La reunión de Skrillex y Bizarrap, en el cierre del tercer y último día de Lollapalooza Argentina 2023, es una estupenda metáfora de lo que fue esta edición del festival. Si bien el mano a mano se produjo en el set del DJ estadounidense, la conexión entre ambos se consumó el viernes en un sideshow improvisado del que también fue parte el músico electrónico inglés Fred Again. Una muestra más de que semejante camaradería sólo puede suceder, al menos en Buenos Aires, en esta vitrina de artistas y estilos de última generación. Lo que igualmente confirmó María Becerra, al invitar a su show a una de las leyendas de la movida tropical: Ráfaga. Pero no se subió a escena el cantante Ariel Puchetta, sino que apareció la banda completa. Juntos hicieron el himno cumbiero “Mentirosa”, mechado con uno de los hits de la artista, “Adiós”.
En la antesala del final, la nueva gran bestia pop de la música popular contemporánea argentina, que le jugó de tú a tú a Kali Uchis (le precedió en el Samsung), llamó a su colega española Lola Indigo para cantar el single que grabaron: “Diskoteca”. Durante su debut en el festival, la quilmeña de 23 años hizo los deberes para que nadie olvide esta performance. Orquestó coreografías, perreó, tuvo una puesta en escena variopinta, y armó un repertorio donde alternó colaboraciones con Zion & Lennox, Tini y J Balvin con los temas de su disco La nena de Argentina (2022). También tuvo la elocuencia afilada. Primero saludó a los que la vieron por Flow (se estima que un millón de personas disfrutaron de la transmisión de Lollapalooza), y a continuación invitó a ver a Billie Eilish: “Ahora viene Billie. Demostremosle cómo es el público argentino”. Esa muchedumbre que se plantó en ese escenario, protagonizando la mayor convocatoria de artista nacional del evento junto a la de Chano, no sólo le hizo caso, sino que cumplió.
Mientras el equipo técnico de la vocalista y compositora californiana afinaba las visuales y el sonido del show que estaba por venir, dejando al desnudo la intimidad de la performance, de entre el público que asistió al recital de Becerra se armaron varias diásporas que recorrieron los otros cuatro escenarios erigidos en el Hipódromo de San Isidro entre el viernes y el domingo. En ese hiato, Tockischa terminaba su actuación en el escenario Perry’s: el primero con el que se topaba la gente al entrar al predio, y que además fue bastión de la electrónica y de la música urbana alérgica a la masividad. La rapera dominicana es plenipotenciaria de esa idiosincrasia, pese a que suda polémica incluso cuando no la ejercita. Si en la Argentina las letras de El Doctor (por más que versan sobre su realidad) generan incomodidad, las de la caribeña son una apología de la incorrección.
“A veces me lo mete a pelo y a veces con condón. Tengo un delincuente en mi habitación”, reza su tema “Delincuente”, en tanto que “Tunkutazo” dice: “Yo tengo novio que e’ mujeriego. Me cojo to’ lo’ cuero' con él”. Ambos fueron parte del repertorio de un recital en el que la “amigovia” de Madonna se lanzó a la presidencia, perreaba con su cuerpo de baile, arengaba a su DJ, batía sus senos porque sí y rompía con el estereotipo del glamour a lo Dior. Toda una predicadora de la provocación, con el dembow (el reggaetón de los quisqueyanos) como banda de sonido. A propósito de chapar y de chapas, Lil Nas X era en los papeles la otra figura controvertida de la grilla. A tal punto que, a pocos días de debutar en Buenos Aires, el colectivo trans casi lo crucifica por bromear en redes sociales sobre su cambio de sexo. Sin embargo, en comparación a Tockischa, el rapero encarna la fantasía queer de Disney.
Se trató del momento ATP e inclusivo de la fecha. Más que un recital, lo que preparó el artista para el escenario Samsung fue un musical. Enmarcado en una escenografía surrealista, que parecía aludir a una especie de cueva, Lil Nas X hilvanó una narración homoerótica con la complicidad de sus bailarines. Aparte de incluirlos en sus microrrelatos, con esos atuendos encantadoramente tribales, aparecieron una inmensa serpiente y un minotauro con el que construyó un amor efímero. Todo esto sucedía al mismo tiempo que cantaba su éxito “That’s What I Want”, de su álbum Montero (2021). De ahí también rescató “Industry Baby”, “Lost in Citadel” y “Dead Right Now”. Y si quedaba alguna duda, las visuales completaban la historia. No hay que olvidar que es una de las nuevas figuras del hip hop, lo que no lo condicionó a chusmear en el pop, el rock y el reggaetón. “Saoko”, llegó a invocar, a partir del hit de Rosalía.
Lo de Lil Nas X fue lo más sofisticado de este Lolla Ar, pero lo de Polo & Pan se lleva los premios a la elegancia y la exquisitez. Aunque su actuación se atrasó 10 minutos a raíz de problemas técnicos, la espera valió la pena. No sólo la de ese momento, sino también la que se viene cultivando en la Argentina hace varios años. En contraste con el DJ set del martes en Niceto Club (las entradas se agotaron), en la noche del domingo el tándem francés presentó en el Alternative una propuesta que revisitó principalmente su último álbum, Cylclorama (2021). Con la connivencia de la cantante Victoria Lafaurie, artífice de un manejo de escena hechicero. Si ese disco se adentra en el ambiente del club en la madrugada, estos parisinos cautivaron con esa cadencia gravitacional, tropical y onírica que invita a bailar al caer la tarde. Y que tiene su clímax en el himno “Canopée”, que obviamente no faltó en la lista.
El dúo quedó en medio de dos grupos que no tenían que ver con ellos. Si antes estuvo el indie de Modest Mouse, luego le secundó el hardcore melódico de Rise Against. Tan estadounidenses como legendarios. Lo primero es un hecho, pero lo otro tarde o temprano le pasará a Billie Eilish. De los cabeza de cartel de esta octava edición del festival, se mostró como el más sincero (junto con Rosalía). La experiencia de un recital suyo es igual a lo que se ve en tevé, YouTube o redes sociales. Eso lo refuerza además con el factor humano. Y es que la música de 21 años desborda carisma. No es fortuito que eligiera una camiseta con el 16 impreso para usar en su recital, pues es el número de la integridad, según la numerología. Así que no sólo cumplió con las expectativas, sino que demostró con creces que es una de las mejores artistas de su generación. Casi 100 mil personas (de las 330 mil que asistieron a las tres jornadas) pueden confirmarlo. El resto estaba en el Perry’s con el DJ alemán Claptone.
El sonido de ese escenario era tan estrepitoso que se coló en el pasaje acústico arreado por “I Love You” y “Your Power”. Su performance, que la llevó de un lado para otro de una inmensa rampa, arrancó con el fantasmagórico “Bury a Friend”. Y continuó con el R&B “I Didn’t Change My Number”, el pop “Therefore I AM”, y el inclasificable “Oxytocin”. Desde ese momento, aferrada a su hermano Finneas O’Connell en teclados y otras magias y al baterista Andrew Marshall, Eilish surfeó en un ADN sonoro que no sólo tiene definido, sino al que también le inyectó identidad. Es su piso para conectar con el público sobre problemas propios de la sociedad occidental y capitalista, lo que remarcó en la segunda parte del show. Sin embargo, bien sea con el post dubstep “When the Party is Over” o con el groovero “All The Good Girls Go to Hell”, se atrevió a versar sobre el futuro y la esperanza. No todo está perdido.