‑ Yo te compro pero dame tu número.

Cualquier día de su vida, en los que prepara panes rellenos, los acomoda apilados en el canasto de su bicicleta y sale a venderlos por las calles y parques de la ciudad, Carolina recibe respuestas como esa. "Nosotras respondemos que no somos ganado", dice. También le gusta sentarse sola en algún parque a tocar la guitarra. "Hasta que salgo de la burbuja, me encuentro que estoy sola y me voy, porque estoy en la boca del lobo". "Queremos andar en la calle y no tener que estar perseguidas todo el tiempo", agrega.

Beatriz describe el ritual moderno de las mujeres que vuelven a sus casas por la noche. "Tenemos la consigna de preguntarnos si llegamos y avisarnos si estamos bien", dice y explica que es por "la experiencia como mujeres de que solas no estamos seguras en la calle". Cuando camina, cuando espera el colectivo, cuando se sube a un taxi. El miedo, que siempre ronda en situaciones como estas, crece y se afirma hasta volverse natural. Rompiendo con esa naturalización exclama un enunciado que no es solo de ella: "Queremos sentir que la ciudad puede ser segura para que la transitemos".

‑ ¿Estás casada? ¿Vivís sola? ¿Siempre salís de trabajar a esta hora?

Las preguntas son del taxista una noche de domingo, cuando Paula vuelve de trabajar. "Una se toma un taxi de noche para evitar estar sola esperando en una parada de colectivo y no quedar expuesta a un montón de cosas, y resulta que termina estando igual de expuesta al subirse a un taxi con un desconocido", dice. En otra ocasión, tomarse un taxi por cuatro cuadras después de bajarse del colectivo es un hecho que se convierte en desgaste, mental y económico, cuando se vuelve rutina.

Guadalupe, haciendo memoria, recuerda una noche de verano en la que se acercó al anfiteatro municipal con una amiga para ver una banda de música. Cuando el recital estalló y todas bailaban, ellas no tuvieron problemas en aceptar la invitación que le hicieron dos jóvenes para bailar una canción. Pasado el rato, y pegando la vuelta en taxi junto a su amiga, una moto se les puso a la par mientras circulaban por la avenida Pellegrini. Eran los chicos con quienes habían bailado la canción. Ellos les pedían, a los gritos, los números de teléfono. "Como si por el hecho de haber bailado con ellos una canción tuviéramos la obligación de tener algo más", explica. Y no terminó ahí. Le pidieron al taxista que se desviara y la respuesta del chofer fue silencio y ningún desvío. Los muchachos de la moto siguieron gritando y violentaron el reclamo ante la falta de respuesta por parte de las chicas. "Fue un acto de complicidad", supone ella para explicar la no‑reacción del taxista.

Los relatos se hermanan en los puntos en común. Los escenarios, las escenas, los horarios, las formas de los diálogos, las insinuaciones constantes. Los relatos también se hermanan en la noche del jueves 27 de julio, en un reclamo que se sostiene permanentemente y crece cuando se ocupa el espacio público. La esquina de Cerrito e Italia, zona de la Comisaría de la Mujer, es el punto en el cual mujeres de distintos ámbitos se reúnen para participar de una movilización organizada por Patria Grande, que de cara a las próxima elecciones, como parte del Frente Social y Popular, candidatea como concejala a la dirigente feminista Majo Gerez. "Queremos ser libres, no valientes", proponía una pancarta que Beatriz eligió explicar: "Salir a la calle, tener que transitar veredas oscuras pensando que puede pasar algo, parece ser un acto de valentía. En vez de sentirnos valientes para salir a las calles, queremos sentirnos libres de poder hacerlo".

"Las mujeres de Rosario nos desafiamos a ocupar juntas el espacio público de noche. Vamos a apropiarnos de la calle, de la noche, de manera colectiva, porque tenemos derecho a vivir libres de miedo", decía la convocatoria que invitaba a la movilización que terminó en la explanada del Museo Castagnino con música y baile. "Queremos transitar con alegría las calles en la noche cuando por lo general la vivimos en soledad y con miedo", explicó Gerez a Rosario/12.

 

“¿Estás casada? ¿Vivís sola? ¿Siempre salís de trabajar a esta hora?”, pregunta el taxista cuando Paula vuelve de trabajar.

 

La alegría se tradujo en el canto sostenido, la batucada, las vinchas luminosas y el cotillón fluorescente que acompañaron el camino hasta el museo. La alegría contrastó con el bocinazo insistente de hombres y mujeres que en los semáforos asomaban las cabezas por las ventanillas de sus autos esperando con mala cara el momento en que se descongestione el tránsito. "Mujeres sin miedo", rezaba la bandera que encabezaba la movilización y resumía la profundidad de un reclamo que alcanza a distintos sectores de la sociedad civil y del Estado en todos sus niveles.

De lejos, en la fachada de los Tribunales Provinciales, se luce una pintada que hace meses resiste a la embestida de la pulcritud superficial de las instituciones. "Que el miedo lo tenga el macho", dice. Otra consigna que resume el histórico reclamo a un Poder Judicial en el que continúan predominando lógicas machistas. Y es a ese ambiente, el judicial, a donde apunta el movimiento feminista con el horizonte de la transformación. Como así también sucede en las comisarías, la naturalización de las problemáticas de género comienza en el vacío que encuentran denuncias y reclamos en las propias instituciones del Estado. En esa sintonía, y asumiendo un desafío discursivo y simbólico, la movilización estuvo atravesada por el reclamo de una ciudad segura. En una Rosario en la que la seguridad, para el discurso oficial, se contempla desde la aplicación de políticas relacionadas al aumento de personal policial en las calles, al endurecimiento de penas y a la restricción de libertades, el movimiento feminista propuso en esta movilización resignificar el concepto. "Venimos diciendo que no a la reforma del código procesal de la provincia, a la reforma de la ley nacional de ejecución penal, porque todas las respuestas que nos quieren dar suelen ser pensando en endurecer penas", explicó Gerez. Y propuso: "Creemos que eso no va a generar cambio, que justamente necesitamos cambios culturales profundos, un Estado que genere herramientas y acompañe a una mujer cuando denuncia, y no un código penal que empieza a operar una vez que la violencia se implementó en nuestros cuerpos".