Dicen que no hay banda que "la Caro Vera", como todos la conocen, no haya retratado. Y si bien ella reniega de tal afirmación, prefiriendo un perfil bajo, sabe que sus ojos, a través del lente, fueron testigos de momentos históricos: bandas que surgieron, otras que desaparecieron, y eventos que supieron hacer latir a la multifacética noche salteña.
Para muchos es “La fotógrafa del rock”, y si bien hay otros géneros que cubre y le apasionan, resulta cierto que merodear la puerta de un show de rock con Caro e intentar entablar una conversación, puede resultar un imposible. A cada paso hay alguien que la saluda, le recuerda un dato, le anuncia la fecha de su banda, o le pide una foto junto a sus amigos. Esa es Carolina Vera, que con su historia y cámara a cuestas, saluda al Seguridad de la puerta y entra a un nuevo concierto.
Empujar el carro
Carolina nació en el barrio 20 de Febrero de la capital salteña, un territorio con historia de artistas y bohemios, “con una esencia cultural muy grande. Ahí nació Jesus Ramón Vera, gran poeta y vecino mío; también fue la cuna del jazz en la provincia; estaba la comparsa de carnaval Los Huayra, que era de las más importantes... así era el barrio”, comenta con orgullo la fotógrafa salteña.
“Mi infancia fue hermosa, mis viejos eran vendedores ambulantes, teníamos unos carros choripaneros y sabíamos girar por todas las fiestas patronales, recitales y canchas. También íbamos mucho al Salta Club, donde había jornadas de boxeo. A todos esos lugares entrábamos junto a mi hermano, estábamos ahí desde que éramos chicos”.
Cuando Caro se refiere a sus padres, está hablando de los abuelos, quienes la criaron, le dieron contención y abrazaron fraternalmente en momentos en que la niña, que siempre soñó ser artista, más lo necesitaba.
“Viajábamos al interior, a las fiestas patronales. Íbamos a los carnavales en Cerrillos, a los bailes que se hacían en los clubes. Muchas veces me tocaba quedarme hasta las 5 de la mañana, hasta que termine todo. A veces un poco me embolaba, porque yo era una chica todavía y quería irme a dormir, pero esa era nuestra vida, son experiencias que hoy en día no me olvido, y estoy orgullosa de haberlo vivido”, recuerda con una sonrisa.
Descubrir la fotografía
Buceando en las primeras marcas biográficas que conecten a Caro con la fotografía, vienen a su mente algunos recuerdos. “Yo creo que la esencia viene desde la infancia. Siempre admiré las fotos que había en mi casa, todas en blanco y negro, mi familia iba a estudios fotográficos a hacerse fotos. Tenía mi madrina en Buenos Aires y para ella siempre era ley hacer muchas fotos. Hasta que un día apareció una cámara y la agarré, y ahí pasé a ser, con esa cámara analógica de rollos, la fotógrafa de la familia. Empecé a sacar cuando venían a la casa los tíos, todas fotos familiares. Para ese momento tenía 11 o 12 años… me recuerdo desde casi siempre con una cámara encima”.
Aquella chica que buscaba el arte en cada expresión diaria, tendrá un temprano giro en su vida. “Me casé muy joven, era muy chica, tuve dos hijos, y al tiempo me separé. Tuve que laburar muchísimo para independizarme, laburar 24 horas para sostener a mis hijos. Después tuve una segunda pareja con la que tuve otros 2 hijos. Veníamos bien pero comenzamos a tener muchas crisis, todo eso duró como 15 años. En un momento pude hacerme fuerte y tomar la decisión de intentar nuevamente salir hacia adelante”.
Luego de superar la adversidad, con el aprendizaje de vida a cuestas y la fortaleza de reponerse a cada paso, Carolina Vera comenzó a empujar nuevos rumbos. “En ese momento complejo busqué lo que más me apasionaba, lo que me gusta, lo que sentí que postergué siempre, y eso fue la música… y como no pude ser música, pero me gusta muchísimo las fotografía, ahí surgió la síntesis”.
“Siempre tuve ganas de saber qué sucede detrás de un escenario, viví en un barrio lleno de artistas, estuve en casas de artistas, entonces era mi oportunidad. Pensé por primera vez en mí misma y salí a sacar fotos. Empecé a estudiar en la UNSa, encontré mucha gente buena que se acercaba a darme una mano, y otros no tanto, porque siempre está el que piensa que le robás el laburo y esas cosas... y para mí no era así, era muy pasional lo que hacía, y sobre todo, me sentía bien conmigo misma”.
La fotógrafa del rock
En un camino que se propuso desde bien abajo, sin pretensiones más que disfrutar y hacer su trabajo lo mejor que podía en aquellas primeras incursiones profesionales, Caro cuenta: “Empecé con lo más under de la música salteña en ese momento, con bandas muy independientes que se armaban y se desarmaban, que no sabías ni como se llamaban, bandas tipo garage, a eso me volqué”.
“Había un lugar que se llamaba La Casona del Sur, ese fue uno de los primeros lugares donde transité, y después el espacio más hermoso fue Bar la Musa, de León Santorelli en el Paseo de los poetas, que lamentablemente ya no está. Ahí se armó un grupo maravilloso, era un lugar que albergaba artistas de todo tipo, músicos independientes del rock, del funky, del tango… esa fue mi casa, fue el primer espacio en que me sentí cómoda. Inclusive ahí hice mi primer muestra de fotos”. Aquella expocisión tendrá un padrino de honor, ya que sin saberlo y en medio de la presentación, se hizo presente el Rocambole*, histórico dibujante de Los Redondos, “fue un regalo impresionante que haya estado él”.
Y sin premeditarlo, el reconocimiento fue llegando poco a poco, “una vez vino a Salta la banda de rock tucumana Karma Sudaca, muy reconocida del norte, y el cantante Toni me dice ‘te conozco, hacés registros de bandas...’, y yo no lo conocía, pero él sí me conocía por todo el trabajo que venía llevando adelante… ese día fue una hermosa sensación de sentir que había pasado una primer frontera, la frontera provincial”.
Aquel reconocimiento fue creciendo con su trabajo silencioso pero constante. “Antes de la pandemia trabajaba en el portal Escuche Salta y me la pasaba cubriendo eventos; iba, venía, entraba, hacía fotos, y me iba, estaba en todos lados... me parece que ahí la gente empezó a conocerme más, por ahí parecía la loca de la cámara por la energía que le ponía, y a los dos minutos ya estaba saliendo a otro lado”, comenta Carolina entre risas y agrega: “y después la gente me fue reconociendo por tantos años cubriendo bandas en todos lados. Me pasa en los shows que llego y la gente me empieza a pedir fotos... me pasó el otro día en Tucumán, no podía cruzar la calle que me estaban llamando. Pero lejos de quejarme, para mí es algo muy lindo”.
El lugar de la mujer
Carolina Vera también se da un momento para reflexionar sobre lo que sus ojos ven, y su cuerpo siente, en cada uno de los shows que cubre. Y en este sentido, el espacio para la mujer siempre fue un terreno complejo en la nocturinidad del rock. “Al principio fue muy difícil, primero que nada por ser fotógrafa en un ámbito donde la mayoría de los fotógrafos son hombres, y donde además de los fotógrafos, la mayoría de los artistas son hombres. Entonces ahí pasa esa cosa de ‘uh mirá, esta mina con la cámara se quiere levantar a un músico’, hasta que se dieron cuenta que no era así. Yo iba y hacía mi trabajo. O sea, también tuve que sostener esa imagen y dar la seguridad de que yo estoy generando laburo para entrar en ese mundo, tener que de alguna forma demostrar que estaba haciendo ese laburo para mantenerme en el espacio. Inclusive había productores que no aceptaban mujeres haciendo registros… esto de a poco fue cambiando, pero al principio costó mucho”.
“A nivel del trato del público, no puedo decir que las cosas mejoraron o empeoraron, porque se siguen viendo muchas actitudes que antes pasaban, sí creo que empezó a haber un respeto hacia la mujer pero porque hay un grupo de personas que nos cuidamos entre todos, estamos pendientes de que nadie se pase con el otro, y que si alguno lo hace, siempre haya alguien que salte, lo defienda y se siga manteniendo el respeto. Igual creo que las mujeres, no importa el género musical, estamos en peligro, nos sentimos muy mal por los femicidios y no podemos quedarnos tranquilas en un recital porque te aparece un loco medio pasado y no sabés que puede pasar… por eso nos queda cuidarnos entre nosotras, meterle para adelante y sentirnos mínimamente seguras en un recital”, subraya Carolina.
En el devenir de su recuerdo, Caro comienza a hilvanar uno y otro relato que lleva a un sinfín de anécdotas. Sin embargo, hay una que sirve como clara metáfora del camino recorrido, algo que le sucedió en 2017 cuando cubrió un show de Skay en la localidad de Vaqueros. “Estaba todo muy lleno, y yo quería ir hacia adelante a sacar fotos, y de repente me doy cuenta que la gente me fue abriendo un caminito para llegar al escenario, algo así como ‘que nadie toque a la Caro que está con la cámara’, fue una cosa de locos… ese día me hicieron un caminito y llegué... ahí me dí cuenta la importancia y el valor de lo que hago, de cómo lo hago y el respeto de la gente”.
Caro sueña en grande, al menos para lo que ella siente que es grande: “sueño con agarrar un fitito y viajar por el mundo, entrar a todos los recitales habidos y por haber con la cámara… así sería netamente feliz”, se ríe... “La verdad, busco las cosas simples. Muchas veces después de tanto recital voy a buscar el silencio en el campo, la música de una brasa, un fueguito con unos amigos, con eso, ya está”.
Aquella niña que llena de sueños empujaba el carro cada noche junto a su familia, hoy también recorre similares rincones de la noche salteña ganándose la vida en cada click y cada flash, pero no solo eso, sino también, llenándose de gratitud y respeto por el genuino camino recorrido.
*Fe de erratas: originalmente en esta nota se incluyó por error una imagen de la entrevistada con Rocambole, fue suprimida ante reclamos recibidos por su uso.