Manuela D’ Ávila es periodista, escritora, política brasileña y magíster en Políticas Públicas. Además de haber sido la concejala más joven de Porto Alegre con 23 años, fue también la diputada federal más votada de Brasil en 2006 y 2010. Presidió la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, y en 2018 fue candidata a vicepresidenta de la fórmula que encabezó el Partido de los Trabajadores (PT), derrotada por el expresidente Jair Bolsonaro. Es fundadora de la ONG ¿Y si fueras tú?, enfocada en la creación de contenido para combatir la desinformación y las fake news, a las que define como “un problema que tiene que ver con la política y no con la tecnología”.

Feminista marxista, como se define, D’ Avila sostiene que “las mujeres feministas, cuando pensamos y hablamos acerca de las razones por las cuales estamos en la lucha, tenemos que saber que la nuestra es una lucha por la humanidad. Es verdad que estamos en lucha para que vivamos en una realidad con derechos iguales, pero también es verdad que nuestra lucha es la lucha por la emancipación de la humanidad. El centro de la lucha de nuestro campo político tiene que ser el enfrentamiento a la desigualdad económica y social”.

Dueña de una larga trayectoria política y una vasta experiencia parlamentaria, la excandidata a la vicepresidencia de Brasil y militante del Partido Comunista (PcdoB) sufrió en carne propia la violencia machista que denuncia y describe. En agosto pasado las amenazas, a través de sus redes sociales, estuvieron dirigidas también a su hija y a su madre. “Ser una mujer pública en Brasil es estar permanentemente amenazada. Es elegir un lugar para el miedo, otro lugar para el coraje, otro lugar para pretender ignorar. Ser una mujer pública es vivir con la amenaza de violación como corrección del coraje, con la amenaza de muerte como silenciador. Ser una mujer pública es escuchar de muchas que no aceptarían ni la mitad, que está bien, así es. Como si fuera el precio a pagar por estar en un lugar que no es el nuestro”, decía entonces.

Aunque la violencia política es cada vez más intensa en Brasil, D’ Avila advierte que la del pasado era “más cruel porque era más solitaria” y en ese sentido confiesa que el feminismo le cambió la vida: “Mi vida ha cambiado no porque la violencia empezó, porque eso es lo que he vivido todo el tiempo en mi vida, sobre todo en mi vida pública, mi vida ha cambiado porque el feminismo me sacó de la soledad con que vivía la violencia institucional en Brasil”.

Manuela D’ Avila es autora de ¿Por qué luchamos? Un libro sobre amor y libertad (Clacso/Siglo XXI México, 2019); Revolución Laura: reflexiones sobre maternidad y resistencia (Belas-Letras, 2019); ¿Y si el blanco fueras vos? Relatos de la violencia promovida por las redes de odio, prejuicios y fake news (Edunla, 2O22); Siempre fue sobre nosotras: catorce relatos de la violencia política de género en Brasil (Clacso, 2022). Esta semana participará del Foro Mundial de Derechos Humanos 2023, que comienza hoy en Buenos Aires. 

D’ Ávila conversó con Página/12 sobre las conquistas y los pendientes de los feminismos, la violencia política de género en Brasil y la injerencia de las fake news en la política. Además, la misoginia del expresidente Jair Bolsonaro y los desafìos del gobierno de Lula da Silva.

Imagen: Bernardino Avila.

-Recientemente se conmemoró el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. ¿Cómo ves el presente de las luchas feministas?

-Para mí es un día muy contradictorio. Este 8 de marzo muy temprano, cuando me desperté, me puse a pensar que quizás sea uno de los días más importantes en el calendario para mí como mujer militante y mujer feminista. Hay una cuestión muy personal en el 8 de marzo, porque no es una lucha que encaramos de una manera abstracta por un mundo mejor, sino que también la encaramos por una vida mejor para nosotras. Por primera vez en mi vida hice una comparación con los cumpleaños. Cuando cumplo años suelo pensar en lo que hice, en lo que voy a hacer, como hace mucha gente. En ocasiones tenemos cumpleaños en los que no estamos bien o sentimos que no hemos logrado hacer lo que teníamos ganas de hacer o necesitábamos hacer. A veces tengo la impresión de que el 8 de marzo es una conmemoración con cierto sabor amargo en la boca, porque son muchos años y, lamentablemente, seguimos luchando por lo mismo.

-Más allá de los pendientes, las luchas feministas han tenido logros significativos.

-Sí que tenemos victorias: no hay aquí un pesimismo. Somos más mujeres las que luchamos y tenemos más espacio para hablar del que teníamos. Soy testigo de eso porque tengo 41 años y estoy en la política hace 25, no es el mismo mundo. Aunque seamos más mujeres, aunque el feminismo sea más fuerte, aunque tengamos más espacio, la verdad es que hemos logrado muy poco. Las mujeres siguen trabajando más, siguen teniendo el sueldo más bajo, los femicidios continúan, a las niñas se las sigue agrediendo sexualmente... El 8 de marzo es una fecha de lucha, pero es una fecha también de mucha reflexión acerca de cuáles son los caminos para cambiar efectivamente, porque hemos logrado cambios, pero tenemos que lograrlos mucho más profundamente para todas las personas y para las mujeres.

-¿Cuáles son los principales obstáculos que impiden modificar esta realidad?

-El tema central es un cambio muy estructural. Es una sociedad que a las mujeres no nos reconoce de una manera digna y, entonces, es imposible que tengamos un cambio sin cambiar el más estructural; somos la mitad de la humanidad, o sea, no existe humanidad sin las mujeres. ¿Por qué no logramos terminar con los femicidios? ¿Por qué no logramos erradicar la violencia sexual? ¿Por qué no logramos modificar la realidad laboral, que trabajamos mucho más y ganamos mucho menos? ¿Por qué no somos vistas en condiciones de igualdad? Eso es estructural y en nuestra sociedad no creo que hayamos hecho cambios estructurales, que son los cambios que pueden permitir que las mujeres feministas dejemos de ser vistas como una parte. Somos vistas como un nicho de la sociedad y no como la mitad de la sociedad. Creo que tenemos que seguir luchando para que la sociedad nos reconozca o los hombres nos reconozcan como personas. Luchamos por el derecho de tener una vida libre.

-¿Dónde habría que redoblar la lucha?

-La unidad es algo a lo que tenemos que aspirar siempre. Creo que vamos a tener divisiones cada vez más profundas porque la fuerza que existe en el movimiento social hoy es la fuerza de las mujeres, y el liberalismo está todo el tiempo de alguna manera intentando captarnos y poner una parte de nosotras adentro. Vamos a tener divisiones porque somos distintas, porque hay mujeres que representan los intereses de las clases dominantes o que tienen sus teorías, por ejemplo, la teoría del techo de vidrio o la teoría de que basta la representatividad política. Tenemos que politizar nuestro discurso, porque nuestros enemigos, nuestros adversarios, son fuertes y son pícaros, y logran, incluso, ponerse la mascarilla de defensores de las mujeres y de la libertad de las mujeres y ponen esta cuestión adelante del tema central: que el ser mujer en este mundo, ser una mujer indígena o negra, te impone condiciones económicas desiguales. Porque el tema central en la sociedad, con una relación interseccional entre clase, género y raza, es cómo vivimos nosotras económicamente por ser mujeres: trabajamos más, con menor reconocimiento económico, con poca libertad para salir de las casas de los hombres violadores porque no tenemos condiciones para garantizar la comida o la vivienda a nuestros hijos. En Brasil lo vivimos durante el mandato de Jair Bolsonaro, cabeza de un movimiento que tiene en el centro político el odio a las mujeres.

-Un odio que se manifestó explícitamente a través de comentarios misóginos, homofóbicos y racistas recurrentes.

-La extrema derecha se organiza en todo el mundo con un discurso que pone en el centro la amenaza a la familia que representamos nosotras y el colectivo LGTB. Este es el discurso que inventan para legitimar el fin del Estado y de las políticas sociales. El odio al feminismo en mi país fue algo propagado por Bolsonaro, quien además autorizó las violencias simbólicas porque es misógino y homófono.

-Siempre fue sobre nosotras reúne relatos de la violencia política de género en Brasil. A partir de tu activismo y tu carrera política, recibiste múltiples amenazas a lo largo de los años. ¿Es más difícil dedicarse a la política siendo mujer?

-Hoy hay más violencia, pero hay más apoyo de las mujeres. En el libro hay un artículo de Dilma (Rousseff) en el que ella sostiene algo muy interesante. Dice que el machismo es algo del que todas las mujeres son víctimas, o sea, que las mujeres vivimos en una sociedad machista. Pero que la misoginia está en contra, sobre todo, de las mujeres que luchan contra el sistema machista. Toda mi trayectoria política está marcada por la misoginia, por el odio que el sistema y los hombres del sistema -y algunos hombres que no son del sistema-, tienen de las mujeres que poseen el coraje de luchar contra ese sistema y decir que el sistema existe y que el sistema es desigual para mujeres y hombres.

-¿Cuánto se ha modificado esta situación de violencia permanente a partir de una mayor visibilidad de lo que ocurre, por un lado, y de la proliferación de la fake news, por otro?

-La primera vez que fui electa tenía 22 años, hablamos de 2004; en estos 20 años la violencia ha cambiado mucho. Ha cambiado de intensidad, sí, pero ha cambiado también positivamente porque antes no teníamos ningún espacio para hablar de eso. Cuando me fui a Brasilia como la persona más votada de mi país dos veces, en 2006 y 2010, oí y leí todo tipo de cosas sobre mi cuerpo en la prensa. Cada vez que he intentado contestar, todas las personas, incluso mujeres, me decían que tenía que quedarme callada. Nunca he tenido ningún espacio, y hasta hoy mis amigos, compañeros de lucha de izquierda, que tienen una trayectoria inferior políticamente a la mía, en parámetros formales e informales, o sea, que no han tenido experiencia parlamentaria o no han tenido tantos votos como yo -porque es un criterio de apoyo popular-, son más valorados que yo. Sí que se valora distinto a una mujer de lo que se valora a un hombre en la política, pero antes lo vivíamos en silencio, y ahora hablamos.

-Dijiste que la violencia política de género aumentó en las últimas dos décadas. ¿Se naturalizó también?

-Hoy todas las mujeres de izquierda que tienen alguna relevancia son amenazadas de muerte en Brasil, todo el tiempo, como si fuera natural. La primera vez que fui amenazada fue en 2005. Hay más violencia, sí, pero hay más apoyo de las mujeres y eso es algo muy bueno, porque vivir la violencia en silencio y sola te enloquece. Hay consecuencias reales en los cuerpos, en la cabeza, en la vida de las personas. La violencia que sufríamos era más cruel porque era más solitaria. Marcia Tiburi, una filósofa de Brasil, tiene una frase que es para mí la más valiosa de todas: “el feminismo es lo opuesto a la soledad”. Yo creo en eso. Mi vida ha cambiado no porque la violencia empezó, porque eso es lo que he vivido todo el tiempo en mi vida, sobre todo en mi vida pública, mi vida ha cambiado porque el feminismo me sacó de la soledad con que vivía la violencia institucional en Brasil.

-¿Cuánta injerencia tienen en política los datos falsos y la desinformación? ¿Cuánta conciencia social hay sobre la manipulación a través de las redes?

-Las redes son protagonistas de todo en la política y no hay conciencia casi ninguna de eso por parte de los sectores democráticos. Para mí es algo impresionante, mismo en Brasil, que pasamos todo lo que pasamos, con toda una organización política, organizada en las redes y con ataques organizados. No hay consciencia de la relevancia y no hay ninguna idea sobre qué hacer al respecto. Es algo que impone mucho miedo a quien tiene alguna responsabilidad con la democracia y con las instituciones porque la derecha sí que sabe utilizar las redes y tiene sus relaciones en las plataformas.

-¿Cómo viviste las manifestaciones golpistas en Brasilia y el asalto a la Plaza de los Tres Poderes?

-Las imágenes son de mucho dolor para quien defiende la democracia; imaginarlo no es lo mismo que vivirlo, que verlo, y entonces creo que todas las personas que tienen cualquier relación con la defensa de la democracia han estado sin dormir porque fue algo muy fuerte. Pero nosotros, las personas que vivimos en el centro de la violencia de la extrema derecha en los últimos años, lo conocíamos. La sorpresa es la de visualizar nuestras instituciones destruidas, pero el odio de ellos lo conozco. Creo que llegó el tiempo para que la gente los reconozca, porque nosotros vivíamos intentando hablar de ellos y fuimos tratados un poco como “pero, qué hablan, no es que sea así”. Sí, es así. Esto tiene mucho que ver con la pregunta acerca de la relación de la política con internet y hasta qué punto la política en el siglo XX no tiene consciencia de lo que pasa en la esfera pública, porque la internet es la esfera pública. La realidad se debate en internet y ellos hace mucho están ahí; nos han dicho que iban a hacerlo, todo el tiempo, pero tenemos una sociedad en transformación, una parte en el siglo XX, una parte en el XXI, ahora tenemos que hacer que se encuentren.

-¿Cuáles son los desafíos centrales del gobierno de Lula da Silva?

-Muchos, pero vivo en un país donde millones de personas tienen hambre, y para mí no hay ningún desafío que sea más importante que garantizar que ningún niño, ninguna mujer, ninguna persona tenga hambre. Creo que todas las otras cosas son menos importantes que enfrentar el hambre. Hoy tenemos casi 33 millones de personas con hambre; una dimensión tremenda. Por supuesto que, además, tenemos que enfrentar el tema del trabajo. Pero la gente no tiene tiempo para esperar hasta que el país genere los millones de empleos que necesitamos para que no tenga más hambre. Lo otro es el tema de la deuda del pueblo; hoy el pueblo que trabaja no tiene sueldo, porque todo el sueldo es para deuda, con las empresas, con los servicios, con los bancos. Este es un punto muy preocupante en el país, junto con el tema del trabajo. Tenemos gente que trabaja y que tiene hambre. En los '80 teníamos mucha gente sin empleo, pero las personas que tenían empleo, con los derechos correspondientes, tenían dignidad. El trabajo ya no es más garantía de dignidad y entonces creo que tenemos que pensar en eso.