El concepto es remanido pero poderosamente cierto: los artistas se van, pero dejan una obra que los vuelve eternos. La razón por la que su muerte produce tanta tristeza es la misma tabla a la que el público recurre en los tiempos posteriores. Basta escuchar una canción para que un músico que ya no está se vuelva puro presente, venga a recordar por qué tuvo y tiene tanto significado en la vida del que escucha. Y eso, claro, es aplicable a Luis Alberto Spinetta. Desde el triste verano de 2012, volver sobre la obra del Flaco supone una caricia al alma, el consuelo de la belleza ante lo inevitable de la muerte. Y de a poco, la industria discográfica fue cubriendo algunos huecos: la edición en vinilo de títulos hace tiempo descatalogados puso en circulación materiales necesarios para comprobar por qué Luis fue y es tan grande para la cultura argentina. Lo que se lamenta, lo que no tiene solución alguna, claro, es la imposibilidad de ir a la disquería y salir con algo nuevo bajo el brazo.
Y a pesar de todo, en estos días sucedió algo que puede producir una emoción al menos similar. En lo que puede entenderse como un acto de reparación, el sello Universal acaba de lanzar cuatro títulos de Spinetta que, por obra y gracia del imperio del CD, nunca habían sido editados en vinilo: para el simple aficionado será solo una curiosidad, pero el seguidor de Luis Alberto sabrá tomarle el peso a la sensación de tener en las manos una gran tapa desplegable de obras como Para los árboles o Pan, incluso difíciles de conseguir hoy en CD. Que por primera vez suene “Sinfín” al apoyar la púa: es, de algún modo, como tener algo nuevo del Flaco en casa.
El reverdecer del vinilo, ese formato que se dio por muerto en los 90, permite esta clase de revanchas. Sobre todo para un artista que sufrió lo suyo con respecto a la edición discográfica de sus obras. La enormidad de Spinetta hace que cueste creerlo, pero lo cierto es que tuvo que lidiar más de una vez con el maltrato o la desidia. Una de las anécdotas más célebres tiene que ver nada menos que con el primer disco de Almendra, que en los años que siguieron fue considerado una y otra vez como una obra capital del rock hecho en la Argentina pero en su lanzamiento tuvo que ser defendido a capa y espada. Luis había dibujado al “hombre de la tapa” con su sopapa y su lágrima y las explicaciones del caso, pero en RCA preferían seguir el espíritu de la época y poner en la portada una foto del “conjunto beat” al que querían montar sobre la ola del éxito de Los Gatos. Así fue que un representante del sello le informó al músico que el dibujo se había “perdido” y que querían hacer otra tapa. “No importa, te lo hago de nuevo”, dijo Spinetta, volvió al Bajo Belgrano, rehizo la ilustración y se salió con la suya.
Si esa historia terminó bien, cuando explotó la era del CD la obra de Spinetta sufrió peores afrentas. La primera edición de Artaud –una perla para coleccionistas– comenzaba con seis canciones de Nito Mestre. Las ediciones de clásicos como Los niños que escriben en el cielo, Privé, Mondo di cromo o Bajo Belgrano son un canto a la pobreza, con librillos mínimos, sin las letras, sin información, a menudo una simple hojita que al abrirla estaba en blanco. El disco doble La La La fue encajado en un solo CD y se le amputó el último tema –el único firmado a dúo por Spinetta y Fito Páez–, paradójicamente titulado “Hay otra canción”. Los vaivenes contractuales, la compraventa de catálogos sin control del artista, llevaron a infinidad de compilados de edición descuidada. Curado de espanto, cuando tuvo poder de decisión Spinetta no tuvo problema en “sentarse” sobre el material de los Socios del Desierto hasta que el sello se aviniera a editarlo como él quería, en formato doble. Le llevó dos años de porfía, de 1997 a 1999.
Con la vigilancia cercana de Dante Spinetta, en los últimos tres años el sello Sony hizo al fin lo que correspondía, editando en vinilo cosas como Pescado 2 con una perfecta reproducción del libro original y Artaud con su tapa deforme. El usuario debe conformarse con discos realizados sobre un master digital en vez del analógico, pero al no existir las cintas originales no hay más remedio. No faltaron otros deslices: la reedición de Don Lucero cercena un par de compases de “Oboi”, también ausentes en la edición en CD pero que pueden apreciarse en el vinilo original. El video que Javier Malosetti colgó en YouTube demostrando la mutilación es antológico.
Ruido de magia
Para no seguir sufriendo con el repaso de viejos pecados con la obra de Luis, mejor será ir a lo que importa. Las ediciones de Universal no se limitan a la última etapa –de la cual aún está pendiente Un Mañana, su último disco de estudio: ¿saldrá con su tapa deforme?– sino que alcanzan a títulos en su momento editados bajo la etiqueta Interdisc, como Mondo di Cromo, Los niños que escriben en el cielo y Madre en Años Luz. Pero los que más llaman la atención son los cuatro que aparecen por primera vez en este formato, editados entre 2001 y 2005 y que vienen a desmentir esa perezosa visión de que lo más atractivo de Spinetta está en su pasado más lejano.
Una de las pruebas más rotundas, y que hoy puede volver a apreciarse en todo su esplendor, es Para los árboles. En 2003, Luis le dio forma a un disco en el que hizo confluir dos modos de producción bien diferentes, que había ensayado en diferentes proyectos. Por un lado, la veta digital presente en discos como Madre en años luz y Privé, haciendo uso de baterías programadas y guitarras virtuales; por otro, la tracción a sangre que significaba la presencia de Daniel Wirzt en batería y Nico Cota en percusión, el bajo de Malosetti y el andamiaje de teclados de Claudio Cardone y Rafael Arcaute. Pero además, esos dos acercamientos sonoros confluyen en una colección de canciones que ya impactaba en el momento y que hoy, en una nueva escucha motivada por la novedad del formato, delatan a un Spinetta en altísimo nivel compositivo.
Así, sin desmerecer lo que está antes y después, el disco dedicado a la memoria de María Gabriela Epumer –fallecida en junio de ese año– aparece quizá como el mejor de la última etapa de Luis. Quedó demostrado en la presentación de septiembre en el Gran Rex, cuando decidió tocarlo de punta a punta, en el mismo orden del estudio, sin retroceder en el tiempo más allá de 1997: las canciones construyeron una noche inolvidable, de esas que se extrañan tanto, cuando el Flaco ganaba el escenario y conjuraba un clima de pura belleza y magia. El tiempo se detiene y los catorce años transcurridos se diluyen cuando suenan momentos tan maravillosos como “A su amor, allí”, el reposado funk de “Halo lunar”, la delicadeza de “Vidamí” y “Cisne” –con Grace Cosceri haciendo una perfecta segunda voz para Luis–, la harrisoniana “Néctar”, “Dos murciélagos”, la podredumbre rockera de “Yo miro tu amor” y la luminosa energía de “Agua de la miseria”... editado en la misma época en la que Luis concedió revisitas al pasado con los shows en el Teatro Colón y el Electroacustik del Coliseo, Para los árboles demostró que estaba muy lejos de ser una pieza de museo.
Pero ese es solo uno de los platos del festín. Impresiona tener el arte de Silver Sorgo en formato grande, y revisar sus canciones ayuda a recordar la transición que realizó el Flaco entre los Socios del Desierto y su siglo XXI. En el disco de 2001 aún está la memorable base de Wirzt y Marcelo Torres en la mayoría de los temas, pero la “marca” Socios había terminado dos años antes con Los Ojos, y Arcaute, Cardone, el Mono Fontana, Nico Cota, Cosceri y Malosetti ahora ampliaban la paleta sonora. El disco de los billetes spinetteanos es además inseparable de la época; aunque la lírica de Luis siempre estuvo más cerca de lo poético que de la denuncia social, basta escucharlo en la misma apertura de “El enemigo” para situarse en el tiempo y lugar de la debacle argentina. “Madre de la vida, por favor ilumina a la gente, o todo verdor y creación y tu amor se perderán” canta, y dice que “hay que impedir que juegues para el enemigo”. Para quienes se habían acostumbrado al sauna de lava eléctrico de los Socios, Silver Sorgo significó un nuevo giro, la inmersión en canciones más reposadas como “El mar es de llanto” o momentos puramente solistas como “Tonta luz”, donde él mismo se encarga de las teclas. Pero también la apertura a colaboraciones con Cota en “Adentro tuyo” o con Roberto Mouro –el mismo de “El marcapiel” y “Oboi”–, que agrega su firma a la preciosa “Mundo disperso”. En el disco con el que el Flaco abrió su nueva década hay gemas como “Abrázame inocentemente (del lémur a la boa)”, “Llama y verás” o la jazzera “La verdad de las grullas”, pero como toda obra artística de ese 2001 debió lidiar con urgencias algo más prosaicas. De hecho, la presentación oficial en Obras Sanitarias iba a ser el 21 de diciembre, pero el derrumbe del gobierno y las muertes por la represión en Plaza de Mayo obligaron a su postergación.
De eso se trata otro de los rescates vinílicos de estos días. Basta poner el disco 1 de Argentina Sorgo Films Presenta: Obras en vivo para trasladarse a ese 29 de diciembre en el estadio de Libertador, en un momento de carne viva para la sociedad argentina, cuando Spinetta abrió el concierto solo con su guitarra y nada menos que “No te busques ya en el umbral”. Aunque el disco presenta solo una porción de las tres demoledoras horas de show –la misma que en su momento transmitió canal (á)–, hay allí suficiente para emocionarse. Rescates de canciones que suspenden el tiempo como “¿No ves que ya no somos chiquitos?” y “Al ver verás”, y una renovada versión de “Ana no duerme” con Dante y Valentino Spinetta rapeando hasta la deformidad, junto a canciones de Los Ojos Como “Ekathé” y “Perdido en ti” y un homenaje especialísimo de Luis: conmovido por la muerte de George Harrison, justo un mes antes, el Flaco decidió tocar “Don’t bother me”, la primera canción firmada por el guitarrista en un disco de The Beatles.
Cuatro años después de aquella noche en la que convivieron el horror y la belleza, todo era diferente en el estudio de la calle Iberá. Para la grabación de Pan Spinetta le dio forma a la que sería su última banda estable, con Cardone en las teclas, Sergio Verdinelli en batería y Nerina Nicotra en bajo. Junto a ellos, Luis Alberto extrajo del horno otro disco noble, en el que se nota la cohesión conseguida con esos músicos persiguiendo otra forma de acercamiento a las canciones: de manera notoria, el disco de 2005 escapa de los rigores de estrofa y estribillo, y es la forma de la poesía la que determina el tempo y la estructura de cada tema. El Flaco deja que los versos fluyan y que en ese fluir lleven a la música donde debe ir, construyendo una vez más un universo absolutamente único. Solo Spinetta puede sonar así.
Aun así, resulta curioso que un disco que expone a un Luis cada vez más libre en su acercamiento a la música arranque con una referencia al “Para ir” de Almendra. “Alguna vez, querida mía / Te pregunté por un rayo que viste en la avenida... hoy vi uno igual / aunque es mejor / y presiento que el tiempo nos mira” es lo primero que se escucha en “Sinfín”. Spinetta sabía que el tiempo lo miraba, pero el disco con gráfica de mantel se despega de toda forma anterior, vuela alto y ofrece un paquete de canciones que, puestas hoy en la bandeja, brillan como si hubieran sido grabadas ayer. Con la voz intacta, el Flaco deja caer cosas como la bellísima “Dale luz al instante”, la contractura rítmica de “Proserpina” y “Bolsodios” (“Todas las cosas que se pierden las tiene en un bolso Dios..”), el aire folklórico de “La flor de Santo Tomé”, el brote energético de “Atado a tu frontera”, la oscura tensión de “Cabecita calesita”... pacientemente cocinado en La Diosa Salvaje, Pan es otro disco ideal para redescubrir hoy, con el viejo encanto del rito analógico.
Porque es cierto, lamentablemente Luis Alberto ya no está. Y sin embargo, cosas del ruido de magia, se lo sigue teniendo cerca. Mejorando la vida con canciones.