Soy hija de un crítico de cine, un Licenciado en Cinematografía, más precisamente un cinéfilo empedernido, por ese motivo a lo largo de mi niñez y mi adolescencia tuve la oportunidad de conocer buena parte del cine americano, europeo, cine arte y todo lo que cayera delante de nuestros ojos, en todos los formatos, lo que veíamos en televisión, las películas en super 8, 16 o 35 mm que mi papá proyectaba en ciclos de cine con debate, las tres películas en continuado que veíamos en el cine al que entrábamos gratis gracias a su carnet de crítico y más tarde en el tiempo el querido VHS. Ví más cine en esa época que en todo el resto de mi vida adulta. Ése fue el germen del deseo de querer actuar, provocar alguna vez lo que los actores que veía en el cine me provocaban a mí. Y aunque tengo poderosos recuerdos de la Nouvelle Vague o Fellini, si tengo que elegir una película de la que soy fan, es una que conocí a los 15 años en el videoclub de mi barrio y que marcó el comienzo de mi despertar amoroso y sexual.
37.2 Le Matin o como se llamó acá, Betty Blue, es la historia de un amor intenso y desgarrado entre dos jóvenes buscando su destino. Criticada y censurada en su momento, tildada de posmoderna y publicitaria ,aunque con su séquito de fanáticos, para mi es un film que de algún modo u otro me acompañó y marcó a lo largo de mi vida. La alquilé muchísimas veces y la volví a ver por internet esta vez en una versión HD que me dejó fascinada por una exquisita fotografía que en la vapuleada cinta del videoclub no lograba apreciarse. Es la tercer película del Francés Jean Jacques Beineix, basada en la novela de Philippe Djian, escrita sólo un año antes que se haga la película, que se estrenó en 1986 . Tiene dos versiones una más corta y la original que dura tres horas .
El título en francés remite a la temperatura corporal que una mujer embarazada tiene cuando despierta, 37,2 grados, ya que uno de los deseos intensos de Betty es fecundar. La historia comienza en un pueblito costero del sur de Francia y la primera e inolvidable escena es un tórrido acto sexual entre los protagonistas Betty (la enigmática Beatrice Dalle) y Zorg (el exquisito Jean Hughes Anglade) en una cama debajo de un afiche de la Mona Lisa. Ellos se conocen hace una semana y pasado ese tiempo, suficiente como para que se enamoren perdidamente, ella entra en su vida huyendo de un trabajo como moza donde era acosada. El tierno Zorg, un arreglatuti multipropósito la acoge en su casa y la incluye en su rutina laboral y en su vida, que transcurre entre arreglar cabañas y lidiar con su patrón . Betty es una chica desequilibrada emocionalmente. Desequilibrio que va agudizándose a lo largo de la historia y cuando descubre que el bruto patrón de Zorg lo obliga a pintar 500 cabañas comienza a reaccionar violentamente. En una de esas peleas descubre una caja con una novela manuscrita que Zorg escribió hace un tiempo. La lee con exquisita dedicación y descubre que tiene un gran talento y lo empuja a abandonar esa vida sin demasiado futuro. Decide que va ayudar a Zorg a publicar su novela: Betty encuentra un propósito en la vida y luego de incendiar la cabaña emprenden una serie de travesías juntos que los llevarán a administrar un restaurante hotel en París con unos amigos, o a atender un negocio de pianos en otro pintoresco pueblo costero. En el camino Betty, luego de transcribir la novela a máquina y enviarla a todos las editoriales de París espera ansiosa el reconocimiento como escritor de su amado y un hijo que cree que llega, y no. Su desquilibrio se agudiza y en el camino se vuelve agresiva con los demás y con ella misma, clava tenedores, corta rostros, atraviesa ventanas, roba a un niño y como corolario se saca un ojo. Betty es un ser demasiado frágil para este áspero mundo y Zorg la ama incondicionalmente con todo lo bueno y lo malo, como las chicas de 15 desean que se las ame. Betty Blue es una película de sentidos, las escenas de crudeza erótica, los naturalizados desnudos de los personajes, los vibrantes paisajes soleados de la campiña francesa, la paleta que vira de los pasteles calmos del comienzo a los quebrados azulados del final, y la música, esa maravilla compuesta por el libanés Gabriel Yared, mezcla de saxo ochentoso, tiovivo, bossa nova melancólica, me acompañó a lo largo de todos estos años, la tuve en cassettes, en mp3, la puse en mis clases de teatro, la escuché en aviones. Hace un par de de años estando en Bélgica de gira con una obra necesitábamos libros para la utilería y uno de los que nos dieron en el teatro era la novela original,con la tapa el afiche . “Me sigue”, pensé . Debo reconocer que durante años deseé tener esa magnífica belleza de Beatrice, y su desfachatez. A los 19 me corté el pelo igual a ella y recibí en la pista de El Dorado un piropo inolvidable de un francés diciendo que se la hacía recordar. Pero lo que más me gusta de Betty Blue es la actuación, la entrega enorme de esos dos actores inmensos, que representan todo lo que admiro en un actor: ella, esa presencia contundente, esa visceralidad, esa originalidad, no se parece a nadie ... y él, qué decir de un actor tan sensible, tan económico, tan presente . Lo que tienen para actuar es maravilloso y dejan las tripas en eso. La escena final donde él, vestido de mujer, decide ahogarla con la almohada para que deje de sufrir mientras la besa dulcemente es uno de mis momentos favoritos del cine. El libro de Zorg finalmente es editado y él comienza a escribir un segundo libro saliendo de su bloqueo artístico. Betty pasó por su vida como un rayo, quizás para iluminarlo y seguir. Y ahí los ojos se me inundan, como cuando recuerdo el comienzo de la proyección, el cine a oscuras, el haz de luz, mi padre a mi lado y el saber íntimamente que los dos ya amábamos lo mismo: el cine.
Julieta Vallina es egresada de la Escuela de Teatro de La Plata. Ha realizado trabajos como actriz en teatro, cine, televisión y publicidad. Actualmente protagoniza Los Vecinos de Arriba junto a Diego Peretti, Florencia Peña y Rafael Ferro en el teatro Metropolitan Sura y se la puede ver en Pornosonetos sobre textos de Pedro Mairal, los domingos de julio a las 16.30, en Abasto Social Club, Yatay 666. También también dirige Satori, sobre textos de Mario Levrero, con Nicolás Goldschidt y Milva Leonardi, los sábados a las 17 y domingo a las 21 en el en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.