Grozny, Chechenia, 1996. Los rusos habían bombardeado la ciudad hasta que no quedara un solo edificio en pie. Luego del conflicto y la declaración de independencia del territorio, el fotógrafo James Nachtwey fue enviado por la revista Time para cubrir la situación de la población en la región.

En 1996, yo no había terminado el secundario ni imaginaba que iba a abrazar la fotografía y el periodismo como mi manera de estar en este mundo. Creo que ni siquiera sabía lo que estaba pasando en ese país tan lejano. Recién en 2004, después de entrar a trabajar en un pequeño diario marplatense con nombre de océano, estaba hambriento de saber, de ver, y no sé cómo esta fotografía llegó a mis ojos. Recuerdo que me obsesionó: vi esa simple imagen, con todas las cosas que nos dicen que están mal cuando nos enseñan la “reglas” de la fotografía. Pero para mí lo tenía todo: tragedia, humanidad -tanto del fotografiado como el fotógrafo- filosofía y poesía.

Todo coexiste en una pequeña y bella instantánea. Un niño juega, como cualquier niño en lo que queda de la ciudad, el fotógrafo decide hacer un corte como si fuera un anti retrato, se ve el muchacho y detrás casi sin foco lo que quedo de su barrio. La foto es un gran ejemplo visual de aquella idea de Ryszard Kapuscinski: “Dentro de una gota hay un universo entero. Lo particular nos dice más que lo general; nos resulta más accesible.”

No tardé en imprimirla. La tenía pegada en mi casa, vivía en un departamento cerca del centro de Mar del Plata y en el pequeño sector de fotografía de la redacción. Y como todo principiante, traté de buscar mi propia instantánea. Empecé a imitar esos cortes, salía a la calle buscando esas oportunidades, quería sentirme un reportero del caos. Hoy me daría vergüenza mostrar esas imágenes.

Un amigo decía que para construirse había que llenarse de las influencias para después decantar y quedarnos con las cosas que nos gustan, aquellas que podemos realizar. Y que de toda esa mezcla formamos nuestra mirada. No sé si es tan así, pero me encantaría ver esas mezclas de influencias en mis fotos, algo de Nachtwey, Bresson, Capa, Koudelka, Don McCullin y tantos fotógrafos que me gustan.

Algunos años después tuve la oportunidad de viajar a Kosovo, cuando la provincia serbia se declaraba independiente de ese país para transformarse en uno nuevo. Había emociones cruzadas, miedos, no solo en sus habitantes, sino también en mí mismo, que cubriría los acontecimientos que sucederían. Al llegar a Kosovo, viví en Pristina, la capital, pero decidí irme a una pequeña ciudad donde había uno de los focos picantes, Mitrovica. Era una hermosa ciudad con un puente que no solo dividía la ciudad sino también dos pueblos y dos culturas diferentes: de un lado hablaban serbio, del otro, albanés. Salía con mi cámara por las mañanas y volvía de tardecita. Cruzaba un campo y algunas casas llenas de niños que me gritaban “me bej nje foto” o algo parecido; lo anoté, consulté con un fotógrafo kosovar que hablaba castellano y me dijo que me estaban pidiendo que les hiciera una foto. Al día siguiente, cuando volví a pasar por el mismo camino, paré y les hice fotos, y mientras estaba ahí con ellos vi una situación especial en la que me animé a hacer un corte como el de Nachtwey. No igual, pero sí un humilde homenaje a una de las personas que me han inspirado.

Muchos años después, sigo amando esa imagen. Es una parte muy mía, es la que uso para regalar y compartir lo que hago. No voy a describir la emoción de aquellos chicos cuando volví unos días después a llevarle las copias de sus fotos. Me gusta pensar que, en algún lugar, esas fotos son un recuerdo de una niñez lejana atravesada por un conflicto frente a sus casas.

James Nachtwey nació en Nueva York en 1948. Estudió Historia del Arte y Ciencias Políticas. Dice que las imágenes de la Guerra de Vietnam y los movimientos por los derechos civiles lo influenciaron para ser fotógrafo. Nachtwey se ha dedicado a documentar guerras, conflictos y problemas sociales en el mundo, y a pesar de sus más de 70 años cubrió la guerra de Ucrania en 2022. "He sido testigo, y estas fotos son mi testimonio. Los eventos que he registrado no deben olvidarse y no deben repetirse", dice en la portada de su web. Cuando leo ese tipo de frases me pregunto si realmente lo sigue pensando y sintiendo así. Yo le creo a él, sé que lo siente así. Nunca sabremos qué fue de este jovencito que jugaba entre escombros de una ciudad devastada en el Cáucaso, pero si hay testimonios de lo que pasó allí. Podríamos decir que esta foto fue hecha en Irpín o Bucha en Ucrania y volvería a ser una fotografía actual, nada o poco cambia, lo que sí ha cambiado es que estas fotos sirven como documento de esto mismo, que los conflictos siguen destruyendo a la humanidad, que una foto puede tocar el corazón de alguien a miles de kilómetros y darle más deseos de contar los acontecimientos en sus pueblos, ciudades, países y el mundo.

Como diría David Foster Wallace: “Jim, tus ojos son agujeros entrenados en el mundo”.

Diego Izquierdo nació y se crio en Mar del Plata. Estudio realización audiovisual. Intentó también con Comunicación Social. Actualmente es fotógrafo de la Agencia Télam en esa ciudad. Colaboró con medios nacionales e internaciones. Hizo coberturas en Bolivia, Chile, España, Marruecos, Kosovo. Cuando no hace fotos le gusta estar cerca del mar.