En la radio sonaba la voz de Andrés Calamaro cantando su tema Elvis está vivo, cuando "Muralla" Fornaso apoyó las amarillentas fotocopias sobre el mostrador del kiosco junto a las siguientes palabras, "las encontré acomodando cosas viejas. No sabía que las tenía, tampoco recuerdo el por qué. Te las traigo a vos porque sé que tenés el berretin de escribir. A lo mejor se te ocurre algo". 

El hombre muro, vecino lindero de la emblemática casa de la calle Agrelo, alguna vez hogar del dibujante y cuna de sus más grandes creaciones, el mismo sujeto que tiene un cuadro colgado en su living con un dibujo que le regaló su amigo el día que cumplió cincuenta años, el que se acostumbró a no sorprenderse de sencillas visitas en la casa de al lado de personajes como Caloi, Rabinovich o Serrat, el que suele decir que todavía barre soretes del Mendieta o lo despiertan gritos de la Eulogia por las madrugadas, asegura que sólo un hombre con una imaginación prodigiosa pudo haber creado un personaje como Inodoro sin saber absolutamente nada sobre la vida campestre. 

Los documentos que me acercó sólo confirman lo que siempre sospeché. La mayoría de los viejos vecinos o conocidos del artista tenemos algún dibujo con dedicatoria Incluida que creemos exclusivo, cuando en realidad, el padre de Boogie no firmaba autógrafos, devolvía desde su generosidad, a cada uno de sus admiradores, el haber sido fuente permanente de toda su obra. Lo que ignoraba era que tenía preparados de antemano dichos reconocimientos. 

Si bien la fama del integrante de la mesa de los galanes se extiende a nivel mundial, Alberdi nunca dejó ser su "Área 18", sus moradores cuentan orgullosos vivencias u ocurrencias genuinas con las que alimentan la leyenda diariamente, algunos comienzan sus relatos con "usted no me lo va a creer", otros, después de revivir el momento, agregan detalles anteponiendo un latiguillo, "le digo más", sin faltar aquellos que, temerosos de que uno no los haya interpretado correctamente, preguntan "no sé si he sido claro". 

La señora Eleonora, todavía se lamenta de su mala decisión tomada la noche de aquél sábado en la cual su padre invitó a su casa al destacado humorista para comer un asado. Con el fin de no perderse dicho acontecimiento, la adolescente dejó plantado a un pretendiente que la esperaba ansioso en la Villa de Freud. El experto en el arte de escuchar no pronunció una palabra durante toda la cena. 

El joven Mauro recuerda que, en una oportunidad, cumpliendo una tarea para séptimo grado de la escuela Carrasco, acudió a su domicilio con el fin de reportearlo. El entrevistado le sirvió un café con leche y le dijo: "no hablemos de mí, charlemos de cosas importantes. Pregúntame sobre Central, mejor". 

El "Tano" Bruno no se pone colorado cuando asegura que, después de cada clásico ganado, parte en caravana desde el viejo garaje un fantasmal convoy compuesto por Citroen 3 CV, todos de color verde, tocando bocina y con banderas auriazules sobre sus techos de lona. 

El viejo Pancho se ríe cada vez que se acuerda cuando, siendo miembro de la comisión directiva del club Regatas -a cuyo buffet el canaya, sin ser socio de dicha institución, acudía a tomar un café después de presenciar los partidos jugados en el Gigante-, fue interpelado por un grupo de asociados leprosos ante el hecho reiterativo y basándose en el estatuto, solicitaron prohibirle el ingreso. 

Como respuesta, Francisco les pidió que recapacitaran, que si lo pensaban dos veces, no sólo merecía, el ilustre visitante, ser declarado socio honorífico, también la consumision debería ser gratis. 

El señor Vacca recuerda emocionado haber sido su compañero en el Politécnico, aunque cursaba un año delante del genio. Después de treinta años, cuando el ex alumno gozaba de fama y reconocimiento, se encontraron en un supermercado y fue el consagrado quien se acercó hasta él, con la humildad que tienen los grandes, para saludarlo y recordar viejos tiempos escolares. 

Jorge, el memorioso, tiene en su poder un almanaque del año 1980, tipo taco, con un chiste del rosarino en cada hoja, auspiciado por Enrique T. Bonelli, calendario del que no sólo nunca se desprendió, sino que refresca su lectura cada tanto con el fin de no olvidarse de los 365 remates que sabe de memoria y con los cuales va regando charlas en cada una de sus caminatas mañaneras. 

Cuando llega mi turno, me gusta contar la tarde que pasó por el puesto y, basado en un reportaje radial reciente, en el cual le había escuchado decir que toda su obra era resultado de la transpiración y no de la inspiración, me atreví a preguntarle con ironía si en lugar de venir a laburar, optaba por quedarme en mi casa dibujando y escribiendo, obtendría los mismos resultados. 

El dueño de un oído absoluto para captar las voces de la calle, tomó una revista "La Maga" desde el escaparate, me miró fijo y me dijo, "lo escuchaste, pero no lo entendiste... anotamela". 

Si recordar a una persona es hacerla vivir entre nosotros, entonces el Negro sigue vivo en la memoria de la gente común, agradecida eternamente por tanta risa acumulada. En Alberdi lo saben todos, pero es gente muy discreta, no dicen nada, será mejor así. 

Por mi parte, tal vez con el fin de contarle que no sólo entendí lo que quiso decir en aquella declaración, también me sirvió para sentarme a escribir, o quizás para pedirle que me otorgue el alto honor de leer uno solo de mis escritos, todavía, espero que me invite a comer. 

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