Alejandro Szwarcman y Carlos Damiano conjugaron textos y músicas en torno de una fórmula contundente: blues + tango. Ambos, junto a una banda afín cuyo nombre va de suyo (Bluses de Tango), expondrán la sinergia este viernes a las 21 en Bar de Fondo (Julián Álvarez 1200). “Surgió casi sin proponérnoslo, y al principio fue algo desconcertante”, admite Szwarcman, acerca de un proceso creativo cuyo primer paso fue un tango de Damiano –pianista, guitarrista y cantante, él-- llamado “Hambre”. Sobrevino luego un blues con letra que fustiga al sistema, “Vio Doña”, y no pasaron dos meses para que apareciera la cantidad de temas suficiente como para poblar un show: doce, varias de las cuales ya se pueden escuchar a través de Spotify y otras plataformas. “Las canciones tienen el sello identitario de los que fuimos adolescentes entre los setenta y los ochenta, y de todo lo que fuimos incorporando en nuestras experiencias de vida, tanto colectiva como individualmente”, cuenta Szwarcman, que también canta y toca guitarra. “Se trata de un repertorio raro, pero eso no quiere decir que queramos hacernos los raros”, ríe luego.

--¿Cuál es el punto, entonces?

Alejandro Szwarcman.: -Que no tenemos ninguna pretensión de imponernos límites ni rótulos preestablecidos, porque sencillamente no es tan difícil entender lo que hacemos: canciones de esta parte del mundo atravesadas por las tradiciones del tango y por las del rock nacional.

Nada más consonante entonces que el itinerario musical de Damiano, cuya infancia sonora arranca con escuchas de Gardel, D´Arienzo y Ledesma; se perfecciona al adquirir conocimientos con Sebastián Piana como profesor; y se entremezcla con sus amores de juventud: Led Zeppelin, The Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd, Manal y Pappo, como vía de acceso a Robert Johnson, B.B King y Buddy Guy. “Me metí de lleno al blues, llegué a tocar en una banda todos los jueves en El Samovar de Rasputín, y tuve la oportunidad de conocer Chicago y zapar blues en el Buddy Guy’s Legend con músicos locales”, señala el también guitarrista de La Trifásica.

Damiano y Szwarcman se conocieron cuando militaban en la Federación Juvenil Comunista, durante la década del ochenta. “Éramos dos pendejos que queríamos poner el mundo patas arriba. Ya en aquellos tiempos nos daba por `intercambiar figuritas` y armar proyectos de covers y de canciones propias”, rememora Alejandro. “Teníamos 20 años y soñábamos con cambiar el mundo, si… compartíamos ideales y guitarreadas”, ratifica Damiano. Tras años de distancia en los que el músico incursionó en el jazz y el rock, y Szwarcman, hizo su camino como letrista y docente, se reencontraron en un café cercano al Parque Centenario. “Hablamos, y nos dimos cuenta de que las ganas de seguir haciendo música y poesía seguían intactas, y las de poner al mundo patas arriba también”, ríe Szwarcman.

-¿Qué implica para ustedes tocar el 24 de marzo, justo cuando se cumplen 47 años del golpe cívico-militar?

A.S.: -Salió sin querer. Tenemos ganas de tocar, de mostrar nuestras canciones y era lo que había disponible. Pensamos que no habría contradicción en hacer coincidir nuestra presentación con un día en el que precisamente se trata de honrar la memoria de la generación que nos antecedió… la de aquellos que soñaron con una sociedad mejor. Además, ninguno de nosotros es lo que se dice un “indiferente”. Nuestras letras en algunos casos, tienen el ingrediente de la crítica social como la realidad de la gente en situación de calle, el individualismo o la crisis del sistema.

Temáticas que se visten a veces con aromas de balada (caso “Los viejos argumentos del amor” o “Metáforas de triste porvenir”), o de bluses que el vate traduce como rockanrolitos (caso “Las cosas hechas sin pensar”), o de otras piezas que se paran equidistantes entre el rock y el tango, como la que le da título a la banda integrada por Nicolás Fontana en bandoneón, Ariel Galiano en bajo y Gabriel Luchetti, en percusión. “Abordamos el tango porque afortunadamente se ha convertido en la trinchera de los locos, de los que reproducen el gesto resistencial de la identidad”, retoma el poeta, que también dedica sus días a dar conferencias y talleres sobre el género. “Aquí estamos los nietos y los bisnietos de aquellos tangueros y no vamos a permitir que se muera este lenguaje que heredamos, y que esencialmente, nos constituye como una entidad cultural, social y regional. Parafraseando al poeta mexicano Jaime Sabines: 'el tango es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro'."

--¿Arriesgas a dar una definición sobre el tango de hoy?

A.S.: --Es que el género es tan grande y son tantas las estéticas que propone hoy, --entre ellas la nuestra-- que no me siento para nada autorizado para dar una respuesta.
--¿Y el blues?

A.S.: --Del blues se pueden decir muchas cosas: desde el canto desgarrador de los esclavos en las plantaciones de algodón y tabaco en Nueva Orleans, hasta la materia que dio origen primero al rock, a Los Beatles y luego en estas tierras, al rock nacional. Pero si tengo que contestar de una manera menos académica, diría que el blues es eso que me permite sentir eternamente la fascinación del adolescente que descubre en su guitarrita cachuza de cuerdas gastadas, la posibilidad de expresarse en la fiesta de la pentatónica. Y siempre, como si fuera la primera vez.