A veces el estilo tiene la corporalidad de un personaje. Es una presencia que determina lo que ocurre, la versión material de una entidad que solo puede definirse en las palabras. En Precoz la escritura es despiadada y contundente, moldea a los personajes, hace de la línea de pensamiento de la protagonista una forma salvaje que no descansa, que sigue el frenesí de una voz. La narración marca el sentido del movimiento.
Adaptar Precoz al teatro implicaba encontrar un equivalente de ese destello poético, de esa bravura del lenguaje que responde a un alma perdida pero deseosa, como si la protagonista mordiera cada escena y la dejara despedazada para que viéramos su agonía. Lorena Vega como directora y Juan Ignacio Fernández como el dramaturgo que tiene que vérselas con la nouvelle de Ariana Harwicz indagan sobre las variantes de ese animal herido, al acecho y jadeante que es la escritura de Harwicz. Encuentran respuestas en distintos órdenes de la puesta, en diferentes instancias de la dramaturgia y la realización escénica.
El estilo está en la actuación de la madre y el hijo a cargo de Valeria Lois y Tomás Wicz como una sombra que lxs atraviesa y, en esta misma línea, en el diseño de movimiento a cargo de Jazmín Titiunik que sabe conjugar la desolación de los personajes, su estar a la deriva pero dispuestos a contar con el cuerpo la escena que falta, lo que no vemos, el espacio que el teatro muestra en partes. El acierto de Lorena Vega como directora fue justamente no completar la escena desde los objetos, desde una escenografía que se esforzara por recrear esas descripciones que en Harwicz son siempre la manifestación de una acción, de una interioridad exhausta. La propuesta escenográfica de Rodrigo Gonzalez Carrillo hace del cuerpo como estructura dramática un sostén y una narrativa.
Es justamente en el marco de una composición en equipo, de una lectura del material desde esa noción donde el cuerpo se convierte en la zona del discurso y del peligro, de la conflictividad y también del despojo, el territorio de lo vulnerable y de un placer a la intemperie, que el trabajo de Lorena Vega logra contar lo que en el texto de Harwicz era la exigencia de escarbar en el lenguaje siempre indescifrable de una palabra rota.