Al otro lado del Zoom, en lo que parece ser un pequeño estudio o un depósito para instrumentos (se ven dos pianos y algunos estuches de guitarras), Rose Elinor Dougall pide disculpas y frena la entrevista. Inclina su hombro derecho hacia abajo, y, cuando parece que va a levantar una viola, aparece en la pantalla de la computadora el tercer integrante de la nota: un bebé. Su bebé. No es una mascota ni su novio, sino una criaturita recién salida de su panza que está reclamando atención. Al igual que en los primeros 2000, cuando supo ser frontwoman de The Pipettes (girlband que redimió el cruce entre doo woop y pop de antecesoras de los '60 como The Shangri-Las, aunque sus integrantes tocaban los instrumentos, al estilo de Viudas e Hijas de Roque Enroll), en esta etapa de su vida se siguen sosteniendo dos rasgos que la identifican: su versatilidad musical y su verborragia.
Devenido en este momento en el babysitter más célebre de la cultura pop, Graham Coxon, compañero de Dougall en su flamante proyecto musical, toma en sus brazos al bebé para que ella termine de contestar. Y lo pasea por el cuarto para intentar calmarlo. Algo sobre lo que tiene experiencia, aparte de su rol de guitarrista de Blur o de cantautor solista, tras criar a dos nenas. De hecho, antes de su última visita a Buenos Aires con el cuarteto londinense, en 2013, el artista le dijo a este diario que estaba concentrado en la educación de su hija Pepper. Una vez que termine de responder cómo se pronuncia esa ligadura de "a" y "e" que caracteriza al nombre de su grupo y por qué decidieron apelar a un recurso gramatical propio del inglés antiguo, la nacida en Brighton en 1986 pide con señas que le pasen al neonato. En ese toma y daca, ensayan sin siquiera imaginarlo una nueva dinámica para el dúo.
“La gente se confunde cada vez que debe pronunciar The Waeve” (bien sea en el inglés antiguo o en el actual, la manera de decir el nombre de la banda y su significado en español es el mismo:"ola")”, reconoce la vocalista y compositora. “Terminamos de llamar al grupo de esa forma porque, sin darnos cuenta, la mayoría de las canciones que habíamos compuesto trataban sobre el agua, el mar y la costa. Le estábamos cantando a esas expresiones tan puntuales de la naturaleza, al igual que a los paisajes y a las fuerzas elementales. En los idiomas que conocemos y las culturas que distinguimos, la traducción de esa intensidad es similar. Es una síntesis universal. Al final, son ondas emocionales o sonoras. O algo parecido a eso. Pero te soy sincera: no sabíamos realmente lo que íbamos a hacer cuando comenzamos a trabajar. No teníamos grandes planes”.
Este debut de The Waeve se tornó en un parteaguas para la trayectoria de ambos músicos. La analogía surge a partir del hecho de que el disco, titulado igual que la banda, apareció el pasado 3 de febrero. A pesar de que sus integrantes confiesen que no tuvieron expectativas voluminosas tras manufacturar estas 10 canciones iniciales, la propuesta sorprendió, a tal punto que se convirtió en uno de los batacazos de la escena musical británica en el inicio de 2023. Si bien ya habían encendido las alarmas en septiembre último luego de la aparición de su primer single, “Can I Call You” -y que reforzaron en noviembre con el lanzamiento de “Kill Me Again”-, la revelación del resto del repertorio deja en evidencia la lucidez, el riesgo y el sentido de contemporaneidad de la dupla.
“Es genial todo lo que están provocando estas canciones. Eso me pone contenta, pero también nos sorprendió a nosotros”, confiesa Dougall. “Sólo queríamos compartir nuestro amor por diferentes tipos de música. Cuando comenzamos a componer, no sabíamos que eso se convertiría en un tema y menos aún en un disco. Al principio, la Covid nos tenía bloqueados. Y eso fue muy frustrante”. A lo que Coxon añade: “Mientras el mundo estaba detenido, nadie sabía que estábamos trabajando juntos. Tuvimos este increíble tipo de tiempo secreto para explorar todas nuestras ideas, sin tener que pensar demasiado en ellas. Pusimos a prueba su potencial. Creo que algunas personas pueden haber imaginado que sería un sonido más pequeño, algo más próximo a guitarras y voces. Es un poco el estereotipo que viene a la mente cuando ven un dúo conformado por una música y un músico”.
-Si tomamos en cuenta las escenas a las que pertenecen y la distancia generacional que hay entre ambos, esta es una dupla inimaginable. ¿Es cierto que la conexión entre ambos vino por su afición por la música folk?
Rose Elinor Dougall: -Nos conocimos hace mucho tiempo, como en 2004, pero fue un encuentro breve en el que no pudimos tener una conversación adecuada. Muchos años más tarde, en 2020, volvimos a coincidir en un evento benéfico que organizó un amigo. Luego de mi recital vino el de Graham. Recuerdo que me sorprendió mucho que en su repertorio incluyera covers de Bert Jansch y John Martyn. Son artistas con una obra brillante, que son parte de mi formación musical y a los que admiro mucho. Me parecen los dos mejores guitarristas del folk británico. No mucha gente puede tocar de esa manera. Así que me cautivó esa elección. Por eso, cuando terminó, me acerqué para hablar con él y para agradecerle que rescatara canciones a las que amo tanto. Fue el punto de partida de todo esto.
-La propuesta musical de The Waeve pareciera estar más cerca de Roxy Music, Morphine o de la actual escena inglesa de post punk que del folk…
Graham Coxon: -Nos encantan esos artistas. Sin embargo, creo que la manera en que se construyó la propuesta musical del grupo fue orgánica. No hicimos planes al respecto sobre cómo teníamos que sonar. Simplemente fuimos materializando las ideas y además muy lentamente, para que pudieran tomar su propia forma. Luego, empezamos a revisar las pocas canciones que habíamos comenzado a escribir. A pesar de que esto parece tener su propia identidad, inevitablemente las cosas que amás y las influencias que tenés siempre se filtran en lo que terminás haciendo. Es como si el piano tuviera algo de jazz o el saxo trajera consigo algo de rock progresivo, al estilo de King Crimson o de Van Der Graaf Generator, mientras que la guitarra se cruza a veces con el punk y en otras ocasiones con el folk. Lo que quiero decir con esto es que cada instrumento absorbió la atmósfera de otro lugar. Si bien nada fue a propósito, me emociona el ruido que genera esa inconsciencia.
Hace una década, cuando se encontraba promocionando su álbum solista A+E (título que presagiaba el grafema de su nuevo grupo), Graham Coxon advirtió que estaba con ganas de batir una coctelera musical que tuviera entre sus ingredientes el hardcore, el techno y el free jazz. Aunque The Waeve no resulta precisamente de esa mezcla, sí apela por la intención experimental. Esto además le permitió al violero de Blur salir de su lugar de confort para probarse interpretando el laúd y el saxo. Y vaya que esto último lo hace muy bien. “Al tocar el saxo en el disco, no lo hice pensando en que era un instrumento, lo pensé como otra voz”, explica el cantautor de 53 años. “Siempre tuvimos en cuenta la idea del equilibrio. Eso nos llevó a agarrar todos los instrumentos que más o menos sabemos tocar y los pusimos a dialogar en estas canciones”.
-Tenés un estilo para tocar la guitarra muy particular. En este caso, ¿te propusiste hacer algo diferente con ese instrumento?
G.C.: -Estaba muy consciente de que no quería llenar el disco con toneladas de guitarras. Si eso hubiera sucedido, seguramente no habría quedado espacio para nada más. Entonces probé algo paisajístico, similar a lo que hizo Ry Cooder cuando grabó la banda de sonido de la película Paris, Texas. Puse al instrumento a sonar como si fuera un desierto polvoriento. Diciéndolo con palabras, puede suponerse como algo chico, pero la verdad es que fue un trabajo bastante grande.
-Si tuvieran que elegir el instrumento base en su proyecto musical, ¿cuál sería?
G.C.: -Supongo que el piano. Cuando Rose y yo comenzamos a trabajar en las primeras canciones, me di cuenta de que lo tocaba de una manera que expandía el sonido. Más allá de que fue funcional para el proyecto, esa forma armónica y esa fuente de acordes representan la manera en que a ella le gusta tocar. Sin embargo, antes de que nos diéramos cuenta, en el estudio había órganos, piano, cuerdas, saxofón, armónica, guitarras acústicas y bajo. Y luego empezamos a elegir. Lo que nos gustaba de la canción, los sonidos a los que respondíamos mejor, era lo que quedaba. Todo lo hicimos para complacernos a nosotros mismos y para entretener a nuestros propios oídos. Nunca llegamos a pensar en que alguien podía escuchar esto.
-Tomando en cuenta eso, ¿cómo definieron qué parte le tocaba cantar a Rose y cuál era la de Graham?
R.E.D.: -A veces, Graham escribía una línea o una melodía, y me daba pie para una idea, y viceversa. Ahora que el disco está listo y escucho la forma en que lo cantamos, percibo que la genialidad está dando vueltas. El tuvo lo que quiso y yo también. Es una sensación de pertenencia indescriptible.
-A pesar de que en una primera escucha parezcan minimalistas, sus canciones construyen relatos ricos en narrativa sonora. Sólo les basta esa dialéctica de voces y juego de armonías para comenzar a hilvanar. ¿Era lo que deseaban inicialmente o se dieron cuenta de eso en el camino?
G.C.: -La verdad es que no somos conscientes de ello. No quería llenar el software de la computadora con otra cosa que no fuera energía positiva. Estoy seguro de que Rose opina lo mismo. Y me atrevo a hablar por los dos porque para ambos fue un ejercicio creativo. Desde el hecho de que la canción tuviera ese diálogo entre lo femenino y lo masculino, tanto en las voces como con los instrumentos, hasta en la posibilidad de mostrarnos vulnerables. Quisimos romper con ese estereotipo que tienen las canciones de que lo masculino simboliza lo fuerte y lo femenino lo débil. Apuntamos a la interacción.
-Antes de que cualquiera pudiera imaginar la pandemia, Graham hizo la banda de sonido de The End of the F***ing World, serie de televisión que muestra lo que una persona es capaz de hacer cuando debe tomar decisiones en un contexto estresante. ¿Ese encargo sirvió de inspiración al momento de componer este repertorio?
G.C.: -Si el futuro es toda una incertidumbre, el pasado a veces puede ser doloroso, por eso intentamos escribir sobre el presente. Creo que ese fue el leitmotiv del disco. Como todo puede terminar mañana, intentamos hacer algo con el momento que estamos viviendo. Disfrutemos del arte, de la música y de la vida, y ríamos mientras todo se va desmoronando de a poquito. ¿A qué más podemos aferrarnos? Esa es una constante que atraviesa a muchas de las canciones del disco. No es que seamos cínicos ni nada por el estilo. Siento que este proyecto nos salvó de serlo y de volvernos negativos acerca de la vida.
-Entonces estas canciones son una radiografía del actual y convulsionado momento social que atraviesa la sociedad británica.
R.E.D.: -Me pondría muy feliz que estas canciones incomoden. Este país es un lugar realmente lamentable, diferente a aquel en el que crecí. Lo siento muy hostil. Y para muestra está la decisión de la iglesia de no aceptar el matrimonio igualitario. Con esto quiero decir que posiblemente siempre fuimos reacios al optimismo y quizá nunca me di cuenta de ello. Pero el odio que hay, apoyado además por este gobierno, no recuerdo haberlo percibido antes. Todo el mundo está muy enojado y eso es ideal para la manipulación. Eso es un bajón. A cualquiera le quita las ganas de hacer algo. Sin embargo, despotricar es mejor que rendirse. Es lo más cercano a la reconciliación y a hacer algo hermoso.
G.C.: -Este disco tiene ese tipo de fuerza asertiva para recuperar algunas de las narrativas que han sido robadas por el momento político que estamos viviendo. Si podés escribir sobre una época rara, me parece que tenés posibilidades de encontrar algunas respuestas.
-¿The Waeve lo piensan como un proyecto paralelo a lo que hacen o es la nueva banda de ambos?
R.E.D.: -Es la nueva banda de ambos. Sin duda. Se convirtió en algo así como un gran beso, en nuestro enfoque principal. Podría seguir con mi carrera solista, pero esta música sólo es posible con Graham. Estoy fascinada y sorprendida con lo que estamos generando. Por eso estoy comprometida absolutamente con él y con el proyecto. Hay tanto para hacer, tantos lugares a los que podemos llevar nuestra música. No sólo me refiero a una movilidad física sino también creativa. Siempre tenemos ideas y sé que podemos apoyarnos mutuamente.
Desde que se fue de The Pipettes para iniciar su carrera solista, Dougall publicó tres discos en solitario, todos próximos al coloquio entre el folk y el pop. El más reciente data de 2019 y lleva por título A New Illusion. Por su parte, a partir de la salida de su debut en solitario en 1998, The Sky Is Too High, Graham Coxon desarrolló una obra unipersonal en paralelo a su trabajo con Blur. Si bien tiene ocho álbumes de canciones, en los últimos tiempos se dedicó a la creación de bandas de sonido. La más reciente fue para la novela gráfica Superstate (2021) y el año anterior lo había hecho para la serie I Am Not Okay with This, aún disponible en Netflix (allí le puso música y letras al grupo ficticio Bloodwitch). En medio de ese arrebato inventivo, el nacido en Alemania terminó de patear el tablero al aceptar la invitación de Duran Duran para participar en su disco Future Past.
En abril de 2022, ambos músicos blanquearon su flamante proyecto grupal y la confección de su primer disco. Esto fue secundado, a mediados de noviembre, por el anuncio del regreso a los escenarios de Blur, en el mítico Estadio de Wembley (ubicado en Londres), el 8 de julio. “Tengo muchas ganas de volver a tocar con mis hermanos de Blur y revisar todas esas grandes canciones”, afirmó Graham Coxon, poco después de que se pusieran a la venta las entradas del que será el único show del cuarteto en 2023. “Los recitales son siempre increíbles para mí. Una buena guitarra, un amplificador a tope y un montón de caras sonrientes”. Meses más tarde, mientras ahora le toca a Rose cargar a su bebé en esta entrevista, el violero enfatiza acerca de la reunión de uno de los artistas icónicos del britpop: “Va a estar bueno pasar un rato con mis compinches. Eso es lo único que pretendo con este regreso”.
-¿Cómo se compite contra el pasado?
G.C.: -Sé quien soy y lo que hice. Si hoy me preguntás dónde está puesta mi autenticidad, qué es lo que me representa o cómo soy en la actualidad, escuchá The Waeve. El tema de la identidad no es muy diferente a sacarte los zapatos y ponerte otra ropa.
-¿Ya tuvieron la oportunidad de probar sus canciones en vivo?
R.E.D.: -La banda la completan otros tres músicos, con los que el año pasado hicimos algunos pocos recitales. Nadie sabía lo que podía suceder y nadie había escuchado nada. Estábamos muy nerviosos, pero terminó sonando genial. Ahora estamos preparándonos para los festivales del verano (europeo). Y, con algo de suerte, quizá estemos en Sudamérica este año. Escuchamos propuestas. Esto es como volver a las raíces.
La diáspora de Blur
Hasta la discordia siempre
Por Luis Paz
The Waeve, el nuevo proyecto de Graham Coxon con la cantante Rose Elinor Dougall, no tiene nada que ver con el flamante disco de Gorillaz, el combo que armó Damon Albarn en el cambio de milenio. Y ninguno de ellos tiene tampoco mucho contacto con las "canciones para radio" que sacó Dave Rowntree. Nada; aunque los tres compartan banda hace 35 años.
En poco más de un mes, el guitarrista, el cantante y el baterista dieron tres discos divergentes, autónomos y desapegados del sonido y las temáticas de Blur, el grupo que aún comparten: en julio tocarán en Wembley y vienen de algunas acciones por el 25º aniversario de Blur.
The Waeve apareció el 3 de febrero y explora un folk más gótico, de a ratitos sónico, basado en lo textural. Antes había salido el de Rowntree: Radio Songs, el 20 de enero, una galería de ritmos y asuntos que orilla mejor en lo simpático del gesto que en un relieve musical concreto. Y el 27 de febrero emergió Cracker Island, de Gorillaz, aquel laboratorio de ritmos con mil invitados que en 2022 paseó con su gira, incluso por acá.
Ninguno es espectacular, los tres están bien: momentos fantásticos y a la vez carencias claras. Se iría la vida en regodearse en los puntos en común y al margen; en lo que suena a Blur o en lo que le responde al sonido y al modus operandi actual; o en cómo músicos de 55 años con 35 de banda se reinventan otra vez. En dos horas y pico se escuchan los tres enteros; en esas dos horas y pico hay conclusiones inevitables.
Pero lo que expresan también estos tres lanzamientos, de un modo muy claro, con discos en cascada pero sin colaboración de ninguno con los otros para estas obras, sin cruzarse en los créditos, es que uno y otro músico, una y otra música, no precisan sujetarse a la uniformidad. Albarn, Coxon y Rowntree vienen grabando y tocando juntos hace 35 años, sí. Convivieron el 60% de sus vidas por motivos musicales. No hay relación voluntaria que pueda basarse en la absoluta concordia y que dure tanto; resultaría un martirio y se debe evitar a toda costa.
Cada cual tiene un trip en el bocho es una de las frases irreprochables del rock argentino. Entonces, la idea de que las bandas son como una "familia" designa más bien a familias disfuncionales, con discordias, distancias, diferencias y desacatos que encima no se terminan en la negociación y resolución musical, con una sentada en la batería, el otro al teclado, dos de pie y otre andá de acá para allá sin saber qué hacer.
Empieza después la negociación y la resolución de sillón, alrededor de una mesa, por videollamada. Gestión y autogestión. Pegar fechas o pegar porros, sacarse fotos o sacar un préstamo para grabar. Tener una banda es tener una pyme, también se suele decir eso, pero es una pyme sin uniformes. Ponete la misma camiseta, dale, pero ponerte el mismo pantalón, el mismo gusto musical, el mismo corte de pelo...
Tener una banda es, también, una elección concreta sobre la forma de envejecer: en una manada divergente, por el tiempo que dure, con el alcance que tenga, pero con gente distinta, porque es crucial que lo sea. Tener una banda es hacer sonar las cosas no sólo tocando: el que no discute, no se pelea, no se distingue, es porque está en silencio.