciones bien definidas), un grupo de compositores del círculo de Balakirev motorizó un arte musical que, como agudamente demuestra Baña, no se limitó a un folklorismo para consumo occidental.
De los varios méritos que tiene Una intelligentsia musical: Modernidad política e historia de Rusia en las óperas de Musorgsky y Rimsky-Korsakov (1856-1882), quizá el mayor sea su honda y documentada reflexión sobre la relación de un determinado corpus musical con su tiempo. La idea central del libro es bien interesante: los compositores rusos de mediados del siglo XIX fueron virtuales historiadores “morales”, capaces de denunciar a través de los temas y lenguajes de sus óperas la incapacidad del régimen zarista para hacer de un enorme país periférico una verdadera nación moderna. Baña desentraña los puntos de articulación entre partitura, libreto y contexto político. Descree del uso de la música como testimonio redundante; en cambio, sospecha - y lo demuestra en el caso que elige investigar - que la textualidad musical encierra verdades de valor histórico. Por lo pronto, nos ayuda a vislumbrar el poder que ciertas ideas estéticas cobraron en un momento álgido de la historia de un país.
Pero la pregunta inicial que sobrevuela está envuelta en cierta extrañeza: ¿qué llevó a un joven historiador argentino a sumergirse en un tema tan lejano en tiempo y espacio? “Desde el principio de la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Rusia ya me llamaba la atención. Allí había sucedido la primera revolución anticapitalista del mundo”, recuerda Baña. “Me fascinaba estudiar esa experiencia y entender lo que había ocurrido. Cuando empezás a estudiar la Revolución rusa te vas dando cuenta que las experiencias autónomas y libertarias son rápidamente fagocitadas, entonces empezás a ir cada vez más hacia atrás. En la Rusia del siglo XIX había en el arte una larga tradición de crítica social, sobre todo si tenemos en cuenta la presencia de la censura y la imposibilidad del debate político abierto. Aprovechando mis conocimientos musicales previos caí en el género musical más significativo de esa época dentro de la sociedad petersburguesa, la ópera, y en él dos compositores que eran considerados por la historiografía como los pilares del ‘alma’ rusa.”
A 100 años de la revolución rusa, ¿qué importancia le otorgás a la intelligentsia musical rusa en las condiciones de posibilidad del clima prerevolucionario?
–Claramente los compositores no tuvieron el mismo peso que los militantes socialistas o que los obreros en huelga. Sin embargo, su rol fue significativo en el sentido de que ayudaron a crear un “clima mental” de la Revolución. Las óperas que yo estudio son de la época en la cual el populismo ruso, que es, en realidad, la forma original que adquirió el socialismo en Rusia, estaba surgiendo. Estos compositores adoptaron ciertos rasgos de la intelligentsia como formar círculos de discusión, y algunos de ellos vivieron en comunidad. Dentro de la capital se fue formando así una “ecología de la Revolución”, como le gusta decir a Katerina Clark, en donde la producción cultural y espiritual se fue tornando hacia la revolución, o al menos, hacia una clara posición de oposición al régimen zarista. Musorgsky y Rimsky-Korsakov colaboraron a generar un clima de crítica, de debate y de oposición al régimen.
El conocimiento exhaustivo de la bibliografía y las fuentes le permitió a Baña correr sin desventajas en una línea de investigación que, a juzgar por los encumbrados libros de Orlando Figes, está en alza en el plano internacional. Baña reconoce que el lazo ruso se cortó durante muchos años, pero también señala que la música de los Pitufos tomó partes de Cuadros y Sherazade, así como todavía hoy se puede leer en algunos programas de mano del Teatro Colón o el Avenida la idea de que en las obras rusas se expresa un “alma rusa”. “Creo que el problema con Rusia, y en general con todas las experiencias periféricas, es que muchas de sus producciones culturales, y particularmente las vinculadas con la música, fueron asociadas directamente con la construcción de una identidad nacional. De hecho Rusia se explicaba siempre por la negativa: al no acceder al derecho romano, no tener sentido de la propiedad individual; al no pasar por el Humanismo y Renacimiento, no había razón; al no haber Revolución Industrial no había burguesía, al no haber una Revolución Francesa no había democracia ¿Pero qué diferencia hay entre un Musorgsky y un Wagner en ese sentido? Wagner componía música tan alemana como Musorgsky rusa. A partir de esto se valoró a los compositores en función de si eran los suficientemente rusos. Pero como decía Dahlhaus, la condición nacional de la música no es intrínseca sino que es una decisión externa, y política”.