Américo Balbuena ingresó al Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal Argentina (PFA) en los últimos meses de la dictadura. Para entonces, acarreaba una frustración: había querido ser ingeniero, pero no había logrado superar el ingreso en la Universidad de Buenos Aires. El nuevo milenio lo encontró, en diciembre de 2000, con un título de periodista bajo el brazo. Para esa época, empezó a frecuentar distintos espacios de medios comunitarios y así fue cómo se cruzó con un viejo compañero de la escuela que había fundado uno. De esa forma, se franqueó el ingreso a la agencia Rodolfo Walsh. Durante más de diez años, el “Pelado” Balbuena estuvo infiltrado en ese medio de comunicación popular. Sin embargo, en el juicio que se le sigue en los tribunales de Comodoro Py, dijo que no se trató de una tarea de inteligencia ilegal sino de una especie de “pasantía” que él hacía para nutrir su currículum para cuando debiera retirarse de la fuerza.
Balbuena pasó 30 años en la PFA, pero quiere presentarse como periodista. En los minutos que habló ante el juez federal Daniel Rafecas –que lo juzga–, buscó situarse en el rol de un comunicador que actuó con ética profesional. Ninguno de los que lo acusan –ni la querella que encabezan Myriam Bregman, Matías Aufieri, Liliana Mazea y Carlos Platkowski ni la fiscalía– hablan de su calidad periodística, sino cómo usaba ese rol como pantalla para conseguir información sobre organizaciones sociales para la estructura de inteligencia de la PFA.
Balbuena se reencontró estudiando periodismo con Rodolfo Grinberg, fundador de la Walsh que le abrió generosamente las puertas del espacio. Durante años, Balbuena fue el encargado de armar la agenda política semanal de la agencia de noticias y ofició como movilero. Balbuena tenía algo que no solía ser habitual en los militantes de la comunicación alternativa: tiempo y plata para la nafta. A sus compañeros de la Walsh, él les decía que trabajaba con una hermana y un cuñado en una maderera.
Balbuena gozaba de tiempo libre porque, entre otras cosas, en su rol de integrante de la División Análisis del Departamento de Seguridad y Estado de la PFA tenía horarios discontinuos. De esa forma, podía alternar entre policía y la “militancia comunicacional”. Durante su declaración indagatoria, el policía retirado buscó justificar esta situación.
Balbuena, además, buscó de darle sentido al hecho de que mucha de la información que él recogía nunca aparecía volcada en las notas que escribía en la Walsh. Lo hizo con muchas entrevistas que hizo por Cromañón e incluso la abogada María del Carmen Verdú, referente de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), contó que Balbuena solía interesarse con cierto fanatismo en saber qué fuerzas de seguridad generaban mayores casos de gatillo fácil o qué medidas de seguridad tomaban los abogados de esa organización. Claramente eso no aparecía en los artículos. “Yo iba a la casa de él (por Grinberg) –se atajó Balbuena–, le entregaba las notas e incluso me ayudaba a redactar porque a mí me costaba mucho darle el carácter que él quería darle. Lo que él quería publicar lo publicaba; lo que no quería no lo publicaba”.
Balbuena se había pegado especialmente al fundador de la agencia Walsh. Iba a su casa, asistía al cumpleaños de su hija. Nada de eso pudo negarlo, incluso recordó haber tenido un rol muy diligente en la choriceada que se hizo en esa ocasión, pero buscó negar que algo de esto tuviera que ver con su rol en el Cuerpo de Informaciones de la PFA. “Era una socialización entre personas”.
Los militantes que declararon como testigos ante Rafecas y los que lo habían hecho en la instrucción ante Sergio Torres destacaron el carácter pegajoso de Balbuena. Oscar Kuperman –ya fallecido– había contado que en 2008 había acordado una nota con Radio Continental y Telefé en su casa, pero la sorpresa fue grande cuando también llegó Balbuena, sin haberlo citado previamente.
“Yo verdaderamente no iba a la casa de nadie a hacerle notas ni a asambleas privadas”, dijo Balbuena. “Siempre fui a lugares públicos. Hice notas a varias de las personas que se presentaron acá o las conocí en lugares públicos, inclusive hacían conferencias de prensa en bares. Asistía a las que me decía Rodolfo Grinberg”, insistió el espía de la PFA.
“No tenía relación de amistad, solo un trato cordial con todas las personas. Me gusta la profesión”, continuó Balbuena. “Es como si le hago una nota a usted o a cualquiera: es la relación que hay entre periodista y entrevistado”, dijo buscando la complicidad del juez. El problema del argumento de Balbuena es que él podría tener un título en periodismo pero era un integrante del Cuerpo de Informaciones de la PFA y, según declararon sus jefes que también son acusados en el juicio, la División Análisis a la que él reportaba se dedicaba justamente a hacer lo que Balbuena hacía en la Walsh: reunir información sobre quienes se manifestaban.
“Yo trataba de tener un currículum, por eso ponía mi nombre y apellido. El nombre que yo utilizaba era el real, el mío. No tenía que esconder nada. ¿Cuál era mi motivo de esconderme si yo lo que hacía era un ejercicio de lo que había estudiado? Yo jamás utilicé la información periodística con fines policiales. Yo siempre actué de buena fe y siempre con ética periodística”, se exculpó Balbuena. "Era como una pasantía no rentada", remarcó sin sonrojarse.
El espía está en el banquillo con dos de sus superiores Alfonso Ustares –que estuvo a cargo de la División Análisis entre 2002 y 2007– y Alejandro Oscar Sánchez –que comandó la División Análisis entre 2009 y 2013, cuando se descubrió la infiltración de Balbuena. Ustares declaró este jueves por primera vez y, para sorpresa de sus acusadores, terminó confesando cómo fue ampliando la dependencia para hacerle frente a la protesta social.
Sánchez ya había aceptado ser indagado el martes, cuando comenzó el proceso. Esta vez pidió responderle a Marcelo Sain, que había testificado en la jornada anterior. Según Sánchez, a los espías de la PFA se los conoce como "plumas" porque estaban desprestigiados por la tarea de ser los buchones internos de la fuerza, no por dedicarse al espionaje político.
Balbuena --que busca presentarse como un ignorante político y a quien Sánchez le atribuyó pocas luces al decir que no era justamente James Bond-- no es el único ilustre integrante del Cuerpo de Informaciones que saltó a la fama. José Pérez, más conocido como "Iosi", estuvo infiltrado durante años en la comunidad judía, declaró ante la justicia porque temió haber contribuido con la información que proveyó a los atentados contra la AMIA y la embajada de Israel y es protagonista de un libro y una serie de Amazon Prime. El año pasado, Página/12 reveló la historia de "Isabelita", la espía que estuvo infiltrada en Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura.
En lo que sí puede hacer escuela Balbuena es en la posibilidad de que su infiltración sea castigada por la justicia. El miércoles próximo, Rafecas escuchará los alegatos de las partes y después definirá cuándo dará a conocer el veredicto en un juicio que termina siendo atípico --no solo porque los espías están en el banquillo sino también porque se pone en debate el secreto con el que se rige la actividad de inteligencia--.