La inteligencia artificial -IA- con sus potencialidades y riesgos, obliga a repensar diversas esferas de la vida en sociedad. Uno de los espacios que más preocupa es la educación: ¿de qué forma la irrupción de máquinas, robots y todo tipo de sistema inteligente podría modificar la vida en el aula? ¿Los alumnos deberían recurrir con libertad al chat GPT para hacer sus trabajos? ¿En algún momento los robots reemplazarán a profesores de carne y hueso al frente de los cursos o esto es solo una pesadilla?
Frente a tantos interrogantes, las respuestas suelen bambolearse entre el prohibicionismo de la aplicación de nuevas tecnologías en entornos educativos o la habilitación irrestricta de su empleo. Aunque existen grises, en el presente parecen reeditarse las discusiones entre las posturas apocalípticas -pesimistas con respecto al cambio tecnológico- e integradas -optimistas y entusiastas- que el semiólogo italiano Umberto Eco proponía como fórmula hacia mediados de los ´60.
En Francia, la universidad Sciences Po fue pionera al prohibir a sus alumnos usar Chat GPT en las aulas. Desde la perspectiva de la institución, su empleo es considerado una copia que puede derivar en sanciones severas y la expulsión de aquella persona que lo utilice sin permiso del docente. Habrá excepciones en aquellos casos en que sea el profesor quien habilite su uso.
Examen a la IA
La herramienta resuelve en segundos trabajos muy engorrosos relacionados con la búsqueda y clasificación de información, y presentar el material con una redacción más o menos potable. En enero, el mismo chatbot provocó un revuelo en EE.UU. cuando profesores de la Universidad de Minnesota y la Universidad de Pensilvania sometieron a la IA a los mismo exámenes que a sus alumnos. Luego de contestar a 95 preguntas de multiple choice y 12 de redacción, que representaban cuatro exámenes, la calificación que obtuvo la máquina devenida en alumno fue una C+. No es demasiado alta, pero está aprobado.
La IA puede redactar poemas y discursos, comparar textos y realizar trabajos completos de investigación. Existen tecnologías cada vez más diestras en realizar tareas que, perfectamente, imitan a las humanas. Si la enciclopedia multimedia Encarta y Wikipedia generaron una revolución al habilitar acceso a información antes inalcanzable para el alumnado, el Chat GPT podría suponer el próximo punto de inflexión.
¿Qué sucede en Argentina?
Emmanuel Iarussi es investigador del Conicet en el Laboratorio de IA de la Universidad Torcuato Di Tella. Consultado por Página/12, comenta que las conversaciones con otros docentes en torno a la aplicación de los bots en sus clases ya son moneda corriente y comparte debates jugosos.
“Van dos semanas de cursada y nos dimos cuenta de que los estudiantes estaban usando el Chat GPT para casi todo. Hay tres grandes desafíos que presenta a la docencia: debemos decidir qué vale la pena enseñar, cómo vamos a enseñar y de qué manera vamos a evaluar para comprobar si efectivamente aprendieron un contenido o no lo hicieron”. Las máquinas son especialmente útiles para tareas automatizadas. De manera que podrían, eventualmente, reforzarse los controles con respecto a las conductas y los comportamientos de los estudiantes. Así, un ámbito de control como suelen ser las instituciones educativas, se ve reforzado mediante herramientas tecnológicas muy eficaces que redoblan los esfuerzos destinados a conservar el orden y la disciplina.
Iarussi plantea algunas líneas para orientar el debate: “el hecho de que existan las calculadoras no implica que no haya que aprender a sumar. Por eso, en términos de contenidos, no sabemos muy bien qué es lo que habría que cambiar o readaptar. Todavía es muy temprano para arriesgarse”. El fantasma de la dependencia tecnológica aguarda a la vuelta de la esquina.
En relación a cómo se pueden proponer estrategias combinadas, la irrupción de tecnologías cada vez más sofisticadas obliga a repensar la planificación pedagógica por parte de los docentes. El acceso a la información ya no es un problema -Internet sorteó esta dificultad- y la selección de esa información tampoco generará ningún esfuerzo con los programas actuales que identifican datos significativos. Entonces: ¿en dónde radican los esfuerzos que deberán proponer los docentes y realizar los estudiantes para que el proceso de aprendizaje se cumpla?
Ante un trabajo práctico, una opción podría consistir en solicitar a los estudiantes que presenten una versión propia y una desarrollada por el chat GPT, compararlas y luego extraer alguna moraleja de aquello. “Hay profes de algunas materias que proponen a los alumnos resolver las tareas con Chat GPT y sin el chat. Así se blanquea el uso y no se prohíbe”, advierte el especialista.
¿Cómo tomar examen?
Quizás la evaluación sea el aspecto más problemático. Los alumnos pueden ir al baño con el celular durante un examen, consultar al chat y volver con la respuesta resuelta. Es cierto: antes podían hacer lo mismo al escabullirse con algún machete; pero ahora hay disponibles miles de millones de datos. Es posible consultar una biblioteca infinita. “El eje está en mantener a las inteligencias artificiales lejos de los exámenes y garantizar de alguna manera que los alumnos manejan los contenidos. Es absurdo prohibirlo por completo, porque realmente podrá mejorar la forma en la que trabajamos. Al menos en las carreras vinculadas a la computación o la programación”, destaca el investigador del Conicet.
El problema no es solo copiarse sino hacerlo mal. Los robots, en muchos casos, se entrenan con bases de datos de internet y, por lo tanto, con información que no está chequeada. Los estudiantes podrían confiar en el oráculo artificial, colocar la respuesta brindada en un examen y obtener un pésimo resultado. El chat no tiene capacidad de chequeo; si bien ofrece respuestas más calibradas cuando las consultas son en inglés, no sucede lo mismo cuando uno aplica el castellano u otro idioma.
La precisión en las respuestas que brindan las inteligencias artificiales no son 100 por ciento correctas pero: ¿falta mucho para que sí lo sean? De eso se trata el machine learning: entrenar el algoritmo hasta acercarse a la perfección.
¿El fin de los “docentes humanos”?
Más allá de todas las preguntas sin respuesta, hay una que preocupa especialmente: ¿qué sucedería si las máquinas, que ya son excelentes para agrupar datos y clasificarlos, no solo reemplazan tareas automatizadas y tediosas, sino más bien son capaces de reemplazar las que involucran mayores dosis de creatividad? Ya existen robots que trabajan como enfermeros en hospitales de EE.UU. que pueden crear sus propias melodías, o que brindan apoyo escolar con aplicaciones cada vez mejor calibradas. ¿Cuánto falta para que también reemplacen a los docentes de carne y hueso?
A priori, no habría razones para creer que la docencia es una profesión exenta de ser reemplazada. “Hay una parte emocional de la docencia que no puede reemplazarse con facilidad. En estos días le preguntamos a Chat GPT qué trabajos creía que podrían desaparecer en el futuro y dentro de ese top 20 estaban los docentes humanos”, destaca el investigador Emmanuel Iarussi. Claro, docentes humanos les preguntaron a las máquinas sobre el futuro de las personas; pero no sobre el futuro de las máquinas que, por ahora, dependen de las personas.