Las tetas son tal vez una de las partes del cuerpo femenino más populares. Aunque adoradas, amadas, envidiadas, padecidas, operadas, objetizadas, sabemos poco de ellas, dice la periodista Florence Williams, quien a partir del nacimiento de su segunda hija emprendió una investigación que aloja luces en zonas bastante oscuras sobre la biología y las funciones de las tetas y publicó el libro Tetas. Historia natural y no natural (Ediciones Godot). “La teta es como un teléfono inteligente y un bar al mismo tiempo”, dice.
Williams es investigadora de la Universidad George Washington. Además, es periodista y trabaja como editora en Outside Magazine y es escritora freelance para The New York Times, New York Times Magazine, National Geographic, The New York Review of Books, entre otras publicaciones. Se especializa en medio ambiente, ciencia y salud.
“Tuve unas tetas fabulosas durante aproximadamente nueve meses, cuando estaba embarazada de mi primer hijo. Cuando nació, se convirtieron en algo pasmosamente utilitario por primera vez en mi vida, y aunque se suponía que eran una obra de arte evolutiva perfectamente calibrada, a menudo funcionaban mal”, dice. Sin embargo, el disparador de su investigación fue un informe periodístico que leyó mientras amamantaba felizmente a su segunda hija. Leyó que habían encontrado productos químicos industriales en los tejidos de mamíferos terrestres y marinos y también de la leche humana. Y desde entonces cambió su percepción sobre las tetas. “La teta es como un teléfono inteligente y un bar al mismo tiempo”, dice. “Es realmente extraordinario cómo, amamantando, el cuerpo de la madre pone en la leche la cantidad justa de anticuerpos, proteínas, grasa y azúcares. ¡Cada niño y cada edad tiene una receta ligeramente distinta! Si el niño está enfermo, la leche produce más anticuerpos para esa enfermedad en particular. Es la comunicación cruzada en su máxima expresión”, explica.
Una de las facetas, sino la más publicitada de las tetas, es su sexualización, el ser consideradas objeto de deseo. En el libro, Williams recaba historias de mujeres que aun sabiendo el daño que les puede producir operarse o inyectarse siliconas en los comienzos, siguen eligiendo hacerlo antes de tener tetas consideradas “feas” y hace una breve historia de las cirugías mamarias. “Hay una tremenda presión cultural sobre las mujeres de tener tetas que se ajusten a la apariencia esperada. Esto es desafortunado ya que las tetas naturalmente tienen diferentes tamaños y formas, y todas tienen la maravillosa capacidad de generar leche y una sensación sensual. Me da tristeza que no todos podamos apreciar nuestro cuerpo tal como es. La pornografía y Hollywood han ayudado a crear estas expectativas antinaturales. El primer implante de silicona fue en 1961 y desde entonces los implantes son tanto populares como controversiales. Las cirugías vienen con una alta tasa de complicaciones como endurecimiento, pérdida de sensación del pezón, entre otras. También ocultan algunas imágenes importantes en las radiografías que identifican el cáncer y puede interferir con la lactancia. Además, tanto mujeres como hombres están optando muchas veces por cirugías de reducción mamaria”, cuenta
Por otro lado, las tetas son una parte de nuestro cuerpo especialmente sensible a lo que pasa con el medio ambiente. ¿Cómo pasa esto y de qué manera nos afecta? “Debido a que las tetas están llenas de tejido graso, atraen muchos químicos industriales que se almacenan durante largo tiempo en nuestro cuerpo -explica Williams-. Estos químicos pueden terminar en la leche materna (aunque la leche de fórmula también contiene algunos aditivos dañinos tanto como los contaminantes del agua). El tejido mamario también está lleno de receptores de hormonas, lo cual lo vuelve sensible a los químicos que imitan el estrógeno (como muchas moléculas que se encuentran en el plástico). Esta puede ser una de las razones por las que hoy vemos el mayor aumento en cáncer de mama desde la Segunda Guerra Mundial. Debido a nuestro ciclo natural hormonal, las tetas son muy dinámicas y cambian todos los meses, renovando muchas de sus células. Esto también las vuelve vulnerables a la replicación de errores en los genes”.
Frente a este panorama parece una batalla perdida intentar ganarle de manera individual a la contaminación. Así y todo algo podemos hacer para protegernos de la avanzada de los productos contaminantes. “El momento más importante para limitar nuestra exposición a los pesticidas y plásticos, y a las hormonas artificiales es cuando estamos amamantando y cuando estamos en la pubertad. Además de eso, podemos reclamar a nuestros gobernantes químicos más sanos y regulaciones industriales”, aconseja. Al mismo tiempo recomienda a sus lectoras que conozcan sus tetas. “Cuando conocemos y entendemos nuestros cuerpos, y cuando tenemos más acceso a información y datos sobre la salud de los mismos, podemos tomar decisiones mejores y más informadas. Y si así podemos ayudar a nuestras hijas desde esta apreciación y entendimiento, ¡mucho mejor!”, dice.
-Aborda el tema del aumento del cáncer de mama en el mundo. ¿Qué es lo que está pasando para que cada vez más mujeres y también hombres suframos esta enfermedad? -preguntó Página/12.
-Creo que la respuesta es un poco compleja y multifactorial, incluyendo que hoy en día tenemos hijos a edades más avanzadas, no amamantamos tanto tiempo (amamantar y tener hijos en la juventud generan protecciones), y el hecho de que nuestro ambiente está lleno de moléculas cancerígenas.
-A lo largo del libro habla de la sobremedicación de los ciclos naturales de las mujeres como la menstruación y la menopausia, con pastillas anticonceptivas y tratamientos hormonales prescriptos muchas veces sin evaluar sus posibles consecuencias negativas para las mujeres. ¿A qué conclusión llegó?
-No soy muy fan de la patologización de la menopausia y de tratar cada síntoma con medicación hormonal. Sin embargo, la ciencia hoy en día sugiere que las terapias hormonales para la menopausia no es una de las mayores causas del cáncer de mama. El uso de pastillas anticonceptivas ha ayudado a muchas mujeres, inclusive en temas de salud. Estas decisiones deberían poder discutirse con más cuidado con nuestros médicos.