Con unos pocos días de diferencia, Horacio Rodríguez Larreta realizó varias presentaciones como candidato presidencial. Tanto en su aparición más reciente, en la que formuló los logros de su administración; como en su discurso de apertura de sesiones legislativas, se abrió paso enfáticamente con un eslogan propagandístico que seguramente no hará historia y muchos menos recibirá el gran premio a la originalidad: ¡Yo lo que prometo, lo cumplo!
Para completar su fraseo marketinero, también proclamó su "culto del método", que vendría a ser un originalísimo mecanismo de planeamiento donde “todo está planeado y todo es medible”. Una mezcla imposible de la “medida de todas las cosas" (Protágoras) y de "El discurso del método" (R. Descartes).
La causa verdadera de estos afanes tan estrafalarios como infructuosos es el ansia por recuperar terreno en su campaña presidencial luego de que su video de lanzamiento haya pasado con pena y sin gloria, a pesar de que algunos analistas en su afán de ser “realistas” se apresuraron a ponderarlo como muy moderno y eficaz. La película diminuta debió enfrentarse a diversos e inesperados obstáculos externos, aunque el principal fue su propia naturaleza, tan vacía de sentido como cargada de envanecimiento y autocomplacencia. También sufrió la hostil competencia interna: María Eugenia Vidal y Mauricio Macri inaugurando oficinas, y con Patricia Bullrich descalificándolo por “tibio”; por lo tanto exige que “se abstenga”. La Argentina, como colectivo nacional y sus habitantes chocaríamos si llegáramos a encandilarnos con la luz del faro larretista, cuyo haz, en realidad contiene las políticas con las que ya nos estrellamos en los ’90 y durante la gestión de Macri, que el pueblo sancionó en el 2019 dando el triunfo al Frente de Todos.
Nuevamente Larreta osciló entre el fraseo de ultraderecha para la tribuna antipopulista y odiadora, sazonada con una pócima más “amplia” antigrieta, con destino a la otra gente moderada. El candidato continuó desplegando consignas totalmente desligadas de la realidad y de su propio accionar político. Como en su spot de campaña, el jefe de gobierno porteño volvió a intentar colocarse en el lugar de la antigrieta, de la antipolarización, tratando de argumentar que si los problemas del país no se han resuelto es por “décadas de peleas generadas por políticos”. Se trata de una frase arquetípica de vaciamiento ideológico y subestimación a la conciencia de la sociedad. Entre sofismas, frases envasadas por expertos y venta de buzones, aparece una pretensión insostenible para un político fabricado por Macri: “Yo seré el fin de la grieta”. Lo cierto es que Macri, Bullrich, Vidal y Gabriela Michetti no fueron ni son parte de ningún partido neutralista, sino de una fuerza conservadora subordinada a intereses económicos tanto locales como internacionales del mundo trumpista: la AmCham (Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina), el Foro de Convergencia Empresaria, la AEA y la UIA. Consecuentemente, su ideología y propaganda se ha caracterizado por un antiperonismo y antiizquierdismo cerril, que descalifica y persigue a los opositores en asociación con la cabeza del poder judicial y los grandes medios. Todos ellos son los verdaderos inventores de la grieta como calificación política para atacar a Cristina Kirchner, haciéndola culpable de la ahora olvidada “crispación social” con la que machacaron durante años. Otra perla de su discurso es un elemento utilizado desde siempre por las usinas ideológicas del poder: la deshistorización. Solo que esta vez sorprende el período de tiempo que quiere negar: “Nos animamos a transformar la ciudad y ahora nos vamos a animar a transformar el país”. Olvida que es continuador del gobierno de Macri en la Ciudad de Buenos Aires, que gestionó el país durante 2015–2019, generó un enorme despojo al salario, las jubilaciones, el sistema público de educación, salud y transporte y endeudó al país con el FMI y los bonistas en cifras que batieron récords mundiales.
Nuevamente, Larreta colocó a la educación como la estrella de su gestión a pesar de que en dicha materia, en la ciudad más rica del país, su impronta principal es la del ajuste permanente. Resulta inexplicable que haga de lo peor de su gestión una de sus banderas electorales intentando transformar el fracaso en virtud. “La educación es intocable”, afirmó en el spot, “la educación es prioridad”, arremetió en su discurso en la Legislatura. ¡Muy sorprendente! Si algo sufrió recortes sistemáticos durante los 16 años de gestión PRO en la CABA fue precisamente la educación pública. Paradójicamente, en una reciente visita a Washington presentó ante la cumbre del poder sus ideas principales, entre las cuales anunció una “reforma educativa”. Como siempre su explicación fue muy escueta, pero lo dicho alcanza y sobra: “poner a la educación en línea con el sistema productivo, inclusive contemplando las necesidades específicas de cada sector empresario”. En criollo, se trataría de una contrarreforma con el propósito de terminar definitivamente con la educación pública, sus organizaciones sindicales, disciplinando para ese objetivo a maestras y profesores, avanzando más aún hacia la privatización. Seguramente este intento fracasará como todos los anteriores que atacaron a la enseñanza pública, ya que la reserva cultural que deviene de la ley 1420, de la enseñanza laica, obligatoria y gratuita como la universidad del peronismo, ha demostrado una gran fortaleza. Entre sus olvidos más recientes está el de los 850 mil pobres de la ciudad, incluyendo a las 254 mil personas en situación de vulnerabilidad alimenticia (8,3 por ciento de la población) ante la cual recientemente el bloque legislativo del Frente de Todos porteño presentó un proyecto de ley para enfrentar el flagelo de la indigencia garantizando un piso mínimo de ingresos para quienes se encuentren en situaciones de vulnerabilidad extrema.
Todo está por verse, y si bien no se deben subestimar esas operaciones con sus “Yo lo que prometo lo cumplo”, resulta poco recomendable mirar desde abajo a estos políticos cuya materia son las campañas publicitarias y las ficciones cinematográficas, todas bien regadas por los editorialistas de los grandes conglomerados mediáticos.
* Juan Carlos Junio es secretario general del Partido Solidario y presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.