Hay una imagen de panorama político descompuesto, con alcances muy difíciles de precisar. Pero, para el Gobierno y lo que quede de su alianza intersectorial, sería más grave aún caer en el tremendismo y en un espíritu derrotista.
Una de las preguntas o acaso la principal, ya formulada en este espacio, es si el Frente de Todos quiere ganar.
Si fuera por ciertas actitudes individuales, y declaraciones, y comunicados grupales, parecería que no.
De otra forma, es inexplicable la persistencia en cruzarse a la luz del sol con dichos cada vez más provocadores. O lisa y llanamente agresivos. Y contradictorios.
Aquí es cuando sirve detenerse en cierta cuestión de fondo, que involucra a una protagonista primordial.
En un artículo de enorme interés publicado en La Tecla@Eñe (“El apaciguamiento que no funcionó”), el economista e investigador Ricardo Aronskind refuerza, entre otros aspectos, la evidencia de que Cristina lleva años tratando de bajarle el tono a la confrontación política. A la grande. No a la de los chiquitajes.
“Mientras ella buscó formas de diálogo y compromiso, la intransigencia y agresividad de la derecha fue en aumento”.
Si es por la interna oficialista y no en función de marcajes estructurales, puede confrontarse a ese argumento que el error de CFK fue haber remarcado casi exclusivamente las deficiencias del Gobierno que la comprende.
Muchas de esas críticas resultaron justas, pero no supo incluir aquello que el mandato de Alberto Fernández sí hizo bien. Por caso, con sus yerros o pruebas de ensayo y error, la gestión de la pandemia. Y —para eludir una coyuntura asfixiante hasta que deba revisarse, como ahora y como será necesario innúmeras veces— el acuerdo con el FMI, al que ella jamás se opuso.
Tampoco se entiende o justifica—-aunque esto no le cabe a CFK en lo personal de sus intervenciones públicas— que los adherentes más entusiastas de su liderazgo citen andar de rodillas frente al Fondo Monetario, mientras a la par se respalda la administración de Sergio Massa.
Ese martilleo contra una criatura política creada por ella generó la impresión, exprimida sin parar por quienes la aborrecen, de que continuó y sigue rigiendo una Cristina intransigente, impertérrita, enamorada del relato consabido.
Sin embargo, sus expresiones fundamentales fueron y van en sentido exactamente inverso.
CFK invocó en su momento un Pacto Social con remembranzas del intentado en tiempos del tercer Perón, entre el empresariado nacional y la entonces poderosa CGT.
Ya durante este Gobierno, propuso otro Pacto, tan abierto como para abarcar a sus archi-enemigos atrincherados en los medios de comunicación, a la búsqueda de enfrentar con un amplio abanico el problema de la economía bi-monetaria.
Y como si fuera poco, y de sólo mencionarlo da escalofríos, tras que pretendieran asesinarla volvió a convocar a un Pacto Democrático, para retomar algunos principios elementales de convivencia.
“Nadie, absolutamente nadie de la oposición, quiso comprometerse, ni siquiera, con los enunciados más o menos románticos con los que surgió la democracia actual”.
Pero no termina ahí.
Yendo para atrás, “puede (debe, en nuestra opinión) interpretarse que la propia candidatura de Alberto Fernández fue un mensaje de Cristina a los mismos sectores que la ven como enemiga: Alberto es una garantía de que no pensamos perseguirlos, no pensamos atacarlos, no pensamos sacarles sus recursos. Sólo queremos un capitalismo más inclusivo y autónomo en términos internacionales”.
De paso, y como asimismo señala Aronskind, “cualquier burguesía mínimamente lúcida debería saber que, por la complejidad de este mundo, lo inteligente es abrir puertas y no encerrarse en espacios que no ofrecen márgenes de crecimiento. Eso también es Cristina y es también lo que rechaza la derecha local, satelitalmente pro-Washington (…). No hay voluntad democrática, no hay madurez cívica, no hay mínima predisposición al diálogo. Sólo hay rechazo y repudio violento”.
Es imprescindible el subrayado de una derecha tan irracional y fanática como para que Horacio Rodríguez Larreta apenas haya podido sostenerse unos pocos días con su discurso antigrieta.
En efecto. Larreta, “el moderado”, “la paloma”, “el centrista”, “el desarrollista”, dijo claramente que está dispuesto a charlar con todo el mundo, “menos con el kirchnerismo”.
Y si se va más atrás todavía, es categórico que Cristina, en 2015, ya había producido la designación de otro “referente moderado”: Daniel Scioli.
“No pareció ni entusiasmada ni muy convencida por las cualidades del candidato elegido (podría decirse, adosamos, que le patearon en contra); pero el gesto hacia las propias filas del peronismo que no quería asumir los conflictos de intereses existentes, y hacia el establishment que la tildaba (y tilda) de chavista, estaba hecho”.
¿Tampoco basta, ante propios y ajenos, que Cristina, durante sus actos, se encarga “escrupulosamente” de rechazar los chiflidos e insultos contra consumados enemigos de su persona y del movimiento popular en general?
¿Ni que se haya reunido con el embajador estadounidense y con la Generala del Comando Sur, pulverizando estereotipos de “combatividad”?
¿Cuántas muestras más de que la dialoguista es ella, la inclusiva es ella, la mano tendida es ella?
Es ella, para quienes no toman nota fáctica de nada y viven de esperar que todo consiste en convencerla de presentar su candidatura, la que ya exigió la toma de bastones a los mariscales que dicen serlo. Y, cabría añadir: a la militancia y simpatizantes que se muestran atados, únicamente, al factor Cristina.
No hay duda o no debiera haberla, además, respecto de un tema -o rango temático, como se quiera- cuyo desprecio o minimización altera los nervios.
Lo que se debe es reiterarlo.
Hablamos de las ganas, el deseo, la vocación de Cristina. Nadie está en su cabeza y es sólo una inferencia, pero pareciera que se lo toma como un asunto menor, ligero, soslayable.
Es eso de que ya dio prácticamente todo; que sufre una persecución judicial terrible; que quisieron matarla; que lejísimos de estar vieja sí tiene derecho a sentirse cansada, como para seguir poniéndole el desgate del cuerpo y de la energía a su brillantez de guía. ¿Quién es quién para demandarle más y más? ¿Con cuál actitud, encima, que no sea esperar a que “la jefa” les permita perpetuarse en su zona de desahogo y comodidad consignista?
Aun cuando ella provocara la sorpresa que dejaría atónito a medio mundo, porque ya anunció con todas las letras y con altisonancia que no se postulará a cargo alguno, subsistiría lo que Aronskind sintetiza como un espacio kirchnerista que nació en el Estado. Y que parece no haber sabido adaptarse al llano político para revisar absolutamente todo: sus prácticas, sus caracterizaciones, las formas de organización y la militancia, las de selección de “dirigentes”, de comunicación y de intervención en la escena pública.
Para esta sensación de anomia estatal, y política en general, no es útil consolarse a través de que son responsables los medios comunicacionales del espectacularismo, el bardo, el aliento a los bajos instintos y, claro, la militancia por la oposición. ¿No se sabía? ¿Qué esperaban? ¿Una derecha de manos cruzadas?
Con una inflación previsiblemente desbocada, más los cortes de luz, más la sequía, más tasas de interés delirantes, más la amenaza de otra crisis en el estadio financiero de un capitalismo de papeles pintados, y más y más, no asoma ninguna estatura dirigente con algún gesto —siquiera eso, un gesto— que demuestre cercanía con “la gente”.
Se lamenta caer en ese lugar común del indignacionismo. Y más que el Gobierno, que con todas sus rémoras e irresoluciones no es lo peor que podría pasarnos ni a presente ni a futuro, asome paralizado salvo para alimentar su interna.
Vayamos a cosas sencillas, se repite que apenas en su orientación gestual.
Con ese índice inflacionario que derrumba las expectativas de un descenso gradual y con el impacto decisivo de los precios de alimentos y bebidas, más la estacionalidad de marzo que dibuja escenarios dramáticos, más la obviedad de que los formadores de precios violaron los “acuerdos”, ¿puede ser que no haya ni tan sólo el efectismo de alguna medida ejemplificadora y efectiva, anunciada con bombos y platillos?
¿Puede ser que la exhibición global consista en las chicanas acrecentadas de la interna como si, agregado o en primerísimo lugar, hubiera diferencias de fondo e insalvables entre los actores del Gobierno?
Otra vez: ¿cuáles son esas diferencias implementativas como para justificar semejante andanada intestina?
No se ve ninguna, salvo que la respuesta a si el Frente de Todos quiere ganar sea negativa.