Cepos, corrales y alambrados son parte del decálogo de las clases dominantes en la región Argentina. Durante el siglo XIX fueron, además de los fusiles Remington, las herramientas con las que amasaron las fortunas, exterminaron poblaciones enteras en la Patagonia y el Nordeste. Proceso este que continuó durante el siglo XX con la incorporación de nuevas tecnologías de explotación, expoliación y castigo.

Hubo para todos los insumisos: indios irreductibles, gauchos alzados e inmigrantes a los que se recibió con los brazos abiertos y los puños cerrados. Leyes de Residencia y Orden Social. Confinamiento y prisión. Años después, la siniestra práctica de la desaparición forzada de personas.

Largo sería enumerar los acontecimientos que ilustran lo antedicho. Los discursos demagógicos, el militarismo por diversas vías, el fanatismo chauvinista acompañaron estas políticas de domesticación masiva. El oscurantismo clerical nunca estuvo ausente y emerge cada vez que pretenden estigmatizar las luchas de los de abajo.

Corrales de ayer y de hoy, cepos reales y virtuales. Garrotes de diversos materiales, todos contundentes: también los de papel tarifando agua, luz o gas. Alambradas visibles e invisibles que ponen a resguardo a jerarcas, banqueros y burócratas. Toda una ingeniería del castigo y el autocastigo para mantener dividendos y tasas de ganancias.

Toda la maquinaria estatal al servicio del capitalismo. Como si fuera poco todo esto, la comparsa de personajes que sonríen desde las carteleras para ofrecer promesas de cambios para que nada cambie en lo esencial.

 

Carlos A. Solero
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