Un padre lleno de palabras. Un hijo que no habla. Y un vínculo de amor diferente pero auténtico. Con ese disparador, El hombre de acero, unipersonal del dramaturgo y director Juan Francisco Dasso, pone el foco en dos temáticas que rara vez se cruzan: la discapacidad y la sexualidad. Ganadora del XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia (2019), la obra se presenta en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759), los sábados a las 20.

Interpretado por Marcos Montes, el protagonista rompe la cuarta pared para hablar de su particular relación con su hijo Neo, un adolescente con autismo que no habla pero se expresa a través de dibujos. Los indicios del despertar sexual de Neo, y su reciente amistad con un chico llamado Dionel (también autista) obligan al padre a enfrentar una realidad sensible pero insoslayable. Ese es el objetivo que, precisamente, lo lleva a reunirse con Dionel, un personaje que marca el pulso del relato aun sin estar en escena.

“Fue un acto de escritura placentero”, describe Dasso, quien buscó visibilizar la vida cotidiana de las personas neurodivergentes, motivado por su experiencia de trabajo con chicos con autismo y otras capacidades diferentes. “Me di cuenta del material dramático que había ahí”, cuenta acerca de la génesis del texto que empezó a escribir en 2016.

De larga trayectoria sobre tablas, Montes se sumó al proyecto atraído por la temática y la poética de la dramaturgia. “Sabíamos que este trabajo tenía una gran honestidad, y que teníamos algo infrecuente para contar. Pero aun así, estamos gratamente sorprendidos por la repercusión maravillosa que estamos teniendo”, suma el actor.

-¿De qué forma se gestó este material?

Juan Francisco Dasso: -Yo estaba experimentando con la escritura de monólogos, y a partir de ahí también empecé a armar una hipótesis del interlocutor bloqueado, que implica que hay alguien que tiene algo para decirle a un otro que, por algún motivo, no le va a responder. Quise poner en práctica eso, y entonces imaginé la voz de un hombre extremadamente racional, apasionado por el detalle y la especificidad de las cosas; alguien obsesionado con el lenguaje, con una personalidad robótica atravesada por una fuerte incomodidad de orden humano. Y al poco tiempo de empezar a escribir, me pregunté quién podía ser la otra persona a la que él se dirigía, y cuál era la razón por la que no hablaba. Con el tiempo, me di cuenta de que ese personaje iba a ser un chico que no tiene la facultad verbal desarrollada. Y ahí se abrió un mundo que yo conocía, y que no me era indiferente, porque ya había trabajado como docente de personas con discapacidad.

-¿Cómo fue esa experiencia?

J. F. D.: -Trabajé dando clases de teatro en una asociación de Asperger, y también en un centro terapéutico de chicos, adolescentes y adultos jóvenes. Fue muy lindo, porque tenía que pensar qué ejercicios y actividades podía hacer en ese contexto, y era algo desafiante que requería empatía y sensibilidad. Fue una experiencia enormemente formativa y poética porque me hizo escribir obras como ésta.

-Y desde tu lugar de actor, ¿qué te atrajo de esta historia, Marcos?

Marcos Montes: - Cuando Juan me contactó, yo estaba trabajando en Happyland, en el Teatro San Martín. Me llamó mucho la atención su escritura, porque pone el acento no tanto en el niño sino en las imposibilidades del padre de conectar con su mundo. Eso me pareció muy inteligente, y además es algo que está resuelto desde una pluma elegante.

-¿Cómo trabajaste la composición del personaje?

M. M.: -Traté de concentrarme en las características de un padre con problemas y con una frustración por no poder comunicarse con su hijo. Creo que eso es algo que todos -aun quienes no somos padres- podemos percibir y entender. Todos podemos sentirnos frustrados cuando la gente a la que amamos no es como nosotros deseamos que sea; una cosa muy egoísta pero absolutamente humana. En este caso, Neo no habla con su padre, pero tampoco lo mira. Y la ausencia de la mirada del ser querido es muy tremenda. No lograr empatía por parte de esa persona, hagas lo que hagas, es un sufrimiento grande. Y eso es un material que me permitió entender lo que le pasa a mi personaje.

-En general, existe una infantilización de las personas con discapacidad, y eso les niega su derecho como sujetos sexualmente activos. En ese punto, esta obra ofrece otra mirada.

J. F. D.: -Sí. Eso es lo profundo de esta puesta. Nadie habla, por ejemplo, de que una persona con discapacidad se masturba. Y es importante hablar de eso. Como docente, he visto cantidad de erecciones y de comportamientos masturbatorios de chicos que en muchos casos no logran tener una experiencia sexual. Visibilizar eso es nuestro compromiso. Y eso es muy bien recibido por el público.

-¿Qué otras zonas ilumina esta pieza?

M. M.: -Creo que el modo en el que este padre termina vulnerándose y dejando caer todas sus barreras, es algo que sensibiliza al público. Ese hombre tiene que renunciar a las cosas en las que él cree y comprender que eso no tiene ninguna validez frente a lo que necesita su hijo. Y esa renuncia, esa apertura, es lo que hacen que esta obra sea universal. La gente sale muy conmocionada y movida. Hay una cuestión interna que tiene que ver con cómo nos construimos socialmente para sobrevivir, y eso en la puesta se pone en jaque.