Orlando Belloni cumplió 90 años el pasado 17 de enero. Pintor, escultor y dibujante, le calzan además otros sustantivos: Belloni el laburante. Belloni el maestro. Cuando sus manos incansables se alzan en la belleza del gesto que acompaña el relato de su voz, todos escuchan. Este artista nacido en Pérez, radicado en el barrio rosarino de Tablada, siempre tiene algo para contar y algo que enseñar: sobre el oficio de artista y sobre los muchos otros oficios que aprendió a dominar, entre ellos el de vivir. Con modestia, sin estridencias, comparte sus saberes y nutre con ellos a otras generaciones en cualquier ocasión de encuentro. En el verano que pasó, expuso pinturas y dibujos en el espacio Iván Rosado y la inauguración fue un corrillo de jóvenes artistas que no se perdían una sola palabra suya. Publicado poco después, a comienzos de 2023, para coincidir con el festejo nonagenario, Una voluntad. Memorias y pensamientos es el segundo libro que la editorial Iván Rosado le publica a Orlando Belloni. Hace tres años, le editó La Tablada, una selección a color de sus pinturas y dibujos desde 1958 a la fecha. Si bien la ilustra el autor con reproducciones de 34 de sus dibujos, lo principal en la nueva publicación es dar a conocer su voz. Que rememora y narra, enseñando oficios con sólo recordarse.
Belloni no se calla nada sobre sus contemporáneos ni guarda secretos técnicos. Una sala de la Biblioteca Vigil, a la que le cedió un sustancial conjunto de tallas en madera, lleva su nombre desde 2021. Pinturas suyas fueron adquiridas por el Museo Municipal de Bellas Artes de Rosario ese mismo año. Puesto a escribir, hace sonar esa misma voz. Sin poses, sin fingimientos: una autenticidad que irradia su luz y una luz que es como un fuego donde se queman las alas efímeras de todo lo falso, de todo lo que no comparta su misma solidez. Una solidez proletaria, la de quien sabe hacer y supo sobrevivir. Cada vez que este artista de casi un siglo se pone a narrar, estremece. El libro retiene como escritura la huella de esa voz viviente. La niñez en el campo, que lo hizo ser carpintero improvisado para hacerse sus juguetes; la miseria de los años '30 como acicate de la creatividad; los durísimos años de laburo sin descanso, los encuentros y desencuentros con sus colegas, la dicha de retratar a la gente común usando recursos expresionistas para poder mostrarlos tal como son, alegres y expresivos, llenos de vida: todo el relato desborda sabiduría, es decir, experiencia de la que se ha conservado el saber esencial.
La historia de Orlando es también la de su hermano Alberto, compinche de aventuras en la infancia y, en años sucesivos, militante y exiliado, apoyo y difusor de su obra en Francia junto a su cuñada Estela. Es la de su otro hermano, Osvaldo. Es la de su musa, Marisa. La de sus discusiones con Juan Grela y su aprendizaje del dibujo cartográfico nada menos que con Leónidas Gambartes. Una mezcla de sino trágico y buena estrella hace del relato de su vida una novela verídica apasionante. El autor delinea en palabras su propio autorretrato literario con la misma precisión con que dibuja caricaturas y retratos de otros, o de sí mismo: un trazo ácido, firme, jocoso, con el humor oscuro de la novela picaresca. Las distracciones, los errores, los desvíos y los retornos, nada falta; tampoco los amigos artistas (José María Lavarello, Romeo Medina, Nilda Buslje, Abel Rodríguez, Fermín Villar, Emilio Ghilioni y Rodolfo Elizalde) ni la profundidad. "Siempre fui más bien solitario", escribe.
"La soledad en los artistas es lo que los va a llevar a comunicarse con los maestros que se fueron, o con esos seres invisibles que no sé cómo llamarlos, unos buenos y positivos, otros no tanto. El desafío es conquistar la luz que perdimos al materializarnos. Uno puede compartir el aprendizaje o el estudio, pero luego debe largarse solo y bancársela como el águila que empuja fuera del nido a los pichones para que aprendan a volar. Uno tiene que enfrentarse consigo mismo y trabajar con ese material del cual dispone, y cuando se derrotan los fantasmas heredados, ofrecer lo mejor que podamos elaborar con el conocimiento que nos dieron los maestros. Pienso que hay que haber vivido muchas vidas para ser artista y recibir el llamado del arte con la facultad del conocimiento que nos da la experiencia, y saber convocar a los ángeles. El arte es magia y para practicarla conviene tener un lugar especial donde generar las energías. El artista tiene que ser un poco mago o brujo, si no es difícil tener acceso a la creación. Cuando no me salen las cosas, me busco un trabajo pesado, cuando tenía terreno punteaba la tierra o hachaba leña hasta cansarme. Cuando se agota el cuerpo, se manifiesta el espíritu o la mente, como lo queramos llamar". Así habla Orlando Belloni, el maestro.