El desaparecido “como desaparecido es una incógnita, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, es un desaparecido”. Estas son las palabras tal vez imposibles de olvidar por su cinismo y por la perversión institucional implicada en la impostura de la voz del Estado Nacional secuestrada por el gobierno de facto el 24 de marzo de 1976. El presidente de aquella junta militar golpista lo aseveró enfáticamente: un desaparecido “es” tal y por lo tanto “no tiene entidad”, es decir: por lo tanto no es.
La cita ominosa, probablemente la peor de las aberraciones jamás proferidas por un gobernante en nombre del Estado Nacional Argentino, soltada en ocasión de una conferencia de prensa en 1979, se agujerea a sí misma en una recursividad autodestructiva expansivamente corrosiva. Su poder de implosión es correlativo del daño general que produce para la historia del país su propalación impune, deletérea. “Lo que es” y “lo que no tiene entidad” puede sin embargo coexistir en aquellos años malditos.
Todos escuchamos aquellas declaraciones, niños, adultos y viejos. Vivíamos en aquel “mundo del revés” anticipado “en clave” por María Elena Walsh y “encriptado” por Charly García en su “Canción de Alicia en el País”.
El estado de excepción se había naturalizado en la Argentina y la teoría de los dos demonios, desde el comienzo, resultó coartada para los criminales de lesa humanidad, que además de contar con el aparato estatal y sus fuerzas militares, contaban también con el apoyo de sectores civiles y eclesiásticos.
Con el retorno de la democracia en 1983, salir de aquella ciénaga fúnebre equivalía a renacer. No exagero: muchos no lograron hacerlo y todavía naufragan en el limbo de los que nunca más regresaron y aún esperamos, o en las tenebrosas sombras de la depresión. Esta última normal, incluso lógica, dadas las circunstancias de infierno. De una u otra oscuridad muchas y muchos jamás volvieron.
El enemigo interno
El gobierno de facto --no de derecho-- y la implantación de un estado de excepción utilizaron como base un aparato largamente consolidado por décadas de un país que alguna vez fue pensado en serio y a lo grande. Una vez instalados, aquellos “okupas” dictaron normas especiales dirigidas a erradicar “al enemigo interno” situado en términos similares a los planteados por Arendt en su concepción del Mal Radical. Luego, desde fuera de toda normativa humana aceptable, en posición de excepción, las transgredieron impunemente (Agamben explicó muy bien en 2003 este modus operandi). Eso se llama terrorismo de Estado.
Que “el enemigo” fuera “interno” (así lo decretaron) no arredró a las fuerzas brutas, brazos ejecutores de una derecha fratricida, sino todo lo contrario: avanzaron con el plan sistemático hasta la atrocidad inimaginable del robo de bebés y la suplantación de identidades.
La interioridad de ese “enemigo” empecinado en querer vivir en su tierra junto a los suyos, a sus amores --rebeldía irreductible-- perpetúa la convivencia con el opresor hasta nuestros días, ya que las derechas antipatrias perduran y a quienes plantean políticas inclusivas y se obstinan en pensar un país sin excluidos responden con odio.
La posibilidad de una Argentina sin lugar para todas y para todos --más bien la posibilidad de una isla-- en sus distintos modos de presentación continúa siendo la verdadera enemiga para quienes todavía creemos y deseamos un país libre, justo y soberano.
Los rostros actuales de la mezquindad pueden cambiar y camuflarse bajo ropajes de moda. No importa cómo se vean: más allá de cómo se presenten y rebauticen, ellos son retoños de aquella sofocación. Sabemos cómo responderían ante la encrucijada (algunos lo declaran sin ambages).
En el día de la memoria considero necesario recordar quiénes sostenían el doble discurso y la moral también doble cuya punta de iceberg es la tautología negativa del criminal de lesa humanidad Videla citada al principio.
Para ello, propongo un ejercicio: cada vez que encontremos una tautología negada --una contradicción-- como la del ejemplo mencionado: “los desaparecidos son desaparecidos” // “los desaparecidos no tienen entidad” (dado que ente se define por ser todo lo que es, negar la entidad es negar el ser que se afirma), busquemos entonces el problema complejo que la inconsistencia denuncia.
La herida abierta
El ejercicio que se me ocurre contiene la siguiente hipótesis: una contradicción suele ser la instrumentalización de una supuesta solución rápida y mágica a un problema hipercomplejo. Entiendo “mágica” en este caso como la realización inmediata y en acto, por medio de la palabra, de un arreglo que vendría a resolver lo irresoluble simplemente por decir algo que supuestamente aclararía el asunto.
Allí donde el poder público, ante un problema social a lo sumo podría administrar el malestar; cuando ante un problema económico crónico a lo sumo podría sacudir y volver a extender la manta corta; cuando ante un problema político, a lo sumo podría escuchar una y mil veces las mismas disputas y propiciar al menos que las mismas sigan los canales orgánicos establecidos por el orden democrático; etc.
Allí, en esas encrucijadas que parecen encerronas, a modo de arreglo fácil, suele emerger como conejo de la galera la declaración mágica insalvablemente contradictoria. Surgida de este modo, la cita del principio, por ejemplo, no arregla nada y más bien evoca la “solución final”.
Así como algunos dijeron que la inflación es un problema simple que se arregla fácil y otros dicen que el narcotráfico se soluciona en una semana, del mismo modo hay gente que pretende arreglar fácil y rápido lo crónico y estructuralmente complejo.
Se me podrá decir: ¿ejercicios retóricos para conmemorar uno de los días más nefastos de nuestra historia? En ese caso, respondo: no, crítica asidua para mantener viva la llama que ilumina una herida abierta que algunos desconocen, otros niegan y otros, cada vez que pueden, le echan sal y vinagre y la agrandan.
Ser hijas e hijos del doble discurso, de la doble moral, del doble estándar, de la teoría de los dos demonios, del país imposible en el que los desaparecidos pueden ser pero no tener entidad, todo ello implica haber crecido acostumbrados a nadar contra la corriente, a veces simplemente flotar y otras hundirnos en un océano de mentiras infestado de tiburones.
El día de la memoria resulta un ejercicio saludable continuar oponiendo la luz de la revisión crítica al oscurantismo que hunde sus raíces en aquellos años de plomo. Es un modo de seguir diciendo “Nunca más”.
* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES).