Por estos días Jean-Pierre Noher y Ernesto Claudio comparten escenario en El cazador y el buen nazi, obra escrita por Mario Diament con dirección de Daniel Marcove que puede verse los lunes a las 20.30 en El Tinglado, pero desde hace mucho tiempo los une una profunda amistad. Cuando llegan al bar del Teatro Gargantúa para la entrevista, se hacen chistes con esa camaradería que fue consolidándose en todos estos años. Durante la charla ya no son Jean-Pierre y Ernesto, sino Pierino y Ernie. Se conocieron en la audición para entrar a la legendaria escuela de Agustín Alezzo y fueron compañeros durante ocho años hasta que su mentor los echó. Entre carcajadas recuerdan que un día les dijo: “Dejen de estudiar y vayan a laburar”. Sin embargo, a lo largo de sus trayectos profesionales nunca les había tocado trabajar juntos; se cruzaron en algún programa de TV pero no compartieron escenas.
El proyecto le llegó a Noher a fines de 2021 a través del director. Estaba haciendo Diciembre 2001 –serie donde interpreta a De La Rúa, de próxima aparición– y le resultaba complicado compatibilizar su trabajo audiovisual con la obligación de hacer teatro en la semana, así que rechazó la propuesta. Pero al día siguiente le dio curiosidad y pidió que le enviara el texto. Cuando terminó de leerlo supo que tenía que hacerla: “Además de que el texto me pareció extraordinario, me conmovió y sentí un deber moral por mi historia familiar. Mis abuelos paternos murieron en las cámaras de gas de Auschwitz y mi papá huyó a los 13 años vestido de monaguillo del campo de Vénissieux junto a 102 niños por un vacío legal que decía que los chicos huérfanos no podían ser deportados, entonces los padres los entregaron a familias cristianas. Eso duró pocos días pero mi papá pudo salir, hizo un increíble periplo y acá estoy. Mis abuelos no corrieron la misma suerte: a los tres días fueron deportados y a las dos semanas los asesinaron. Sentí que por algo me llegaba la obra, Daniel no tenía idea de todo esto y los dos pensamos en Ernesto para el otro personaje”.
El texto de Diament recrea el encuentro que se dio en mayo de 1975 entre el famoso cazador de nazis, Simon Wiesenthal (Noher), y Albert Speer (Claudio), ex arquitecto y ministro de Armamentos de Hitler. En ese momento Ernesto estaba actuando para Telemundo y en la exitosa Toc Toc, pero recuerda la particular elección: “Me contaron de qué trataba la obra y que eran dos personajes, entonces pedí el texto. Después me dijeron que Jean-Pierre era el otro actor y que al día siguiente empezaban a ensayar. No la leí. Es la segunda vez en la vida que me pasa una cosa así. Dije que sí porque él ya había aceptado y para poder hacerla juntos. Nos gusta lo que hacemos y amamos nuestra profesión, pero en este espectáculo hay algo que va mucho más allá: nuestra amistad. Para mí es un placer enorme. Uno confía en sus compañeros porque el teatro es un arte esencialmente colectivo; yo con este voy en barco, en tren o en lo que sea”.
Cuando empezaron a ensayar el director solía decirles: “Ustedes se quieren mucho, eso es un problema”. Hoy se ríen de aquello. La obra va por su segunda temporada y encontraron la manera de recrear esa tensión en la sala. En relación a la distancia con Speer, Claudio declara: “Desde el punto de vista ideológico sin dudas no comulgo para nada con él, pero que sea un personaje tan opuesto es lo maravilloso de esto. Cuanto más lejos está, más me gusta porque implica un desafío mayor. ¿Cómo llego a tener la convicción que tiene este tipo? No sé. Tengo fe y actúo. Es lindo cuando te toca alguien que piensa de manera diametralmente opuesta a vos”.
Ambos tuvieron una historia de militancia y esa es otra de las razones por las que el texto los interpela de manera directa: Ernesto recuerda a sus amigos desaparecidos y Jean-Pierre su militancia en la JP a los 17 años: “Yo no pasé de las pintadas y el trabajo en los barrios, así que mi militancia no se consideraba lo suficientemente ‘peligrosa’, pero después pasó lo que pasó y me tuve que ir”. Los dos encontraban en el taller de Alezzo “un lugar de libertad en una época en la que era muy complicado hacer teatro”. También recuerdan la vez que se infiltró un servicio de la SIDE en las clases, cuando tuvieron que esconder los libros de Stanislavsky por tratarse de un apellido ruso o cuando el propio Alezzo iba a la esquina de Jean Jaures y Córdoba para informarle a la Policía que los chicos que salían de ahí eran sus alumnos.
-Este encuentro sucede en Viena en 1975, pero al igual que Argentina, 1985 la obra pone sobre la mesa el rol de la justicia. Eso es muy actual, ¿no?
Jean-Pierre Noher: -Lo que está en juego hoy (en todo el mundo, no sólo en Argentina) es la democracia. El Tribunal Supremo de Justicia en Brasil, acá o en Israel, por ejemplo, empiezan a perder poder, se diluyen, y el ciudadano empieza a sentir que no tiene defensa porque hay dos o tres tipos que deciden todo. Como dice la obra, mientras haya un genocida suelto, el delito no prescribe porque es de lesa humanidad. En un momento se nombra Dnipró, una ciudad que fue bombardeada hace un mes en Ucrania. Wiesenthal era ucraniano y hablamos de lugares que vuelven a ser destruidos. ¿Cómo es que el ser humano no termina de entender?
-A partir del texto se puede pensar en la última dictadura cívico-militar pero también en el resurgimiento de discursos negacionistas con la nueva derecha. ¿Cómo piensan ese vínculo?
Ernesto Claudio: -Creo que el teatro puede servir para ejercer el pensamiento crítico y hacer un análisis de las cosas que pasaron y que pasan en la medida en que cada uno pueda. Hoy el hijo del dictador Bussi se asocia con Milei y lanza un spot con su campaña a favor de la portación libre de armas. Puede sonar pretencioso lo que voy a decir, pero creo que con esta obra se puede reflexionar; el teatro educa, puede ser útil para discernir algunas cosas con mayor claridad. Después cada uno tiene su ideología, pero hay cosas que son inadmisibles como asesinar a seis millones de personas.
Un crimen de semejante magnitud requiere de una gran maquinaria y un plan sistemático que involucra no sólo a las cúpulas del poder sino a distintos sectores de la sociedad. En cierto sentido la obra se pregunta por esa complicidad: ¿Quién puede declararse inocente? Sin adelantar demasiado, El cazador y el buen nazi trabaja sobre la hipótesis de esas responsabilidades: si la mano derecha de Hitler no tenía idea de la Solución Final, entonces toda la sociedad quedaba eximida de culpas. “Wiesenthal parece ser el que tiene más marketing, pero Speer fue famosísimo y logró convencer a los alemanes de que era un buen nazi. Incluso a los judíos: donó plata a sus instituciones, era muy respetado como arquitecto, zafó de la pena capital mintiendo y después iba a los canales de televisión y se presentaba como un personaje”, explica Noher.
Una buena noticia es que la obra también convoca a la gente joven: “Nos gusta que pase eso –dicen–. Vinieron de distintos colegios y es muy interesante porque se conmueven, se interesan. A partir del nazismo se crearon muchísimas ficciones y sigue siendo una época particularmente atractiva para abordar. Creo que la obra cuenta una historia que tiene que ver con el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, pero es mucho más abarcativa y, al mismo tiempo, nos habla de muchas otras cuestiones”.
- El cazador y el buen nazi puede verse los lunes a las 20.30 en El Tinglado (Mario Bravo 948). Las entradas se adquieren por Alternativa Teatral. En mayo harán funciones en el Teatro Roma de Avellaneda.