“¡Cantaré, cantaré, cantaré...!” Como esos westerns en los que la caballería llega justo a tiempo para salvar a los protagonistas del asedio, los Sombrero arrancan su segundo disco (Sombrero II, editado por Queruza Discos) con una proclama que –al son de trompetas, mandolinas, redoblantes y el repique de bombo– eleva su voz y vuelve a poner en cuerpo esa épica aprendida de tantas películas de vaqueros un sábado a la tarde: “Cantaré hasta que los cerros recuerden mis versos. Cantaré hasta que el viento conozca mi historia. Cantaré”. Así, con esa convicción que parece venir de otro tiempo y de otro espacio pero que estos treintañeros recientes viven como propia (y tiene sentido porque se criaron con ella, no sólo a través del western sino del folclore, como se verá en breve), confirman un camino iniciado años atrás cuando volvieron de un viaje al Norte y todo cambió. “Veníamos penando con el nuevo disco de Furies, nuestra banda anterior. Un año entero de tratar de grabar, redondear los temas, ensayar cosas que al final no quedaban. Estábamos muy frustrados. Entonces hicimos un viaje a Salta, Jujuy y el Desierto de Atacama en Chile y de repente los temas empezaron a salir y de a montones: en los hostels, en las terminales, en las estaciones; en cualquier momento, en cualquier lado”.
El relato que entretejen Diego “Iguarango” Petrecolla y Martín “Mariscal” Garrido, el núcleo duro de Sombrero, es parecido al de una revelación de orden terrenal. No involucra milagros ni hechos sobrenaturales, pero si esa música de las llanuras y de las altas cumbres (ya sean los Andes o las Rocallosas) que los venía acompañando en segundo plano desde hace tiempo y que en un momento simplemente irrumpió; no les dio otra opción que escucharla y hacerle caso. “Fue como tirarnos a la pileta, borrar de un plumazo todo lo anterior y empezar de cero”, reconocen sobre la divergencia que se le presentó entre la música que venían haciendo con los Furies (que ciertamente había logrado hacerse un lugar en el under y obtener buenas críticas con su rock de tinte futurista y espacial; corriente que tuvo su auge local hace unos años con bandas amigas como Go-Neko!, entre otras) y esta otra que ahora les quemaba en las manos. Una especie de spaghetti western con fuertes condimentos de la música del altiplano y de las quebradas del noroeste argentino; y letras que les venía dadas como desde el inicio de los tiempos. A veces cantadas con entonación asumidamente gringa y otras, con inesperada vocación campera. Casi como si Larralde o Cafrune hubiesen pasado una temporada en el viejo Oeste para luego regresar y contar la experiencia en alucinadas coplas criollas.
“Tengo el recuerdo de ir en auto con mi abuelo hacia Santa Fe con ‘El payador perseguido’ de Cafrune de fondo. Y que la ruta sea tan solitaria y la noche tan espesa y oscura que la voz de Cafrune me parecía estar saliendo directamente de ahí, de la pampa misma”, cuenta Petrecolla cuando se le pide ahondar en sus primeros contactos con la música de la tierra. Cómo impactó el folclore durante su infancia. “En mi caso el responsable fue mi abuelo, Ángel Antonio, oriundo de Bragado, que era instructor de danzas nacionales”, completa Garrido. “Lo tuve hasta los 11 años y fui su primer nieto. Nos llevábamos muy bien, nos queríamos mucho. Y además de hacerme bailar era fanático de Los Fronterizos. No había asado en que no los pusiera y no me pidiese que les prestara atención. ‘Fijate, fueron los primeros en introducir la tercera armonía’, me decía. Y es al día de hoy que con Diego y el resto de los chicos los escuchamos y nos siguen pareciendo los mejores dentro de su época. Los Rolling y los Beatles juntos. Y si te descuidás, los Kinks también”.
El siguiente momento folclórico ya fue en la adolescencia y se entremezcla con la formación de un grupo de amigos en la Escuela Argentina Modelo que se mantiene hasta hoy. Y con el surgimiento de una primera banda (mucho antes que Sombrero o Furies) que al principio fue vista como “un quemo” (“un suicidio social”, subrayan) pero que al final resultó el puntapié inicial de la vocación que explica el presente. Petrecolla: “Yo entré tarde al colegio, en séptimo grado. Era ‘el nuevo’. Por eso, cuando uno de los primeros días de clase vino la directora y preguntó si alguien sabía tocar la guitarra yo inocentemente levanté la mano y terminé enganchado para tocar folclore en los actos del colegio”. Los Novatos se llamó el grupo que Petrecolla terminó armando con Garrido y Guido Colzani (actual bombista de Sombrero además de batero de Banda de Turistas) para tal fin y que invariablemente cada 25 de Mayo o 9 de Julio salía a tocar vestidos de gaucho con ponchos rojos y bombachas de campo. “Imaginate, éramos motivo de burla de todo el colegio. Pero a nosotros nos gustaba. Nos permitía juntarnos a cantar y de paso ratearnos de clase”.
Curiosamente, y puestos a recordar esos años iniciáticos poco rockeros, ambos cantantes (Petrecolla y Garrido alternan las funciones de armonía y voz principal en Sombrero) cuentan que la situación es opuesta a la que experimentan hoy cuando se presentan en algún festival tradicionalista y muchos folcloristas de pura cepa los reciben mejor de lo que a priori hubiesen pensado. “Por ahí teníamos miedo de resultarles herejes, pero al final muchas veces primó la atención y la curiosidad sincera”, cuenta Garrido, un enamorado de todo lo que es mitología bonaerense: “Me encanta la microhistoria de cada pueblito de la Provincia. Si por mí fuera tocaríamos en toda las fiestas nacionales: la del ajo, la del kinoto o cualquier otra”. Suma Petrecolla: “Creo que ayuda el hecho de que intentamos recuperar un folclore épico, sentido y guerrero que hoy ya no se hace tanto porque está muy licuado entre el folclore pop o el académico”.
En ese sentido Sombrero II, en comparación con su antecesor de 2013, es la confirmación sin subterfugios de ese camino recorrido: “Siempre supimos que no somos gauchos o vaqueros pese a que los amamos, y sí porteños tratando de hacer esa música que nos fascina”, sostiene Garrido. “Aunque ahora, a diferencia de antes, nos tomamos más en serio. Ya no nos escudamos en algún tono de broma”. Con letras menos cinematográficas respecto al debut y recursos musicales que atañen al continente americano en general (hay más río y humedad y no sólo polvo y desierto), Petrecolla reconoce haber encontrado “la flexibilidad para que en este disco haya casi un bolero o aparezcan los llaneros de Venezuela”. “Mostrar lo mucho que hay en común entre una punta y otra de América”, remarca. Y concluye su amigo: “En el fondo ése es nuestro sueño: ser itinerantes. Un banda que va por el continente tratando de cantar lo que va viendo”.