En las primeras semanas de marzo quebraron tres bancos de Estados Unidos. La Reserva Federal (banca central) y el Departamento del Tesoro (ministerio de Economía) anunciaron un paquete de medidas para frenar la corrida en el sistema financiero. El efecto desconfianza alcanzó a algunos de las principales entidades bancarias europeas. Los economistas internacionales que hace varios meses (e incluso años) adelantaban el estallido de una nueva crisis financiera volvieron a estar de moda y en los países desarrollados existe un clima de máxima incertidumbre.

El primer golpe ocurrió con la caída del Silicon Valley Bank, uno de los 20 bancos más grandes de Estados Unidos. Su quiebra fue inesperada: no consiguió la liquidez suficiente para responder a una salida masiva de depósitos y las autoridades reguladoras decidieron su cierre. Una parte de sus problemas estuvieron asociados con inversiones de largo plazo en bonos del Tesoro, que perdieron valor de mercado en el escenario de tasas de interés cercanas al 5 por ciento. Al cierre del SVB le siguió a los pocos días la quiebra del Signature Bank.

Con este panorama, la Reserva Federal decidió coordinar políticas de urgencia con el resto de los organismos de regulación para asegurar que los clientes de estas entidades recuperarían sus depósitos sin importar el estado de la liquidación final de los bancos quebrados. Sin embargo, la desconfianza en otras instituciones, como el First Republic, continuó en aumento y un grupo de bancos grandes liderados por el JP Morgan decidió rescatarlo, al aportar una línea de liquidez de 30 mil millones de dólares para garantizar su estabilidad.

El efecto de inestabilidad bancaria replicó en Europa con la situación del Credit Suisse, que es uno de los grandes grupos financieros de Suiza. La banca central de este país le extendió una línea de 54 mil millones de dólares para que haga frente a la salida de depósitos y frene la crisis de desconfianza, en medio del desplome de sus acciones. Al cierre de la semana pasada las acciones seguían en baja.

Uno de los ejecutivos más escuchados en el mundo de las finanzas internacionales es Larry Fink, dueño de BlackRock, el principal fondo de inversiones del mundo. Sus declaraciones de los últimos días sumaron alarmas: “La Reserva Federal ha subido en el último año los tipos de interés en casi 500 puntos básicos (de casi cero a 5 por ciento). Este es uno de los precios que debemos pagar por años de dinero barato y es la primera ficha del dominó en caer”.

El clima de desorden financiero mundial no es sólo resultado de la tasa de interés elevada de la Reserva Federal ni se limita exclusivamente a las finanzas. Los problemas del sistema financiero no están desconectados de lo que ocurre en la economía real, en la cual existen desafíos urgentes. "En los 13 años que me ocupo de esta asociación para personas sin hogar, nunca he visto tanta gente, veo cada vez más gente en busca de ayuda". La frase no se refiere a alguna ciudad Latinoamérica ni a otra región emergente en la que se acentuaron los conflictos sociales por el impacto de la inflación global, el efecto de la suba de las tasas de interés y la recesión de la economía. Las palabras son de un referente de una organización sin fines de lucro de Estocolmo, Suecia, dedicada a repartir en forma gratuita alimentos entre la población.

El mundo se encuentra en un momento de desequilibrios extraordinarios que impactan incluso en economías desarrolladas y reconocidas por su Estado de Bienestar, como es la de Suecia. No es necesario observar los números de las bolsas en Wall Street, el derrumbe de algunos bancos y las medidas de emergencia de las principales autoridades monetarias de occidente. El dato más simple pare comprender el desorden global es que en un país nórdico se vuelve a hablar de la pobreza, de la suba de los precios y de la dificultad de una parte de la población para cerrar las cuentas del mes.

El problema del mundo para mejorar la distribución de los ingresos y ofrecer igualdad de oportunidades a sus habitantes va en aumento, en una carrera en la que la economía real parece desorganizarse a un ritmo parecido al que lo hace la economía financiera. La crisis de los últimos días de la banca estadounidense y europea es estructural y, por el momento, la respuesta de los países termina en una encrucijada. Resolver la falta de liquidez de las entidades financieras es insuficiente si no se contiene el desequilibrio social.