La reina del terror se mueve como pez en las aguas del humor. No es una actriz, mucho menos una performer. Quizá esté inaugurando una especie de “stand up” literario con eje en su vida y su obra. “Suelo decir que nunca tuve experiencias paranormales, pero no es del todo cierto. Yo miento bastante”, confesó Mariana Enriquez al comienzo de No traigan flores, “experiencia-experimento” como ella mismo definió a este espectáculo que combinó lecturas con unas bellísimas y oscuras visuales de arena realizadas en vivo por el genial Alejandro Bustos y la música del saxofonista Pablo Ledesma y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado. Durante casi tres horas en el Teatro Coliseo, repleto de fanáticos de la autora de Nuestra parte de noche --novela con la que ganó el Premio Herralde en 2019--, la escritora argentina que más pesadillas despierta entre sus lectores revalidó su condición reciente de “estrella el rock de la literatura”, según The New York Times. Muy pronto saldrá de gira y ya hay confirmada una nueva función, el 17 de mayo, en la Sala de las Américas, Pabellón Argentina de la Universidad Nacional de Córdoba.
El fenómeno de “La Enriquez”, como la llaman muchos de sus fans, es de naturaleza anfibia: nace de sus libros, especialmente del furor que generó la premiada Nuestra parte de noche, pero también excede las páginas de sus ficciones, crónicas y otros textos periodísticos, para orbitar en torno a la construcción de su figura como escritora. Más allá de que la mayoría de sus obsesiones (los chicos que desaparecen, los ahorcados, los cementerios, los fantasmas, la fascinación por la muerte y la oscuridad) conectan con sus lectores, sus intervenciones públicas son amenas y divertidas. No busca proyectar una imagen intelectual compleja, distante y soporífera. Más bien se muestra tan fanática de sus escritores y músicos preferidos como lo hacen los fans con ella. El fanatismo es una condición sine qua non para empatizar con el universo desplegado por la autora desde que debutó con su primera novela, Bajar es lo peor.
Como en los mejores conciertos, la escritora apareció en el escenario más de media hora después del horario previsto, un gesto arquetípico del mundo de la música que podría contrastar con la puntualidad literaria. “Soy ouijómana; la copa es peor que la cocaína”, admitió la escritora en el preludio al primer texto que leyó sobre el juego de la copa, sentada en una silla de terciopelo rojo, ubicada en el centro del escenario. Sus lectoras y lectores festejaban con carcajadas y aplausos cada una de las intervenciones de Mariana ante un texto que, paradójicamente, pasaba del registro siniestro al humorístico por las interrupciones y comentarios que hacía mientras leía. Como si estuviera dinamitando en vivo el género que practica por otro que le sienta muy bien. Con un vestido negro de cuello blanco, la escritora se burló de sus experiencias con la tabla ouija y reveló cómo la visitaron diversos espíritus, entre los que mencionó a Jim Morrison, River Phoenix, Winston Churchill y Alejandra Pizarnik. El espíritu de la poeta le dijo que se iría “cuando se le cantara el culo”.
Como fanática confesa de la música, los Rolling Stones son “dioses” para ella. Le interesan los discos que sacaron entre 1967 y 1972, especialmente el que considera el mejor: Exile on Main Street. En “Un lugar soleado para gente sombría”, texto que publicó en Radar, el suplemento cultural de Página/12, en mayo de 2010, repasa los excesos de la banda en el exilio en Francia, luego de algunos problemas impositivos que tuvieron en Inglaterra. Interrumpir la lectura para profundizar alguna anécdota no escrita y vincularla con la realidad fue una constante, por ejemplo cuando los Rolling Stones escribieron canciones como “Ventilator Blues”, un homenaje al único ventilador con el que intentaban soportar esas noches de hasta 40 grados en la sala de la mansión francesa donde grabaron el disco. El aire del teatro parecía insuficiente y muchas se apantallaban con lo que tenían a mano: un libro, el señalador-programa y hasta algún que otro abanico. “Ustedes llorando por el calor, yo llorando por el calor, y los señores con cuarenta grados grabaron el mejor disco de su historia. Está bien… de la cabeza. A lo mejor Edesur podría repartirnos algunas drogas si nos vamos a morir de calor”.
La última lectura de la primera parte del espectáculo fue sobre su infancia en Lanús y su fascinación por los “lugares donde hubo vida y no la hay más”. Entonces avanzó sobre una serie de textos cortos, “Escenas de la niña oscura”, con un niño que murió al quedar encerrado dentro de una heladera. O la mujer a la que su perro le arrancó los labios de un mordisco cuando intentó sacarle una pata de pollo de la boca. “No me gustan los perros, ni los grandes, ni los chicos, ni los vivos, ni los muertos”, reconoció. El tercer texto se refería a la profanación de la tumba de un bebé al que le sacaron el cerebro, los dientes y los genitales. La escritora precisó que todos eran casos que tomó de la realidad. Escribir quizá sea un modo de deformar la realidad. “Después me preguntan por qué escribo terror. Porque leo las noticias”, aclaró.
La escritora anunció que se retiraba del escenario para cambiar de vestuario. En ese primer intervalo de unos diez minutos se proyectó el fan art, dibujos, collage y pinturas, que los fans le mandaron por Instagram, surgidos de los personajes de la autora, como la tía abuela Angelita del cuento o Juan y Gaspar de su última novela. Volvió para compartir un fragmento del escritor que le contagió las ganas de escribir, Stephen King, un autor con el que se asustó “como nunca en la vida”. Eligió leer La hora del vampiro, traducido por César Aira, sobre un chico ahorcado que abre los ojos. El momento fue mágico por la conjunción entre la lectura, la música y esos dibujos góticos con arena que parecían insuflar más miedo. “Todos tenemos nuestras pesadillas”, afirmó Enriquez.
“Lo personal no me vuelve loca. Sí leerlo, cuando está bien escrito, pero escribir sobre mí y lo que me pasa me cuesta bastante”, aseguró la escritora antes de leer “La canción de la torre más alta", un texto autobiográfico que publicó en la revista Anfibia. “No es que no lo haga, pero escondo las cosas, las deformo”, explicó la cocina de esa crónica en la que narra los días que pasó en París con un joven sensual y trágico, una mezcla del poeta Arthur Rimbaud y el actor Guillaume Depardieu, el hijo de Gerard Depardieu. En el texto recuerda las náuseas que le provocaba el amor, la cantidad de pastillas que tomaba para dormir y la fiesta en la que tuvo sexo en público con ese joven escultural. “Ya no me fascina estar cerca de alguien que quiere morir. Quiero ser vieja. Ya no me gustan esos inválidos feroces (…) A lo mejor él cambió también o a lo mejor está muerto, tal como lo deseaba”. En sintonía con esa línea autobiográfica continuó con un texto sobre la última vez que consumió cocaína. “Tenemos que aprender a hablar de las adicciones, de las enfermedades mentales (que tuve, tengo y tendré) para que no todo sea un secreto horrible. Tenemos que aprender a decir dejé, aprender a decir recaí, y que esto no nos impida tener un trabajo, que entre de una vez en la conversación como lo que es: un problema de la vida cotidiana”.
Los fans --se sabe-- necesitan escuchar los hits. No podían faltar el cuento “El desentierro de la Angelita” y un fragmento de Nuestra parte de noche. El bonus track llegó de la mano de un relato inédito titulado “Mis muertos tristes”, del libro de cuentos que está corrigiendo. Cuando Enriquez terminó de responder las preguntas del público, las lectoras y lectores se zambulleron en la oscuridad de una noche húmeda y calurosa que nunca olvidarán, como las mejores pesadillas.