Una de las frases más populares que se repite sobre la no-tan popular banda llamada Raincoats asegura esto: que ellas ya eran post-punk mucho antes de que se supiera con exactitud lo que era el punk-punk. Que ellas no lo pensaron demasiado, que simplemente nacieron hechas. A fines de los años 70, las chicas formaron una de las bandas más inusuales y a la vez más influyentes de la explosión punk inglesa de esa década. Sin conocimientos musicales y motivadas por esa bendita –y maldita– idea de que cualquiera podía hacer cualquier cosa, eso fue justamente lo que hicieron: sacaron tres discos y desaparecieron.
La inglesa Gina Birch y la portuguesa Ana da Silva, compañeras de la escuela de arte en Londres, se habían emocionado viendo in situ el auge de otras bandas como los Sex Pistols y los Buzzcocks pero realmente algo las había tocado cuando vieron a las Slits, esa salvaje banda de chicas que les hizo creer que para ellas también todo era posible. Claro que para ellas, el desconocimiento de los instrumentos no era precisamente un statement punk, un acto de violencia, de desenfado ni de empoderamiento necesariamente, sino simplemente una característica de su música, una que usaban como herramienta creativa y a su favor. El violín, las percusiones, las guitarras y las voces rotas les daban un sonido inclasificable, voluptuoso y caótico, pero mucho más cerca de un rock experimental, del dub, del reggae –de lo que el norte llama “la música del mundo” – que del punk filoso y enojado que caracterizaba a su escena. Un algo lúdico y más complejo, que sin tener nombre aún, los genios de la crítica bautizaron simplemente como post-punk apenas más tarde. El feminismo y la política también eran parte de las canciones, pero en letras no necesariamente discursivas ni declamatorias en su momento, más bien de oído, de experiencias colectivas, de rabias compartidas, de declaraciones desafiantes. Y si bien, tras su disolución quedaron más o menos en el olvido, no fueron poca cosa para las siguientes generaciones y no sin sorpresa recibieron la década del 90 con su primer renacimiento: cuando las riot grrrl con sus guitarras al hombro las enarbolaron como una de sus escuelas. "Fueron las Raincoats con las que más me identifiqué. Parecían gente corriente tocando música extraordinaria”, dijo Kim Gordon de Sonic Youth. Es más: una de las últimas cosas que hizo Kurt Cobain antes de suicidarse fue invitarlas a girar con Nirvana en el tour que no pudo ser. Para hacerlo, el joven Kurt tuvo que ir personalmente a la tienda de antigüedades donde trabajaba da Silva, ya retirada de la música hace años.
Suena romántico pero por qué negarlo: algunos momentos gozan de tal vitalidad que engendran personajes así de iluminados, dispuestos simplemente a hacer por hacer, ahí está su belleza y a veces su condena, pero también su infinita posibilidad. Lo sabe Gina Birch, fundadora y bajista de las Raincoats, que este año, rozando sus 70, ha publicado –feliz de la vida– su primerísimo álbum en solitario, I Play My Bass Loud, un disco juguetón y rabioso, pero tremendamente celebratorio, que condensa esa creatividad desaforada y tan gratuita suya, con canciones que venía componiendo hace décadas y guardando en el placard. Durante estos años Gina, directora de cine, se dedicó a la realización de videos para bandas como The Libertines y New Order, y también documentales como Stories from the She-Punk, donde recopiló experiencias de mujeres que iniciaron bandas en su época. Se dedicó por otro lado a la pintura y la artesanía: solo este verano hizo una exposición de 6 salas en una galería de Londres que bautizó algo así como “En mi puto cuarto”. Pero también estuvo ocupada en otras cosas más importantes: durante su vida tuvo siete abortos y luego adoptó dos nenas. "Hicimos muchas películas, cantamos, bailamos y practicamos gimnasia. Yo hacía mosaicos y tejía, un tipo de creatividad mucho más doméstica”, dice ella. Pues bien, todos esos pueden ser también actos creativos igual de importantes. Es más, cuando le preguntan a Gina Birch qué otra cosa le gustaría hacer, aparte de todo lo que ya hace, ella responde: "Siempre quise hacer un musical, como una nueva versión de Una mujer es una mujer, de Godard. También me hubiera gustado aprender a montar en monopatín, pero ya es tarde para eso". Ese es su espíritu, quizás lo haga.
La tapa de I Play My Bass Loud –que sale con toda la pompa en un vinilo de 12” por Third Man Records, el sello de Jack White, otro fan de las Raincoats y de ella misma– es un autorretrato que la muestra de joven gritando en el espejo de un baño. La escena corresponde a un episodio de su vida en una casa okupa del oeste de Londres donde empezó todo y que de hecho quedó filmada; la grabó en la escuela de arte, en super 8, gritó a cámara por tres minutos. Misma escena que se homenajea en el video del primer single del disco “I Wish I Was You”, que dirigió Honey, su joven hija adoptiva. "Cuando fui a la tienda pensaron que era un poco rara por comprar un bajo que ni siquiera había probado. Pero yo no quería probarlo en público porque no sabía tocarlo", cuenta Gina sobre esa época y sobre su instrumento, uno que eligió porque le parecía lo más fácil (¡solo cuatro cuerdas!) pero del que terminó enamorándose. De ahí el título burlón del nuevo disco –que se traduce simplemente como “Toco el bajo fuertísimo”– más de 40 años después. En el álbum, Birch se hace cargo de su lugar como madrina punk y se pasea por distintas vertientes sonoras que ella misma ayudó a inspirar. Por momentos, es un disco riot noventero que suena a The Breeders o a Bikini Kill y que impulsaría a cualquier adolescente a saltar en su habitación en pijamas, después hay punk de protesta dosmilero a lo Pussy Riot, a quienes dedica un tema, también coquetea con las bandas de chicas de los 60 y con el spoken word. Y si bien, el disco lo hizo sola, mientras pasaba la vida, los videos, las pinturas, la familia y la edad, es un disco de invitados y colaboradores: está su colega Ana da Silva, está Thurston Moore, está Youth de Killing Joke, que produjo el disco, y está una gran troupe de mujeres bajistas de varias épocas que la acompañan en el tema que da nombre al disco. "A veces me despierto y me pregunto cuál es mi trabajo", se pregunta una atribulada Birch en esa canción, pero luego se responde sola y descreída: “¡Toco fuerte el bajo!".