Para la reconocida directora, coreógrafa y dramaturga inglesa Kate Prince, cuando se piensa en las suffragettes que -entre fines del siglo XIX, principios del XX- agitaron las aguas políticas y sociales británicas en su lucha por asegurar el voto femenino, el primer nombre que viene a la mente es el de Emmeline Pankhurst, líder del ala más radical del movimiento; no así el de su hija Sylvia (1882-1960), a pesar de haber sido “una mujer adelantada a su tiempo, cuyas preocupaciones todavía nos atañen hoy en día; también su enfoque: sus ideas se alinean bastante con la mirada interseccional de la actual ola feminista”.
Activista por los derechos de las mujeres, pacifista y socialista, sobre la vida y obra de esta dama trata el musical Sylvia, actualmente en cartel en el teatro Old Vic de Londres, escrito, dirigido y coreografiado por la citada Prince con el propósito de elevar el perfil de quien, a su entender, no ha sido suficientemente recordada ni ponderada.
Aunque Kate -asimismo fundadora de la compañía de teatro y danza ZooNation- ambienta su pieza a inicios del XX, trabaja con rap, soul, funk y hip-hop en la obra, anacrónica elección que le ha valido comparaciones con Hamilton, la exitosísima obra de Lin-Manuel Miranda. Su variopinto elenco, por otra parte, ha sido motivo de debate en UK, especialmente el fichaje de Beverly Knight (en el rol de Emmeline) y Sharon Rose (Sylvia Pankhurst).
“¿Dónde está escrito que mujeres negras no pueden interpretar a figuras históricas blancas? No estamos haciendo un documental sino una aproximación libre y artística de una vida, con performers de gran talento en cada uno de los papeles”, fue la enfática respuesta que dio la directora a una petit troupe de haters, mandando a freír rabanitos a quienes la acusan de “exceso de corrección política”.
Dicho lo dicho, Sylvia goza del favor del público y de la crítica, encantados porque este musical les acerque la historia de la chica Pankhurst, que antaño luchó incansablemente por el voto femenino; un derecho que, para ella, debía ser para todas y de ningún modo depender del pasar económico o estatus social de las mujeres. Consternada por las desigualdades en sentido amplio, creía que la lucha sufragista era indisociable de la lucha de clases, convicción que generó ciertas rispideces con su madre y su hermana mayor, Christabel.
Como socialista utópica, SP volcó parte de su ideario en Worker’s Dreadnought, un periódico editado por la East London Federation of Suffragettes, agrupación que ella misma fundó en el año 1913 y que estaba centrada en las necesidades de las mujeres trabajadoras. Por cierto: SP fue la primera editora en UK en contratar a un periodista afro a tiempo completo, el -también poeta- jamaiquino Claude McKay; sin desatender, claro, su principal actividad como activista, ocupándose además de conseguirles empleo a obreras en situación vulnerable durante la Primera Guerra Mundial. Al respecto, vale decir que, siendo una ferviente pacifista, se negó de lleno a apoyar este conflicto bélico, posición que tensaría aún más el vínculo con Emmeline y Christabel.
Parecer ser que SP sentía adoración por su padre, Richard Pankhurst, abogado que no solo fue aliado de la causa de las mujeres sino que hizo campaña en favor de que tuvieran acceso a la propiedad, la educación y el voto. “Si no trabajas para los demás, de nada habrá valido tu vida”, solía decir este hombre, y ella tomó sus palabras al pie de la letra, haciendo de esa ética, la medida moral de sus acciones.
Brillante oradora, se dice que Sylvia podía dar discursos por una, dos, hasta tres horas, apelando a la ocurrencia para escapar de redadas policiales: disfrazada con uniforme de enfermera o fingiendo estar embarazada con periódicos metidos bajo su blusa, por caso. Aún así, a veces la atrapaban: solo entre enero y junio de 1914, fue encarcelada nueve veces, soportando los malos tratos de las autoridades y las duras condiciones del confinamiento, además de ser violentamente forzada a comer cuando estaba en huelga de hambre. Lo que más padecía, según dejó anotado, fue que la privaran de lápiz y papel: que le impidieran escribir era, para ella, ser privada de un preciado derecho humano.
Antifascista y anticolonialista, entre sus heroínas figuraban Eleanor Marx y Rosa Luxemburgo, y aunque simpatizó con la revolución bolchevique en sus orígenes, se volvió muy crítica al ver cómo mermaban las libertades del proletariado. También militó intensamente por los derechos humanos del pueblo de Etiopía después de que el país fuera invadido por Mussolini en 1935. Y en 1956, cuatro años antes de su muerte, se mudó a Adís Abeba para ayudar a mejorar las condiciones sanitarias de las etíopes. A su muerte a los 78, se encontraron papeles y papeles sobre su escritorio con planes detallados sobre políticas de salud y educativas, orientadas a dar mejor acceso a niñas y niños.
Oh, ¡por último!, Sylvia fue pintora y diseñadora, formada en el Royal College of Art, desplegando su talento para apoyar a la causa sufragista y socialista. En 1907, por ejemplo, viajó por el norte de Inglaterra y Escocia pintando retratos íntimos de trabajadores y trabajadoras, documentando así su día a día y mostrando cuán jorobadas eran sus condiciones laborales. A los cuadros sumaban anotaciones sobre “el ruido ensordecedor de las máquinas”, “el calor opresivo que deja sin aire”. También, dicho está, diseñó logos, panfletos, insignias y pancartas, inicialmente para la Women's Social and Political Union que dirigía su mamá, y luego, una vez que fue expulsada de la agrupación, para la entidad al este que ella misma lideraba. Eventualmente renunció a la pintura para dedicarse full-time al activismo, eclipsado este talento por otro inoxidable: el compromiso militante en pos de una sociedad más justa e igualitaria.