“Atlanta es la gran ópera deforme de Donald Glover”, escribía en estas mismas páginas, hace casi un año, la periodista Andrea Guzmán, celebrando la presencia de las dos primeras temporadas de la serie en Netflix. Ahora, justo cuando la plataforma de la N acaba de incorporar tardíamente la tercera tanda de entregas, su competidora Prime Video estrena la nueva creación de Glover, también conocido con el seudónimo Childish Gambino, en tándem con la dramaturga y guionista Janine Nabers. Swarm, que por estos pagos se presenta con la traducción literal El enjambre, más el agregado algo sensacionalista Obsesión asesina, comparte varios de los horizontes estéticos y narrativos de Atlanta, pero la historia y sus tonalidades la acercan por momentos a lo que los videoclubes de antaño solían destacar en sus bateas de “terror” y “suspenso”. De todas formas, viniendo de quien viene, nada es del todo definido o definitivo. El concepto de deformidad también le calza como anillo al dedo al relato de una joven obsesionada con una superestrella pop llamada Ni’Jah, Salieri en la ficción de la Beyoncé de la vida real. La chica en cuestión se hace llamar Dre y está interpretada por Dominique Fishback, la actriz de series como The Deuce y películas como Judas y el mesías negro, que a pesar de haber cumplido recientemente treinta y un años logra interpretar de manera muy creíble a un personaje que apenas si ha superado los veinte abriles. Comedia negrísima sobre algunos de los usos y costumbres del nuevo milenio, apoyada sobre una delgada capa de raigambre criminal, El enjambre acompaña a su protagonista en un camino de destrucción absoluta que es también un viaje de autodescubrimiento, aunque las verdades interiores no sean de las más bonitas ni luminosas.
“Esto no es una obra de ficción. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, o acontecimientos reales, es intencional”, afirma con ironía una placa al comienzo de cada uno de los siete episodios. Lo siguiente que llama la atención es el formato casi cuadrado de la imagen y la inequívoca paleta de tonalidades del soporte fílmico. Con una notable excepción, todos los episodios de El enjambre fueron rodados en 16mm. No se trata de un oneroso capricho tecnológico, sino de una decisión formal consciente: la textura y los colores son indivisibles de la historia. El departamento que Dre comparte con su hermanastra y amiga intimísima Marissa estalla de rojos profundos y rosas despampanantes, un espacio en el que la adultez aún no dejó del todo atrás los rasgos de la adolescencia. Sin embargo, Dre no es igual a su amiga, como lo demuestra la primera escena. Mientras Marissa disfruta de una sesión de sexo con su novio en la habitación contigua, Dre gasta el dinero que no tiene en un par de entradas VIP para el inminente recital de su ídolo musical (y personal y social y unas cuantas cosas más). La vida sin Ni’Jah no es vida, y Dre está orgullosa de formar parte del grupo de fans más inoxidables de la diva pop, el “enjambre” del título, siempre activos en las redes, dispuestos a defender a capa y espada a la estrella contra los ataques virtuales de los haters casuales o acérrimos. Cualquier parecido con la realidad...
El enjambre es la historia de la obsesión extrema de una persona “anónima” con una figura pública, como también lo era la de Rupert Pupkin en El rey de la comedia, aunque aquí no haya motivos ulteriores ni deseos personales de alcanzar la fama. Lo es de una manera extraña y extrema, con paradas inesperadas y desvíos sorpresivos. Todo comienza en 2016 en Houston, cuando Dre hipoteca su futuro económico por dos tickets y su amiga, que sigue siendo seguidora de Ni’Jah pero sin cegueras, termina confesando que su amistad de toda la vida peligra. Ocurren varias cosas, la tragedia aparece cuando menos se la espera y todo eso es lo que lleva a Dre a dar el primer paso en su trayectoria como asesina en serie. El primer crimen cuesta un poco, pero después las cosas se van dando de manera más natural. Entrevistado hace pocos días por la revista Vulture, Donald Glover describió la estrategia a la hora de crear a Dre junto a Dominique Fishback, y cómo omitió en el proceso ese abecé de la preparación de un personaje: su pasado, su bagaje psicológico. “Todo el tiempo le decía a Dominique que Dre no es una persona regular. Que no teníamos que encontrar la humanidad en el personaje a la hora de crearlo en pantalla, que ese es el trabajo del público. La mayor parte del tiempo Dominique se sentía perdida, y le recordaba que pensara en ella más como un animal que como una persona. Los actores, en general, desea obtener actuaciones complejas, pero no creo que Dre tenga muchas capas. Quería que la actuación fuese brutal, cruda. Me recuerda al miedo que suelo tenerles a los perros, sobre todo cuando no te miran directamente a los ojos, esa sensación de no saber de qué son capaces”. Previsiblemente, esas expresiones fueron malinterpretadas por varias voces públicas de su país, transformando una simple estrategia de dirección actoral en ejemplo cabal de cómo suelen ser representadas las mujeres negras en sus producciones. Otro mal de nuestros tiempos: la parte por el todo, el ejemplar específico como modelo universal, la representación positiva como guía artística.
De Houston a Tennessee. Dre se mueve de incógnito y su nuevo trabajo como bailarina exótica no se parece en nada al oficio de vendedora de shopping que solía marcar los días previos al primer homicidio. Aunque la elección de un tema un tanto depresivo de Ni’Jah como base para su coreografía no llama demasiado la atención de los clientes (ni la de su jefa). La única que parece comprenderla un poco, apenas un poquito, es su colega Hailey (Paris Jackson, la hija del rey del pop), otra criatura dañada, aunque la incipiente relación no es tanto amistosa como conveniente. Al menos desde el punto de vista de una de las partes. El guion de Glover y Nabers pega varios vuelcos en el segundo episodio, y la gira de las chicas termina en una festichola con universitarios adinerados y un pinchazo en la ruta que vuelve a enfrentar a Dre con una situación violenta. Aunque la violencia de género en este caso no sea tal, apenas una confusión.
La chica del enjambre, la más osada defensora de las bondades de la música, las letras, la vida familiar y las ideas de Ni’Jah tiene suerte y logra entablar relación con alguien que trabaja en el equipo técnico de la estrella, un roadie con pase tras bambalinas. El sueño se cumple y hay una fiesta muy privada, pero nuevamente la serie sorprende con un corolario inesperado, tan extraño como todo lo que viene ocurriendo. En conversación con The Hollywood Reporter, Janine Nabers reflexiona sobre el personaje central de la serie y su pulsión asesina. “En El enjambre ponemos a Dre al frente de su propia historia. Le damos autoridad dentro de una historia violenta. Le damos autoridad en esos actos violentos. ¿Por qué son siempre los hombres blancos los que suelen hacer esto? ¿Por qué son los tipos los que se divierten con estas cosas, pensando en gente como la que habita Los Soprano y Breaking Bad? Ese espacio de ruptura psicológica violenta a la hora de obtener lo que se necesita, que es lo que impulsa la serie, siempre se ha reservado para la psicología de los hombres blancos. Nos emociona mucho poder explorar cuáles son los factores desencadenantes para las mujeres vulnerables de este país. Esta mujer negra está destruyendo todo porque tiene una misión. La sentimos como nuestra Pulp Fiction”.
El origen de todo puede rastrearse en el propio Glover, cuyo alias musical como rapero y cantante, Childish Gambino, parece reflejarse hiperbólicamente en varias instancias de la historia. La propia Nabers afirma que “la idea original fue de Donald. Se acercó a mí con esta historia de una mujer negra obsesionada con una estrella pop. Obviamente, él tuvo su propia experiencia como estrella de la música con sus propios fans. Y he visto como alguna gente intentaba tomar control de él de ciertas maneras. Esa es la raíz del núcleo de la serie. Trabajamos durante la pandemia, por lo que pudimos sentarnos y elaborar la historia durante muchos meses, solos los dos haciendo rebotar ideas. Para cuando llegó el momento de armar un grupo de guionistas, ya teníamos una comprensión muy clara de cómo sería ese viaje de dos años y medio en la vida de Dre, con todos sus cambios”.
A partir de esta línea finaliza el espacio de protección al spoiler. Se recomienda dejar de leer de inmediato si los detalles de la trama, por minúsculos que sean, desean dejarse en suspenso hasta el momento de apreciar la serie en su totalidad. Dicho lo cual, Dre escapa una vez más. Por esas vueltas del destino, es recibida con beatitud en el seno de una secta integrada en su totalidad por mujeres blancas (la líder del grupo, psicóloga practicante sin diploma, está interpretada por Billie Eilish, en más de un sentido la antítesis de la estrella pop de gran escala escenográfica). Lo que ocurre en ese lugar es tal vez más insólito que todo lo que venía ocurriendo, y El enjambre adopta momentáneamente un tono cercano al folk horror, aunque no haya tradiciones milenarias de por medio, apenas un hippismo meditativo que, tal vez, esconda algunas psicopatías de fuste. El capítulo seis se impone como quiebre sustancial: rodado en video de alta definición, se trata de un falso documental true crime protagonizado por una detective afroamericana encarnada por Heather Simms. Desde luego, su obsesión profesional es descubrir al asesino serial que está detrás de esos crímenes, ocurridos en distintas ciudades del territorio estadounidense. Su tesis es sencilla y sorprendente: el asesino no sería un típico hombre blanco perturbado, modelo genérico de la psicología criminal, sino una mujer joven de piel negra. Es un episodio empapado por el sentido de la comedia, desde el mismo formato paródico a los gags verbales, escritos como si formaran parte de una sitcom. Casi un unitario dentro de la estructura general, aunque forme parte del mismo universo narrativo.
Antes de la deriva, el regreso de Dre a los orígenes, a la historia de infancia familiar, al trauma por la muerte de un ser querido. Más tarde, el final. No es casual que el último capítulo lleve por título “Sólo Dios hace finales felices”. El enjambre abandona muy conscientemente y por completo el verosímil narrativo para ofrecer un cierre imposible, ridículo, magnánimo. Para algunos espectadores será un baldazo de agua demasiado cálida, para otros una clausura lógica para tanta insania seriada. Lo cierto es que Swarm, como Atlanta, no se parece a casi nada de lo que suele ofrecerse por estos días en materia de series pensadas para el universo del streaming. En tiempos de corrección narrativa, cada vez más pautada por los deseos del algoritmo de turno, la creación de Glover y Nabers es un pequeño oasis de locura audiovisual.